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viernes, 27 de marzo de 2020

Gaviotas


Oigo los graznidos de las gaviotas desde mi casa. La urbanización está a más de cinco kilómetros de la costa, pero a ellas, a vista de pájaro, les debe parecer muy cerca.

Nunca me han gustado. No pierdo el tiempo mirándolas mientras flotan en el agua, como patos de mar, y me repugna verlas disputándose las sobras de los contenedores de los chiringuitos del paseo marítimo. Alguna vez he tenido que recoger rápidamente mi toalla y huir de la playa porque se acercaban demasiado buscando los restos de bocadillos de los bañistas. Nunca me gustaron las gaviotas, pero ahora no las soporto. Me martillean la cabeza, no paran de graznar y sobrevolar los edificios.

De Jiyang Chen - Trabajo propio, CC BY-SA 3.0, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=15507046
De Jiyang Chen. Wikipedia.

Me acerco a la ventana y observo la calle vacía. Todo me resulta frío y triste, congelado como el cristal que tocan mis dedos y ahora echo de menos el silencio de los días anteriores.

Regreso al salón con la idea de encender la tele y ver las noticias. Pero, de repente, los graznidos aumentan en intensidad y se hacen ensordecedores. Vuelvo a la ventana y veo a una anciana arrastrando penosamente su carrito de la compra. Las gaviotas parecen enloquecer al descubrirla. De alguna manera saben que lleva comida y localizan una barra de pan bajo su brazo. La mujer intenta apretar el paso, pero sus piernas se lo impiden.

Las gaviotas ya no surcan el cielo, están todas en el suelo y la miran amenazantes. Ahora parecen buitres, siniestros y odiosos. Pero no se conforman con esperar y se acercan peligrosamente a la anciana. Ella intenta huir, pero no quiere soltar su carrito y las gaviotas le cortan el paso. Se me viene a la cabeza Los pájaros de Hitchcock y el miedo atenaza mis piernas. Miro a las ventanas, sé que la mayoría de mis vecinos están enfrascados en tareas varias para distraerse, pero es imposible que ninguno haya escuchado esos graznidos que ahora se asemejan a gritos espantosos. Sí, hay uno protegido por los cristales y tratando de ocultarse tras las cortinas. ¿Nadie va a ayudar a esa pobre señora? ¿Somos todos como los cámaras de los documentales que filman a la leona cazando a la gacela sin intervenir?

Nunca he sido demasiado valiente, pero cuando la primera gaviota intenta arrebatarle el pan a la anciana picando cerca de su cara, abro la puerta y me lanzó escaleras abajo hasta aparecer en la calle. Solo estamos la señora y yo frente a los pájaros a los que no infundimos ningún temor. Intento acercarme, pero me cortan el paso. La rodean a ella, está claro que yo no les intereso, ni me perciben como una amenaza.

-Suelte el pan y el carrito- le grito desde la distancia que las gaviotas han impuesto entre nosotras.

-No, es mi comida- responde- ¡Qué pesquen! Tienen un inmenso mar para pescar.

Como si la hubieran entendido, como si las hubiese desafiado, varias se lanzan sobre la anciana y la atacan mientras ella se afana por huir sin soltar su compra.  Otras desgarran el carrito que se vuelca y deja su contenido esparcido por el suelo. La mayoría de las gaviotas se pelean por los trozos de carne y de fruta, pero tres se ensañan con la mujer, quieren el pan que sigue agarrando.
Me protejo la cara con los brazos y me abro paso mientras siento como si me mordieran. Las aparto a manotazos y corremos hasta un soportal. Aunque estamos sangrando, la mujer se muestra triunfante porque ha conservado el pan y una malla de naranjas.

En ese momento la mayoría de los vecinos salen a los balcones y aplauden con entusiasmo. Pero no celebran nuestra relativa victoria. Nos ignoran.

Miro el reloj: son las ocho de la tarde, hora del aplauso.

La anciana y yo nos observamos, la estoy sosteniendo del brazo, ninguna de las dos llevamos guantes, ni tenemos mascarillas y estamos a menos de un metro de distancia…

© MJ
cottonbro. https://www.pexels.com/es-es/foto/sano-amarillo-frutas-blanco-3737617/
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Autor: cottonbro