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martes, 25 de septiembre de 2018

Cuando no encuentras tu obra de arte favorita donde debería estar.



Cuando hacemos un viaje cultural esperamos contemplar en persona aquellos edificios, palacios, catedrales, fuentes, plazas, esculturas o cuadros que hemos visto tantas veces en postales, libros, documentales y guías. Pero, rara vez,  nos planteamos la posibilidad de no encontrarlos allí. Sin embargo, esto es una realidad de la que dan fe millones de visitantes a lo largo de los años.

Creo que todos estamos de acuerdo en que los cuadros, las esculturas, los edificios, deben ser restaurados y limpiados cuando los expertos lo crean necesario para poder seguir disfrutando de ellos. Tenemos el deber de legarlo a las generaciones venideras, igual que las anteriores nos los han entregado a nosotros y perpetuar en la historia esas maravillas para memoria y admiración de toda la humanidad. Las obras de arte se convierten en un bien que nos pertenece a todos, independientemente del país en el que se encuentren. Se podría decir que para ellas no existen fronteras ni temporales, ni físicas.

El ejemplo que nos puede venir a la cabeza más fácilmente es el de ir a ver ese cuadro tan famoso y extraordinario que la guía de viajes te asegura que se encuentra en el museo de la ciudad que visitas y, al buscarlo, compruebas que está prestado para una exposición temporal, está en restauración o la sala se encuentra cerrada… ¿Os imagináis llegar al Museo del Prado y no encontrar Las Meninas? Tranquilos, esto es muy difícil que ocurra ya que las obras más emblemáticas de los museos son imprestables.

Medidas de seguridad en la actualidad alrededor de la Gioconda.
Museo del Louvre.
https://es.wikipedia.org/wiki/Vincenzo_Peruggia
Hueco que la Gioconda
dejó en la pared tras su robo.
Quizá penséis que una decepción semejante sufrieron los visitantes del museo del Louvre cuando aquel agosto de 1911 descubrieron que la Gioconda había sido robada. No, este no es el caso, ya que, por sorprendente que nos parezca hoy en día, la Gioconda no era, ni muchísimo menos, la pintura más famosa del mundo, ni la gente hacía cola para verla. Fue, precisamente, su robo lo que la hizo adquirir su popularidad y convertirla en icono para el común de los mortales. Cuando se hizo público el robo del cuadro de Leonardo el museo registró el mayor número de visitantes y, entonces sí se formaron largas colas, pero no para contemplar la Gioconda, sino para ver el hueco que había dejado en la pared…

Los libros, las guías y los blogs de viajeros están llenos de referencias a sus visitas a los museos y el hecho de encontrarse con la desagradable sorpresa de que tal cuadro no está en la exposición. Esto es relativamente frecuente. Ya nos había pasado a nosotras en la Galería de los Uffizi en Florencia (septiembre de 2011) y en la National Gallery de Londres (septiembre de 2018) donde la sala de la Virgen de las Rosas de Raphael estaba cerrada y, según habíamos leído, en este museo es bastante frecuente encontrarse salas cerradas. 

Exterior de la National Gallery. Londres.

Pero el caso más chocante que hemos visto personalmente fue el del Museo de Arte Antiguo de Bruselas donde casi la mitad de la colección estaba prestada a diferentes exposiciones (junio de 2018). En estas ocasiones te llevas la decepción de no poder contemplar la obra y la sensación de dejadez al ver, en lugar de uno de tus cuadros preferidos, una fotocopia pequeñita en blanco y negro y de muy mala calidad.

Así se veían algunas de las paredes del Museo de Arte Antiguo de Bruselas
en junio de 2018, con las obras prestadas o en restauración sustituidas por fotocopias.

Otro caso sorprendente que nos hemos encontrado en vivo y en directo de estas ausencias fue en Gante (junio de 2018) donde al ir a ver el famoso políptico de la Adoración del Cordero Místico, que ostenta el triste récord de ser la obra más veces robada de la historia, te encuentras con que está ubicado en su propia capilla dentro de la catedral de San Bavón (la catedral es gratuita, la sala del Cordero Místico, no) y un panel explicativo de las diferentes partes del retablo antes de pasar por caja… Pero, en esta ocasión, también te contaban que estaba siendo restaurado por lo que una de las tablas no era la verdadera, sino una fotografía de alta calidad.  Entrada sí te cobraban, por supuesto. En esta ocasión, tuvimos la mala suerte de que la reproducción fuera, precisamente, la de la tabla más importante: la del Cordero Místico. 


https://es.wikipedia.org/wiki/Pol%C3%ADptico_de_Gante
Políptico de Gante.
La parte más importante y conocida es la del Cordero Místico en la parte inferior central.

Reproducción de la tablilla
del poema de Gilgamesh.


Y entonces te preguntas ¿es mejor que te pongan una fotocopia en blanco y negro o que te sustituyan una parte con una copia? Creo que lo más honrado sería hacer una buena recreación pero aclararte que lo que estás viendo es una reproducción. La sensación de tristeza no te la quita nadie (como a mí cuando vi la copia de la Tablilla de la Inundación del poema de Gilgamesh, la obra épica más antigua conocida, en el British Museum, porque la original estaba siendo restaurada), pero, al menos no te sientes tan defraudado.

Si te ha interesado este artículo no te pierdas la segunda parte que habla de los edificios en restauración y la desaparición de una fuente: Cuando no encuentras tu obra de arte favorita donde debería estar (arquitectura).

viernes, 14 de septiembre de 2018

Diario de viaje: Florencia y Pisa IV. El David original, una torre robada y el atardecer en el puente Vecchio.


Lee también Diario de viaje Florencia y Pisa: Parte I (Una marquesa imaginaria con miedo a volar), parte II (El Duomo sin Síndrome de Florencia) y parte III (David, la Galería de los Uffizi y la Capilla Medicea).


¡No photo!

Acudimos a la Galería de la Academia con nuestro pase que nos permitió saltarnos la considerable cola que se agolpaba en la puerta. No faltó el “no water”, pero aprendida la lección, nuestras botellitas de agua se guardaron a buen recaudo para no repetir la mala experiencia.

La Galería de la Academia nos gustó mucho. Las esculturas y los cuadros eran admirables aunque, exceptuando a Miguel Ángel, ninguno llegara a la categoría de los Uffizi.

Al final del pasillo donde nos miran los personajes cincelados con maestría, bajo una bóveda de casetones, nos encontramos con el David original, grande, majestuoso y bello, impasiblemente sereno ante la mirada de decenas de personas. Una emoción me recorrió el cuerpo y una sonrisa se dibujó en mis labios. Era la obra de un genio y genial se mostraba.

https://es.wikipedia.org/wiki/David_(Miguel_%C3%81ngel)
David. Escultura de Miguel Ángel.

-¡¡¡¡¡No Photo!!!!- me sobresaltó una mujer pequeña y gorda, que venía caminando apresuradamente hacia mí. Pero no, no era yo quien había acaparado su atención, ya que no había sacado ninguna cámara, se trataba de uno de los turistas que se encontraba a mi izquierda. La expresión iracunda y la boca exageradamente fruncida hizo que el extranjero se excusara.

Yo la miré sin terminar de  comprenderlo. ¿Cómo que no podían hacerse fotos? Era una escultura de mármol que no iba a sufrir daños por un “clic” de la cámara, ni por un millón de “clics”.

-¡No photo!- volvió a gritar dirigiéndose a otro turista.

Alguien sacó un móvil.

-¡¡No photo!!- exclamó acudiendo con paso menudo y apresurado hacia el siguiente espectador. Todos la miramos, unos con indignación y otros con mueca divertida. En aquel momento no pensé que ese era su trabajo, solo me sentí terriblemente molesta por la incomprensible exigencia del museo. Sudorosa y enfadada, miraba a todas partes. Ahora lo recuerdo y siento una punzada de lástima.

En las siguientes salas había una exposición temporal de un artista que hacía esculturas a la manera romana. Y en esta ocasión doy fe de que “a la manera” no era una mera suposición, sino un trabajo lleno de maestría. Cientos de bustos, torsos y piezas completas nos observaban desde las estanterías, desde las vitrinas, a pie de sala, tallados en un mármol blanco impoluto. Me parecieron unas obras magníficas.

Después tuvimos que pasar, obligatoriamente, por la tienda, donde vimos infinidad de fotografías de David a un precio prohibitivo.

Pero no podía marcharme sin ver de nuevo a mi estatua favorita. No quería despedirme de David, pero tuve que hacerlo, prometiéndole que no lo olvidaría.

Una torre robada.

Al entrar en el Palacio de los Medici un gran patio de columnas corintias y de esculturas renacentistas te saludan alegremente. Sus salas son bellas y majestuosas, casi te parece ver a cualquier miembro de la familia paseando despreocupadamente por algún pasillo, sentado en uno de los hermosos sillones o traspasando las innumerables puertas. El salón de bailes es ahora una gran sala de conferencias llena de espejos pintados con profusa vegetación y amorcillos que parecen saludarte cuando enmarcan tu reflejo. El techo representa el mismo cielo con sus ángeles revoloteando entre nubes.

Plaza de la República.
Todo era precioso en el palacio. Pero cuando fuimos a los servicios nos llevamos la gran decepción. Digo mal, porque no eran “los servicios”, era el servicio, en singular, solo uno para todo el público. Uno solo, el típico váter-bidé, completamente asqueroso y repugnante.

En la Plaza de la República un arco del triunfo asiste a la incesante actividad que rodea el carrusel de caballos de madera, mientras un inspirado grupo de jazz toca melodías que recorren el aire.


Eva y yo nos sentamos en un banco para tomarnos tranquilamente uno de esos ricos helados italianos. En una de las esquinas de la Plaza descubrimos el Hard Rock Café Florencia.

Al recorrer la plaza descubrimos una maqueta en hierro de la ciudad donde se distinguían la cúpula del duomo y las torres más importantes de Florencia. Sin embargo, algo no cuadraba. A primera vista no podía apreciarse, pero algo fallaba en aquella representación de la ciudad.

-¡Falta el campanile!- dije señalando la cúpula del duomo huérfana de su compañero inseparable -¡Han robado el campanile de Giotto!

Maqueta de Florencia sin el campanile.

Cerca de la plaza había otro mercado, el ajetreo del día se aplacaba mientras los comerciantes desmontaban sus tenderetes apresuradamente. Una cola de turistas se fotografiaba con una estatua de bronce. Nos acercamos a ver qué esra y descubrimos un jabalí con el hocico degastado por la amable caricia de todos los visitantes que esperan que aquel gesto los haga volver a Florencia. Eva y yo nos fotografiamos con él aunque desconocíamos la leyenda y no entendimos el letrero en italiano que estaba a sus pies.

Pasamos de nuevo por la Plaza de la Señoría y observamos al gemelo de David, resistiendo impasible los flashes de los turistas.

Atardecer en el Puente Vecchio.

Antonio nos contó que el día anterior había visto el atardecer en el Puente Vecchio, uno de los lugares más hermosos para contemplar como llega la noche.

Encaminamos los pasos hasta el Puente de la Trinitá y desde aquí hicimos fotografías al Puente Vecchio lleno de turistas. Después nos acercamos hasta allí. Casi todo el puente está lleno de joyerías. Es triste pensar cómo la repetición de ese anochecer mágico a orillas del río se ha convertido en monotonía para los comerciantes, que colocan placas de hierro sobre sus escaparates y los cierran al modo antiguo, ajenos al espectáculo de las nubes rosadas y la brisa fresca que acompaña a los asistentes. Cientos de personas sonrían sobrecogidas al anochecer en el Puente Vecchio. Un músico tocaba con su guitarra, al cantar una canción española, la falta de acento lo delataba. Nos habíamos tropezado con un artista español a orillas del Arno, pero pronto descubrimos que otros paisanos charlaban y reían tranquilamente en aquel atardecer.

Puente Vecchio.

Tropezamos con un pequeño bar en el que servían pizzas al corte y comías sentada en la barra, mirando las fotos del famoso Totó, que daba nombre al establecimiento.

Después volvimos sobre nuestros pasos hasta el Duomo y nos comimos un helado sentados en la escalinata, de espaldas a la fachada de aquel hermoso edificio.

De vuelta al hotel descubrimos que lo único que habían hecho era la cama, porque los “paños de cocina” solo habían sido doblados y colocados de nuevo en los toalleros y las migas de pan del bocadillo de la noche anterior seguían en el suelo.

Me acosté y, a pesar de todas las maravillas que había visto durante el día, al cerrar los ojos seguían deslumbrándome los dorados de las madonas de los Uffizi.

Lee Diario de Viaje: Florencia y Pisa V. Otro David, la leyenda del patrón y vistando a los genios en Santa Croce.