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viernes, 23 de diciembre de 2022

El bazar de las sorpresas.

Primero fue la obra de teatro Parfumerie de Miklós Laszlo en 1937, luego la película El bazar de las sorpresas (The Shop around the Corner) dirigida por Ernst Lubitsch en 1940, después la película musical En aquel viejo verano (In the good old summertime, Robert Z. Leonard, 1947), algunos años después el musical She loves me (estrenado en Broadway en 1963) y por último (de momento) el remake Tienes un e-mail (Nora Ephron, 1998). Cuando una fórmula funciona en origen, sigue repitiéndose y adaptándose y esta es una comedia romántica de enredo que funciona a las mil maravillas. Siempre que reponen en televisión El bazar de las sorpresas o Tienes un e-mail, toca tarde-noche de sofá porque nunca me canso de verlas. 

El bazar de las sorpresas (1940)
Foto: dominio público. Wikipedia.


El bazar de las sorpresas

En la tienda de Matushek y Compañía en Budapest venden de todo. Alfred Kralik (James Stewart) es el dependiente más antiguo y está muy bien considerado por el dueño, Hugo Matuschek (Frank Morgan). Alfred es serio y tímido, pero esconde un secreto: tiene una relación epistolar con una joven inteligente y buena de la que se ha enamorado sin conocerla en persona.

Un día entra en la tienda una muchacha a pedir empleo. Es Klara Novak (Margaret Sullavan) que media en una discusión sobre una caja de música para cigarrillos que el señor Matushek quiere vender en su negocio y que Alfred considera un producto sin salida. Klara logra que una señora la compre como bombonera. Esta es la primera de las muchas mentiras que se cuentan en la película pero, gracias a ella, Klara consigue el trabajo. Sin embargo, la relación entre los dos dependientes es de mutua antipatía.

Llega la época navideña. Todos deben quedarse a adornar el escaparate, pero Klara intenta escabullirse para acudir a su primera cita con su querido amigo por correspondencia. Los planes de Alfred cambian cuando el señor Matushek, creyendo que es el amante de su esposa, lo despide. El joven no se atreve a acudir al café donde su querida amiga lo espera con un libro de Anna Karenina y una flor. Siente que ya no tiene nada que ofrecerle. Así que le pide a un amigo que le entregue una nota excusándole. Alfred espera en la acera, su amigo se asoma y le dice que la chica del libro es Klara.

Después de la sorpresa inicial, Alfred decide entrar en el café y hacerse el encontradizo. Klara, que no sospecha nada, se muestra disgustada al verlo. En una memorable secuencia, comienzan enfrentando las obras de Anna Karenina de Tolstói y Crimen y castigo de Dostoievski pasando rápidamente al plano personal, echándose en cara lo mucho que ignoran el uno del otro y reprochándose sus discusiones de los últimos meses. 

Shop-Around-the-Corner dominio publico Metro-Goldwyn-Mayer - National Board of Review Magazine for February 1940, Volume XV, Number 2, page 21
Klara, Alfred y el señor Matushek en la tienda.
Foto: Metro-Goldwyn-Mayer. Wikipedia. Dominio público.

Esa noche, el señor Matushek intenta quitarse la vida, pero Pepi, el chico de los recados, llega a tiempo de impedirlo. Al día siguiente, descubre que es otro de los empleados el amante de su esposa y le pide a Alfred que vuelva a la tienda como gerente y que despida al traidor. Así lo hace y se propone que esa Nochebuena el señor Matushek se lleve la alegría de batir el record de ventas.

Ante el disgusto del plantón de la noche anterior, Klara se pone enferma y no acude al trabajo. Alfred va a visitarla y la muchacha le cuenta su historia de amor por correspondencia. En ese momento su tía le entrega una nueva carta de su querido amigo en la que se muestra celoso porque al acudir a la cita la vio hablando con un hombre. El truco de Alfred para ocultar su identidad surte efecto. Por la tarde ya están todos vendiendo a destajo en una tienda repleta de público.

El señor Matushek se debate entre la alegría por las ventas y la tristeza de encontrarse solo en Nochebuena. En una escena entrañable, va sondeando discretamente a sus empleados para ver si alguno de ellos lo invita, hasta descubrir que su nuevo chico de los recados (ya que ascendió a Pepi a dependiente después de que le salvara la vida) también está solo en una fecha tan señalada. Felizmente, los dos deciden compartir la cena de Nochebuena.

A solas en la tienda, Alfred vuelve a mentirle a Klara contándole que su novio fue a pedirle explicaciones y que le pareció un tipo gordo, feo, antipático, sin educación y muy interesado en su salario. Klara se decepciona. Luego confiesa que cuando conoció a Alfred se enamoró de él, pero que se le pasó cuando vio lo mal que se llevaban. Y entonces, empieza a recitar uno de los pasajes de las cartas y Alfred, decidido, continúa la frase logrando que Klara descubra que es él quien le escribía. La película termina con una simpática escena y la confirmación del amor de la pareja.

Ernst Lubitsch siempre manifestó que El bazar de las sorpresas era su mejor película y a la que más cariño le tenía. En ella, en realidad, homenajea a su padre, dueño de una tienda. Es una comedia de enredo que muestra como a través de las mentiras se puede llegar a la verdad. El toque Lubitsch, la aparente sencillez y sus brillantes diálogos la convierten en una obra maestra. Todos los actores están espléndidos. El peso de la trama recae sobre James Stewart, para quien estaba pensando el personaje, y en Margaret Sullavan que compone a una Klara a veces dulce, a veces desdeñosa y distante, pero siempre con carácter. También cabe destacar la interpretación de Frank Morgan como el señor Matushek, cuyas circunstancias pueden hacer tambalearse el mundo de Alfred.

Se la considera una película navideña ya que parte de la acción transcurre en esas fechas. 

Lee la comparativa con Tienes un e-mail.

Aquí abajo el brillante diálogo de la escena del encuentro de los protagonistas en el café:



lunes, 12 de diciembre de 2022

Cantando bajo la lluvia. 70 aniversario.

El 11 de abril de 1952 se estrenaba en las salas de cine de Estados Unidos Cantando bajo la lluvia (Stanley Donen y Gene Kelly). Celebramos el 70 aniversario de la que se considera la mejor película musical de todos los tiempos.

La época dorada de los musicales fue en los años 40. Y es curioso que, cuando el género empezaba a decaer, se rodara esta joya del séptimo arte. Los grandes musicales desaparecerían a lo largo de la década de los 50, pero de una forma brillante con esta y otras películas que también se hicieron sitio en la historia del cine, mientras la televisión triunfaba llevando a la quiebra a numerosas salas.

Muchos de los musicales que triunfaron en los años 40 y 50 tenían un argumento flojo, casi como excusa para introducir las canciones y los bailes, que era lo realmente importante. Cantando bajo la lluvia no era, en principio, más que un cúmulo de canciones que ya habían aparecido en otras películas. Sí, el famoso tema que da título a la película también. El músico y productor Arthur Freed deseaba unir en un film las canciones que había compuesto junto a Nacio Herb Brown. Se trataba, entonces, de crear un guion para enlazarlas. Esto se encargó a Adolph Green y Betty Comden. En principio la idea no les hizo ninguna gracia, pero terminaron por elaborar una historia que, aunque la despojáramos de sus maravillosos números musicales, se sostiene por sí misma. Cuando Gene Kelly se incorporó al proyecto, introdujo cambios que mejoraron el guion. Ya que las canciones, en realidad, se habían compuesto en los años 20, podían ambientar la narración en aquella época, tomando la suficiente distancia como para satirizar sobre el cine y el propio Hollywood mezclando hechos reales y ficción.

copyright 1952 Loew's Incorporate. Wikipedia.
Cartel de Cantando bajo la lluvia (1952)
Foto: copyright 1952 Loew's Incorporate. Wikipedia.

El argumento trata sobre la irrupción del cine sonoro. Hoy en día, la película es una lección magistral que retrata la difícil transición entre el cine mudo y el sonoro, que destruyó la carrera de grandes estrellas y encumbró a otras. Vemos la adaptación de los estudios de cine, la aparición de grandes cámaras fijas, tan ruidosas que tenían que rodar tras un cristal, el necesario cableado de sonido, la sincronización y la aparición de un personaje fundamental: el profesor de dicción que, a veces, se convirtió en la pesadilla de los actores.

La historia comienza con la presentación de la nueva película de la pareja de moda de Hollywood. El ídolo del cine mudo, Don Lockwood (Gene Kelly), narra a una reportera (alter ego de una famosa periodista de cotilleo de la época) sus difíciles comienzos hasta llegar a convertirse en galán junto a la ya diva Lina Lamont (Jean Hagen). Su productor (inspirado en el propio Arthur Freed) se esfuerza en que el gran público no descubra que Lina, no solo es una rubia tonta, pagada de sí misma y ambiciosa, sino que además tiene una voz chillona y horrible.

Filmaffinity
Escena de "Cantando bajo la lluvia" donde se rueda la película que protagonizan Don y Lina.
Foto: Filmaffinity.

La vida de Don cambia cuando, huyendo de sus enloquecidas fans, se cuela en el coche de Kathy Selder (Debbie Reynolds), una aspirante a actriz. La joven pone distancia entre los dos pensando que es un engreído acostumbrado a que las mujeres caigan rendidas a sus pies. Pero Don se ha enamorado sinceramente de ella y no para hasta encontrarla y demostrarle su amor.

Don comienza a rodar con Lina su nueva película El caballero duelista donde improvisa diálogos repetitivos o reproches camuflados en las escenas de amor (cosa que hacían en realidad algunas estrellas de la época y donde Kelly se parodia a sí mismo en su rol de espadachín). Pero el rodaje se detiene ante la noticia de la llegada del cine sonoro. Tras una inicial resistencia, no tienen más remedio que adaptarse a los nuevos tiempos puesto que El cantor de Jazz (1927) está siendo todo un éxito. Cosmo Brown (Donald O’Connor), el mejor amigo de Don, se ve en el paro ya que su trabajo consiste en ambientar las escenas con el piano (empleo que también había desempeñado Arthur Freed) pero el productor lo nombra jefe de la nueva sección musical y deciden convertir El caballero duelista en El caballero danzarín. Don y Lina comienzan las clases de dicción, pero la diva no consigue estar a la altura y nada puede disimular su horrible voz.

Tras un preestreno catastrófico, Cosmo tiene la brillante idea de que Kathy doble a Lina y así salvar la película. Ilusionados con la idea, Don acompaña a Kathy a su casa y decide regresar a pie bajo la lluvia, escenificando el número musical más famoso de la historia del cine.

Filmaffinity
Gene Kelly en la mítica escena de "Cantando bajo la lluvia".
Foto: Filmaffinity

El verdadero problema es que Lina, enterada de que Kathy solo la doblará en esa película, que ha conseguido un papel en la siguiente producción y que es la novia de Don, al que ella en su fantasía consideraba suyo, decide destruir la carrera de la muchacha.

El rodaje de Cantando bajo la lluvia fue muy duro. Para los decorados de la película se utilizó mobiliario real de la época, coches y objetos que ya habían aparecido en películas de los años 20, lo que le da mucha verosimilitud.

Debbie Reynolds tenía 19 años y no sabía cantar, ni bailar. Gene Kelly le enseñó claqué en ensayos maratonianos que dejaban a la joven agotada. A veces, como vivía lejos de los estudios, Debbie se quedaba a dormir sola en el set. Un día, Fred Astaire, que rodaba en un estudio cercano, la encontró llorando debajo de un piano. La joven no podía soportar el malhumor de Kelly y, años más tarde, declararía que dar a luz y rodar Cantado bajo la lluvia habían sido las dos experiencias más duras de su vida, aunque reconoció que todo lo que aprendió de Kelly le sirvió para labrarse su carrera de actriz.

Debbie consiguió bailar como una profesional, aunque Kelly tuvo que doblar el sonido del claqué de alguna de sus escenas porque no daba el adecuado. Pero no consiguió aprender a cantar. Aunque en el argumento es Kathy la que dobla a Lina, en la vida real, fue la propia actriz Jean Hagen (Lina) la que pone voz a las escenas de El caballero danzarín y a alguna de las canciones que interpreta.

La famosa escena donde Kelly, O’Connor y Debbie cantan Good morning y terminan cayendo en el sofá se rodó 40 veces y Debbie terminó con los pies sangrando y una lesión en el pie por la que tuvo que guardar cama durante tres días. También resultó lesionado O’Connor en su número Make ‘em laugh. El actor cómico llegó a decir que Kelly era un tirano.

Filmaffinity
 Donald O'Connor, Debbie Reynolds y Gene Kelly en la escena del sofá.
Foto: Filmaffinity

Respecto al rodaje del mítico número musical que da nombre a la película, hay mucha leyenda. Dicen que Gene Kelly tenía 39º de fiebre, que lo grabó en una sola toma y que mezclaron el agua con leche para que fuera visible. Nada de eso es cierto. Era de día por lo que pintaron con alquitrán el decorado para darle oscuridad y lo llenaron todo de rociadores por los que salía el agua rodada a contraluz para que pudiera verse. Necesitaron tres días de trabajo para grabar toda la secuencia y Kelly tuvo que cambiarse ocho veces el traje porque era de lana y encogía, dificultando sus movimientos.

El rodaje de la película superó el presupuesto inicial, aunque consiguió buen resultado en taquilla. Donald O’Connor ganó el Globo de Oro al mejor actor, pero Cantando bajo la lluvia no consiguió ningún Oscar, aunque solo estaba nominada a dos. Se dice que le perjudicó que Un americano en París (1951), protagonizada también por Gene Kelly, se llevara el año anterior cinco Oscars, incluido el de mejor película, ya que la Academia consideró que se había premiado al género musical suficientemente.


viernes, 2 de diciembre de 2022

La Expo 92 y las Olimpiadas. Recuerdos en el 30 aniversario.

El año 1992 fue muy importante para España. El foco se puso sobre nosotros y teníamos que salir airosos del desafío: unas Olimpiadas y una Exposición Universal a la vez.

Yo era muy jovencita, pero recuerdo la ilusión con la que recibimos aquel año. No sabía nada de política, ni de economía, pero sí sabía que aquel iba a ser nuestro año. Hablo de mis recuerdos. Hablo de que me hubiese gustado apuntarme de voluntaria en la Expo de Sevilla, pero no me fue posible.

Alvaro Sihuay. Pinterest.
Esfera Bioclimática en la Expo 92 (Sevilla).
Foto: Alvaro Sihuay. Pinterest.

Me acuerdo de que en 1991 todos estaban nerviosos, haciendo preparativos. No lo sabía con seguridad, pero me imaginaba que habían concedido a España estas citas mundiales de enorme repercusión porque se cumplían los 500 años del descubrimiento de América. Aquello era una gran responsabilidad teniendo en cuenta que no contábamos con la confianza de muchos países y esto agravaba nuestro complejo de inferioridad. Eso lo sentíamos casi todos, sin importar la edad. Pero en 1992 el mundo pondría los ojos en nosotros. Deseábamos hacerlo todo perfecto, recibir a todo el mundo, que se sintieran contentos aquí, que vieran qué bien lo habíamos organizado todo y qué buena gente éramos. Deseábamos brillar.

La antorcha olímpica
recorre España.
Foto: archivo propio.

Nunca he sido aficionada al deporte, pero conocía la historia de los Juegos Olímpicos. Comprendía el enorme honor que suponía que le hubiesen concedido las Olimpiadas a Barcelona. La llama olímpica llegó en barco procedente de Grecia y recorrió toda España. Contemplé como los relevos se pasaban la antorcha encendida por las carreteras de mi ciudad hasta llevarla al Ayuntamiento, donde pasó la noche, custodiada por voluntarios. Yo estuve con ellos durante horas sin imaginarme que, ya en Barcelona, el último relevo prendería una flecha lanzada heroicamente hacia el pebetero ante la euforia de todos.

Montjüic. Barcelona.
Foto: archivo propio.

Vi la gala de inauguración y la clausura de los Juegos Olímpicos en la tele. Las grabé en mi vídeo VHS. Y recuerdo a Matías Prats diciendo que aquello era histórico y que algún día nuestros hijos nos preguntarían: «Papá, papá ¿qué pasó en el 92?». No puedo jurar que fueran sus palabras exactas, pero sí aproximadas. Fueron solo 15 días pero todo salió genial. Los deportistas españoles lograron 22 medallas, un récord para nosotros.

El 92 también nos trajo la construcción de nuestro primer tren de alta velocidad, el AVE, que unía Madrid y Sevilla en menos de tres horas. Salió por primera vez de la estación de Atocha el 14 de abril de ese año. 

Flickr
Cohete Ariadne IV.
Expo Sevilla.
Foto: Flickr.

Yo también llegué a Sevilla en tren, aunque no en el AVE. No me importó. Estaba tan ilusionada de pisar la Expo 92 que ese detalle no podía empañar mi alegría. La Isla de la Cartuja, que yo no conocía, era un mundo de diseño futurista con el cohete Ariadne IV contrastando vivamente con el castillo de la Bella Durmiente que habían colocado (supongo que Disneyland) en otra zona. Había 102 pabellones y participaron 101 países. Daba la impresión de poder visitar el mundo sin salir de casa. Pero era imposible verlo todo. Entramos en los pabellones que nos parecieron más bonitos y tuvimos que renunciar a algunos porque la cola era tan extremadamente larga que suponía varias horas de espera. No pudimos entrar en el Pabellón de España ¡y eso que decían que habían traído cuadros del Museo del Prado! ¿o eran copias? Me tuve que conformar con hacerme un par de fotos en el lago, con el edificio al fondo, pero de esas de cámara analógica que llevaba un carrete de 24 fotos que tenías que dosificar con cuidado y que no sabías si estaban bien hasta que las llevabas a revelar.

Pabellón de España. Expo 92 (Sevilla)
Foto: archivo propio.

Recuerdo el gran edificio que compartían los países latinoamericanos en la plaza de América. Habíamos oído decir que se habían traído un trozo de iceberg y estábamos empeñados en verlo. Encontramos a una azafata y, aprovechando que estábamos en un edificio donde todos hablaban español, le preguntamos dónde podíamos ver el iceberg.

Esto… ¿qué cosa? No entiendo—. Se lo explicamos —¡Ah, el «aisberg»!

Nos hicimos fotos en el Pabellón de la Navegación, subidos en las réplicas de las carabelas de Colón. También estuvimos en el Pabellón de la Naturaleza, en un lugar que parecía trasladarte a un trozo de la selva. Descansamos en otro pensando que así sería el cine del futuro: con butacas medio tumbadas y la pantalla en forma de bóveda tan grande que nuestro campo visual no podía abarcarlo todo.

Fui una más de los millones de visitantes que acudían de todo el mundo a lo largo de aquellos seis meses. Mis expectativas eran muy altas, pero quedé tan encantada que regresé por segunda vez. Primero fui con mis compañeros y profesores y el autocar nos alejó de Sevilla al anochecer. Unos meses más tarde acompañé a mi familia y sacamos billetes de vuelta en el primer tren de la mañana del día siguiente. No nos queríamos perder las proyecciones y espectáculo de luces que se hacían en el lago y en las fuentes. Los pabellones habían cerrado, y más de un centenar de miles de espectadores esperábamos en la gran zona del lago. Nadie salía defraudado. Con aquellas mágicas imágenes en nuestras retinas nos dirigimos, a altas horas de la madrugada, hacia el apeadero de la Expo para esperar que llegara nuestro tren. Nos sentamos en un banco justo delante de un AVE. Mientras miraba su perfil aerodinámico y vanguardista, no imaginé que, años más tarde, me subiría en el AVE tantas veces como para sentirlo una segunda casa. Aquel amanecer, montada en el Talgo vi alejarse el perfil de la Isla de la Cartuja con la tristeza de imaginar que en pocas semanas la Expo estaría cerrada y vacía, que aquello no era más que un sueño del que habría que despertar. Y pensando en los años de trabajo y expectativas que habían desembocado en aquel 1992 lleno de luz, con millones de personas de todo el planeta encantadas con lo que habían visto, con acontecimientos que nos había convertido en la capital del mundo, efímera, pero capital al fin y al cabo… me pregunté: ¿ahora qué? ¿Qué esperar de 1993?

Pinterest
Trenes de Alta Velocidad (AVE) en la Expo de Sevilla.
Foto: Pinterest y Expo92.es

No había acabado 1992 cuando ya se hablaba de despilfarro. Sin interesarme nada la política y la economía, y más ilusionada que práctica, consideraba que habíamos aprobado con nota alta este examen. Eso era lo que me importaba. Luego descubrí que llegó una crisis y más de un escándalo. Pero yo sigo atesorando mis recuerdos bonitos de aquel año.

¿Qué queda en la actualidad de todo aquello? Dicen los expertos que, aunque hubo sombras, fueron más las luces y que valió la pena. Yo sigo sin ser objetiva y me parece que aquel espectáculo en el lago de la Expo es el mejor que he visto nunca, aun con la tecnología de entonces, y a pesar de que quedé encantada con el de Disneyland París años después.

El AVE fue un gran acierto. Aquella primera línea que llevaba de Madrid a Sevilla se ha convertido en toda una red que une muchas ciudades de España y que, incluso, nos convirtió en 2010 en el primer país europeo y el segundo del mundo (tras China) en tener más kilómetros de alta velocidad y eso que España no es un país grande. El AVE «robó» muchos viajeros al avión.

Monumento a las Olimpiadas
de Barcelona 1992.
Foto: archivo propio.

La celebración de las Olimpiadas trajo muchas mejoras a Barcelona y esto se tradujo en un aumento progresivo del turismo que la ha convertido en una de las ciudades más visitadas de Europa. Hace pocos años disfruté de esta preciosa ciudad y subí a Montjüic. Allí siguen las esculturas símbolo de las Olimpiadas y los estadios. Todo cuidado y perfecto.

La Expo transformó Sevilla y la hizo más cosmopolita, más moderna. La ciudad quería que la Isla de la Cartuja se convirtiera en un parque empresarial o científico. Así se creó, reutilizando varios pabellones, el Parque Tecnológico Cartuja. En 1997 se aprovecharon algunas de las instalaciones para inaugurar Isla Mágica, un parque temático y acuático. Hace varios años volví a la Isla de la Cartuja y comprobé que una parte de lo que antaño fue la Expo, está en ruinas. Sin embargo, hay otra parte que se mantiene cuidada y aprovechada con jardines, edificios y salas de exposiciones. Una exposición, precisamente, fue la que me llevó allí sin sospechar que era uno de los 32 pabellones que se han conservado de mi querida Expo. 

Pinterest
Cartel de la Expo 92
Foto: Pinterest.

Lo único que tenía que reprocharle a la Expo era que no supo ver que el futuro estaba en los teléfonos móviles y en internet. Sin embargo, hace unos días descubrí que estaba equivocada. Caí en la cuenta de que era el 30 aniversario gracias a un periódico digital que hablaba de un programa especial emitido en televisión y que yo me había perdido. Y en este artículo hablaban del Pabellón de las Telecomunicaciones. Allí habían conectado monitores de tubo a teléfonos fijos que permitían hacer videollamadas. También tenían móviles con antena. Rectifico mi error después de ver el vídeo 30 años después.

Gracias a este artículo pensé que, si bien es imposible dedicar un espacio en mi modesto blog para todos los aniversarios, quería rescatar mis recuerdos de un año histórico y compartirlo con quien se haya quedado leyendo hasta aquí. Además, he descubierto que hay webs de amigos de la Expo92, la asociación Legado Expo de Sevilla y numerosos vídeos.