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martes, 15 de septiembre de 2020

Nuevo coronavirus, vieja historia

Nunca he querido dedicar ninguna de las entradas de este blog a enfermedades. Pero en el momento de escribir estas líneas se cumplen seis meses desde que la OMS declaró la pandemia de la COVID-19.

https://pixabay.com/es/la-tierra-mundo-550157/
La Tierra
pixabay.com
Hemos visto muchas películas de catástrofes: el planeta era asolado por meteoritos, terremotos, tsunamis, ataques terroristas, invasiones extraterrestres, cambios climáticos bruscos, intensa actividad solar, desordenes en los campos magnéticos y profecías del fin del mundo. Pero muy pocas películas hablaban de una humanidad diezmada por un peligroso virus. Hasta el año pasado la cinta Contagio (Steven Soderbergh, 2011) estuvo catalogada como ciencia ficción, mientras que ahora aparece como drama o acción.

Pandemias ha habido siempre, los científicos no tenían duda de que vendría otra, lo que no sabían era cuándo y qué enfermedad sería.

He oído a periodistas hablar como si esto no hubiera ocurrido antes y he visto en las redes peticiones de que no volvamos a mencionarlo. Y esto me recuerda que hubo pandemias de las que jamás tuvimos noticias y otras que se han olvidado perdidas en la noche de los tiempos, pero también hay algunas con una especie de “pacto de silencio” implícito y un par acalladas directamente. ¿Por qué se dedican varios temas en el colegio a las dos guerras mundiales y solo una frase a la gripe española? ¿Por qué sabemos más de la peste del siglo XIV que de las pandemias del siglo XX? Si la población las hubiera conocido, quizá todos hubiésemos estado concienciados desde el principio.

La enfermedad fue durante mucho tiempo un castigo divino, algo vergonzoso o algo que se mantenía dentro de la esfera privada y no se divulgaba. Pero, esta vez, nadie se está callando. El coronavirus no solo es tema recurrente en las noticias, también han salido ya multitud de libros sobre ello. No se puede hacer Historia, así en mayúsculas, porque deben pasar muchas décadas para tener perspectiva suficiente, pero si se pueden hacer crónicas, ensayos, novelas…

La COVID-19 apareció en Wuhan (China) a finales del año 2019. Es un virus zoonótico (ha pasado de animal a persona) y un gran desconocido que los científicos están estudiando a marchas forzadas. Se extendió por el planeta rápidamente, ayudado por las relaciones comerciales, el turismo y los aviones que nos permiten viajar al otro extremo del mundo en 12 horas. Pero fue subestimado por los países.  La peste y otras epidemias llegaron por las rutas comerciales, a pie o en barco, sorprendiendo a la población.

Las redes sociales bullen con opiniones de todo tipo, desde los que piensan que esto es una gran catástrofe hasta los que creen en conspiraciones mundiales.  Todo el mundo comenta, los ánimos se crispan y los bulos viajan a la velocidad de la luz. Lo que no saben es que las noticias falsas han acompañado siempre a todas las epidemias: de la peste se decía que la habían inventado en laboratorio los judíos (¿os suena de algo?). Y ¿qué mayor bulo que llamar a la pandemia de gripe de 1918 “gripe española” cuando se originó en Estados Unidos?

La única forma que encontraron la mayoría de los países para disminuir la curva del contagio fue el confinamiento de la población. Hemos estado meses encerrados en casa, viendo la televisión, leyendo o utilizando nuestro móviles para hablar o chatear con nuestra familia y amigos. En 1918 una importante compañía de teléfonos publicitaba que la instalación de su aparato en el domicilio permitiría la comunicación entre familiares y amigos confinados.

No fuimos nosotros los inventores del confinamiento. Se ha utilizado en diversas épocas históricas desde los antiguos sumerios.

Cartel en un supermercado.
Junio de 2020.
En marzo de 2020 se cerraron todos los establecimientos, quedando abiertos solo los servicios esenciales (supermercados, farmacias…) con lo que millones de personas no volvieron a su trabajo hasta acabado el confinamiento. Lo primero que cerraron fueron los colegios y el curso tuvo que terminarse online. En 1918 también cerraron los comercios y las escuelas. Crecieron rápidamente los cursos por correspondencia para adultos, en especial los de enfermería.

Se dejaron de grabar series y películas, mientras que la mayoría de los programas de televisión eran reposiciones. Tom Hanks y Antonio Banderas han sido algunos de los famosos que enfermaron, lograron superar la COVID-19 y hoy están felizmente restablecidos. En 1918 se paralizaron todos los rodajes de Hollywood, pero muchos artistas se contagiaronLa diva del cine mudo Mary Pickford y el jovencito Walt Disney consiguieron curarse de la gripe española.

Tampoco es nada nuevo el desconfinamiento paulatino, la presión por reabrir los establecimientos lo antes posible y la temida crisis económica. El hambre acompañó siempre a las epidemias, muchas personas lograron salvarse de la enfermedad pero murieron de inanición.

Señalización de los 2 metros
de distancia interpersonal y
sentido de la circulación en
una tienda. Junio de 2020.
Tras salir del confinamiento, nos encontramos con ciertos cambios para evitar las aglomeraciones que propician la expansión del virus: aforos limitados en comercios, restaurantes, cines y teatros, dispensadores de geles desinfectantes en todas partes, competiciones deportivas sin público presencial y suspensión de ferias, verbenas, fiestas multitudinarias y procesiones. En los aeropuertos y otros lugares se toma la temperatura y hay empresas que exigen pruebas antes de regresar al trabajo. Sanidad indica que aquel que presente síntomas se quede en casa y llame al teléfono habilitado para el coronavirus…

Las redes sociales están repletas de carteles
 con protocolos de protección frente al
 COVID-19. Este es el de salida y vuelta a casa.
Debemos seguir una serie de pautas sanitarias: lavarnos las manos con frecuencia, quitarnos los zapatos en la entrada de casa, ducharnos y cambiarnos de ropa cuando regresemos a nuestro hogar. Los paseos deben ser en espacios abiertos o bien ventilados, hay que mantener dos metros de distancia con otras personas y se ha pasado de saludarnos con un apretón de manos a chocar los codos, cosa que no tiene mucha aceptación, ni parece muy eficaz. Quizá lo que más echemos de menos al volver a ver a un familiar o buen amigo es darle un abrazo o un beso. Pero ambas cosas entrañan peligro. Tras la peste del siglo XIV se perdió la costumbre romana de saludarse con un beso y no se recuperó hasta varios siglos después.

Las recomendaciones de hoy les hubiesen sido totalmente familiares a las personas que vivieron la pandemia de 1918, porque la mayoría son las que ellos siguieron entonces.

Los ayuntamientos de
España difunden mensajes
sobre el uso obligatorio
de la mascarilla.
 Este es de julio de 2020.
Y añadimos a todo esto el controvertido uso de las mascarillas. En estos momentos es obligatorio en España. Hay quien la lleva en el cuello o en el codo y quien, directamente, se niega a llevarla y se le multa… Si a alguien se le está ocurriendo fundar la liga anti-mascarillas, avisarle que llega un siglo tarde porque eso ¡ya lo inventaron en 1918! Aseguraban entonces que las noticias sobre la fiebre española eran exageradas, que la mascarilla no servía para nada y que iba en contra de los derechos y la libertad de los ciudadanos. ¿Habéis oído los mismos argumentos recientemente? Llegaron a reunirse 5.000 personas para pedir la abolición de la mascarilla, incluidos algunos médicos, pero está siguió siendo obligatoria hasta que remitió el contagio. Hoy la multa por no llevarla son 100 euros. El siglo pasado eran 5 dólares que se donaban a la Cruz Roja… y resistirse te conducía directo a la cárcel.

Pero las multas no disuaden a muchos de la desobediencia, ni las advertencias sanitarias impiden que se formen grandes aglomeraciones en celebraciones, fiestas clandestinas y manifestaciones. La creencia de que la peste era el fin del mundo llevó a muchos a lanzarse a los placeres de la carne, mientras otros hacían procesiones rogativas por la salvación y así aumentó el contagio en el siglo XIV. La disminución del número de víctimas a principios del verano de 1918, relajó las costumbres de la gente, que volvió a llenar las calles y las salas de fiestas propiciando la llegada de la segunda ola en agosto, aún más grave que la primera.

Hay muchas personas que creen que una catástrofe saca lo mejor de cada uno y los actos solidarios se convierten en una unión de todos, como si fuéramos una colmena luchando por salir adelante. Sin embargo, también puede sacar el egoísmo y la peor cara del ser humano. Actuar cada cual por su cuenta ante un virus contagioso solo conlleva alargar la situación.

Sabemos que superada la catástrofe, la mayoría de las veces, cada cual ha seguido a lo suyo. Pero la historia conoce varias pandemias en las que la humanidad salió fortalecida y consiguió progresar.

El coronavirus no es tan virulento como las epidemias que vivieron nuestros antepasados, pero aún no sabemos cuánto durará, cómo saldremos de ella y el saldo de víctimas que dejará. Podemos seguir perdiéndonos en discusiones políticas y económicas que abren un abismo, especulando sobre un plan perverso o evadiéndonos con el alcohol en las fiestas clandestinas… o podemos ser prudentes, solidarios, asertivos y unirnos para intentar salir con bien de esta lo antes posible.