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lunes, 24 de septiembre de 2012

Maratón: entre la historia y la leyenda II




París, 1900.

Exposición Universal y Juegos Olímpicos de París, 1900.

Todo lo que la primera maratón tiene de histórica y emocionante, la tiene la segunda de desastrosa y conflictiva. De hecho, los Juegos Olímpicos de París están considerados como los peores organizados de todo la historia, llegando a poner en peligro la continuidad de las olimpiadas. Los griegos se apresuraron a proponer que los juegos se celebraran siempre en su país, pero no fueron escuchados.

Esta fue la primera olimpiada en la que participaron mujeres, pero algunas de ellas creían estar compitiendo en pruebas deportivas ajenas a los juegos, por lo que más de una nunca llegó a saber que era una campeona olímpica.

Mujeres compitiendo en los numerosos juegos que se llevaron a cabo en  la Exposición Universal de París de 1900, que coincidió con los Juegos Olímpicos.

Estos segundos juegos olímpicos de la era moderna coincidieron con la Exposición Universal de París, y los franceses estaban mucho más interesados en esta última que en el deporte. Cuando los participantes llegaron se encontraron sin recepción, sin alojamiento, sin saber donde estaban sus sedes y perdidos por las calles de París. No fue hasta el último momento cuando se decidió añadir una carrera de 40 Km denominada “Maratón de las Fortificaciones”. Estaba prevista entre Versalles y Paris, pero minutos antes de comenzar, se decidió cambiar el recorrido y situar la salida y la llegada en los Bosques de Boulonge, para desconcierto de los corredores, que desconocían el lugar. Fue tanta la confusión que de 30 participantes, solo 7 alcanzaron la meta. Muchos de los corredores se perdieron, el escaso público que contemplaba la prueba no supo orientarles correctamente, algunos acabaron en lugares equivocados, otros en dirección contraria… Sólo un jardinero, Michel Théato, conocía el lugar donde finalmente se disputaba la maratón y, tras tomar más de un atajo, logró llegar el primero a la meta. Pero los jueces no se ponían de acuerdo. Se llegó a la conclusión de que unos habían corrido más kilómetros que otros, que algunos habían logrado hacer trampas por lo solitario del lugar y la cosa quedó ahí. Pero en 1912 se decidió que esta prueba constituía la maratón de los Juegos de París y que Michel Théato era su vencedor. Se le envió una medalla de oro a Theato, que la recibió con extrañeza.


San Luis, 1904.



Estos fueron los primeros juegos olímpicos que salieron de Europa. La sede fue San Luis, por expreso deseo del presidente Theodore Roosevelt. Los estadounidenses acapararon la mayoría de las medallas debido a la escasa participación internacional. En aquel tiempo no existían las comunicaciones aéreas, los viajes en barco eran muy largos y muy costosos y los europeos no acudieron masivamente. Como había ocurrido en París, los juegos también coincidieron con la Exposición Universal, se alargaron meses y pasaron desapercibidos. Lo más llamativo fue la maratón, la más extraña de la historia.

El americano Fred Lorz entró el primero en el estadio de San Luis ante los vítores del público. Fue transportado triunfalmente y fotografiado con Alicia Roosevelt. A todos sorprendió la extraordinaria lozanía de Lorz en comparación con Thomas Hicks, el favorito, que llegó 15 minutos después. Hicks era payaso profesional y estuvo a punto de morir por el  camino, ya que unos amigos que lo divisaron desde su coche, le dieron brandy, estricnina e incluso agua del radiador. Tras cruzar la meta cayó desmayado, aunque se repuso para contarlo.

Cuando Lorz iba a ser premiado con todos los honores, los comisarios de la prueba lo derribaron del pedestal. Estos habían sido testigos de cómo Lorz abandonó la prueba por deshidratación, fue recogido por un coche y cuando se encontraba cerca del estadio, ya más recuperado, pidió que pararan y entró triunfante. El público lo abucheó y proclamó campeón a Hicks.

Pero la historia de Lorz no acaba aquí. Un año después, una vez levantada la sanción que le habían impuesto, se convirtió en el campeón de la Maratón de los Estados Unidos, pero en esta ocasión, de verdad.

Otro personaje curioso de la carrera fue el cubano Félix Carvajal de Soto, un limpiabotas de La Habana, que se había pagado el viaje hasta San Luis de su bolsillo, pero que por el camino fue desvalijado por unos tahúres y llegó a la competición con lo puesto. Otros deportistas lo ayudaron, le consiguieron zapatos y le cortaron los pantalones para que parecieran de deporte. Por el camino se detuvo a robar manzanas. Consiguió llegar el cuarto, aunque eso sí, con una indigestión.


Londres, 1908.


En esta ocasión fueron 56 participantes los que corrieron la distancia de 42,195 Km que separaba el castillo de Windsor del estado de Wite City donde se encontraba la meta de la 4ª maratón olímpica.

El primer corredor que logró entrar en el estadio fue un pastelero italiano, Dorando Pietri, y lo hizo en un estado de agotamiento espantoso. Casi arrastrándose recorrió un buen trecho pero se desplomó sobre la pista a escasos 70 metros de la línea de llegada. Los médicos acudieron a auxiliarlo, pero se volvió a levantar y titubeante, mareado y al borde de sus fuerzas anduvo 60 metros más antes de volver a caer. Solo le quedaban diez metros para alcanzar la meta. Mientras el público asistía conmovido a los esfuerzos de Pietri, John Hayes entraba en el estadio. En aquel momento los jueces ayudaron a Pietri a ponerse en pie y este consiguió llegar a la meta. Detrás llegó Hayes, en segunda posición. Naturalmente, Pietri, aunque fue considerado campeón moral de la maratón, tuvo que ser descalificado porque había recibido ayuda y el americano John Hayes se convirtió, por derecho, en el vencedor de la Maratón de Londres.

Pietri llegando a la meta ayudado por los jueces de la competición.

El público aplaudió largamente a Pietri, que había demostrado a todos, que un hombre podía luchar por su sueño más allá de las fuerzas de su cuerpo, más allá de la extenuación. Por iniciativa de Arthur Conan Doyle y suscripción popular, se le dio a Pietri una copa exactamente igual a la que recibió Hayes.


domingo, 9 de septiembre de 2012

Maratón, entre la historia y la leyenda I



La maratón es la más célebre de las carreras olímpicas, pero no figuraba entre las pruebas de los juegos olímpicos de la antigüedad, que comenzaron 300 años antes de la famosa batalla.

Cuenta la historia que en el año 490 a. C. miles de soldados persas a las órdenes de Dario I desembarcaron cerca de la ciudad de Maratón, a 40 Km de Atenas. Los atenienses y sus aliados, guiados por Milciades, contaban con 10.000 hoplitas. Durante la contienda Milciades envió al más veloz de sus mensajeros, el joven Filípides, a Esparta para pedir refuerzos. Cuando los espartanos llegaron, Milciades ya había logrado la victoria. Esto es lo que nos cuenta Heródoto, el “padre de la historia” sin mencionar la carrera desde Maratón a Atenas.  

Donde acaba la historia comienza la leyenda. No se sabe muy bien cómo, la historia de Filípides va modificándose a lo largo del tiempo hasta convertirlo, en el siglo I d.C. en un héroe: después de la batalla, herido y cansado, Filípides corre los 40 Km que separan Maratón de Atenas, llega a la ciudad y pronuncia una sola palabra: “níki” (victoria), antes de caer muerto ante todos. Esta leyenda toma la forma actual, que todos  conocemos, en el siglo XIX con el poema “The Batlle of Marathon” de Elizabeth Browning.

Moneda conmemorativa de los 2.500 años de la carrera de Maratón. 


Para ser más fieles a la historia y fuera de los juegos olímpicos, un grupo de corredores británicos de la RAF (Royal Air Force) estudiaron las posibles rutas que pudo tomar Filípides y crearon el Spartathlon, que se celebra anualmente desde 1982 entre Atenas a Esparta.

Michel Breal es quien propone a Pierre de Coubertin la idea de correr la maratón en las primeras olimpiadas modernas. Al principio, el barón duda, pero termina aceptando. No obstante, decide hacer un ensayo general antes del gran día. En febrero de 1896 dos voluntarios partieron de Maratón hacia Atenas. Llegó solamente uno y en muy mal estado, pero había conseguido repetir la hazaña de Filípides 23 siglos después.

Las primeras cuatro maratones pasaron a la historia por todo lo que de extraordinario ocurrió en ellas.





Maratón, 1896.

       
          Estadio de Atenas durante la ceremonia de inauguración de los Juegos Olímpicos de 1896.



El día 10 de abril de 1896, a las dos de la tarde y bajo un calor sofocante, se dio el pistoletazo de salida a la primera maratón de los juegos olímpicos. Los 25 corredores se pusieron en marcha rodeados por soldados a caballo, vehículos de todas clases y ciclistas. A su paso las mujeres se santiguaban.

Los favoritos fueron tomando posiciones y encabezando la carrera, hasta que, cuando quedaban pocos kilómetros para llegar a Atenas, un joven griego, pequeño y delgado, tomo ventaja sobre sus oponentes. En el estadio, el rey y el público ya habían sido avisados de la inminente llegada y todos esperaban al desconocido. Cuando Spyridon Louis apareció antes sus maravillados ojos, el público lo ovacionó y cuando llegó a la meta, los hijos del rey lo izaron en hombros y lo condujeron al palco real.


-Alegraos ciudadanos; hemos vencido- dijo tras su victoria.

El campeón consiguió repetir la legendaria carrera de Filípides y lo hizo en 2 horas, 58 minutos y 50 segundos. El segundo clasificado llegó 7 minutos más tarde, y el tercero fue descalificado por hacer gran parte del recorrido en un carro.

Según contó Spyridon, se había preparado para esta difícil prueba con ayuno y oración y la última noche la había pasado rezando a la luz de las velas. Su hazaña lo convirtió en un héroe y recibió toda clase de atenciones y regalos.