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jueves, 29 de abril de 2021

Sin reloj.

Me he acostumbrado a mi nueva forma de vida. Dicen que el ser humano es capaz de adaptarse a todo. Aunque echo de menos mi vida anterior, me consuela saber que esto será solo durante una temporada… pero se está haciendo muy larga.

A veces da pereza salir a la calle nada más que por todo lo que hay que hacer al volver: poner la ropa a lavar, desinfectar lo que has traído de fuera, ducharte… Sé que hay mucha gente que no hace esto porque parece ser que el bicho no está en las superficies. Y sé que hay otros que no salen para no someterse a este ritual de entrada a casa. Si tienes imaginación y ganas de evadirte de la realidad puedes jugar a ser un astronauta que regresa a la Tierra… Sí, ya sé que ni tenemos edad, ni está la cosa para bromas… Pero esos pensamientos tontos me ayudan a cumplir todas las directrices sin quejarme tanto de la mascarilla, ni de cómo se estropea la ropa con tanto lavado en agua caliente…

Tengo productos desinfectantes que parecen un insecticida. Cuando vuelvo de la calle voy limpiando los pomos de las puertas y los interruptores que he tocado sin lavarme las manos. El bote suelta ese silbido desagradable mientras imagino que persigo a una mosca que se frota las patitas y se limpia las alas irritantemente. Luego embadurno de alcohol las llaves y la cartera. Cuando esto acabe, mi móvil y yo iremos a alcohólicos anónimos, él para que no tenga tentación de más chupitos de alcohol de 70º y yo para acallar mi conciencia por ser la única culpable de haberlo ahogado en ese líquido transparente con la excusa de desinfectarlo porque venía de la calle llenito de bolitas coronadas… o coronitas… ¡Uy, lo retiro! A mi primo Alberto no le va a hacer ninguna gracia esta bromita, porque le debe mucho a esa buena gente.

Puede parecer raro, quizá insensible, pero de todas las instrucciones que me dieron, la que más me pesó fue la de la bisutería: salir a la calle con el pelo recogido y sin ninguna clase de adornos metálicos. Sí, ya sé. Nadie sigue esa pauta. Todas las chicas, sobre todo las de mi edad, van a pasear con el pelo suelto y maquilladas… no es que el color blanco de la mascarilla sea muy favorecedor, pero siempre quedará mejor que el marrón sucio asqueroso del tono 3 de la marca “se adapta totalmente a tu tono de piel y no mancha” ¡Que no mancha! ¡Qué buenos publicistas que logran que te lo creas! A mí me gustan las mascarillas rosas que venden en la perfumería de mi barrio, lo dejo como pista para regalo útil ahora que se acerca mi cumpleaños… Y por supuesto, todas mis amigas llevan los pendientes, anillos, pulseras y collares que les da la gana y se compran más y más… ¡Ay! ¡Qué envidia!


Me dicen que estoy loca por seguir esas medidas, pero mi pelo me está más que agradecido de que no lo aplaste todos los días entre las planchas de cerámica a altas temperaturas para que quede bien lisito. He descubierto que le gustan las coletas, se ha enamorado de la goma y es feliz cuando se abraza muy fuerte a ella.

Tengo todas mis joyas, las buenas y las de fantasía, guardadas en multitud de joyeros repartidos por mi habitación. Ahí llevan un año encarcelados preventivamente por si acaso es cierto que al bicho le gusta el metal tanto como para intentar quedarse a vivir en él. Aquel cartel de recomendaciones dictó la sentencia, aunque todavía no he descubierto de cuánto tiempo es la pena.

Muchos países difundieron un protocolo de recomendaciones
para salir de casa durante la pandemia declarada en 2020.

Pero lo que llevo peor es lo del reloj… porque entre las cosas metálicas, se encuentran también mis relojes. Me dice mi amiga Almudena que ya no me hace falta ningún reloj porque el móvil lo hace todo… ¡Calla, calla, Almu, deja al pobre móvil que bastante tiene con no ponerse en huelga indefinida por los baños de alcohol diario que le doy!

Yo era de esas que no se quitaba el reloj ni para dormir. Pensaba que no podía vivir sin él. Lo nuestro era amor, aunque confieso que yo siempre le he sido bastante infiel… Tengo dos docenas. Estos no están repartidos anárquicamente por la habitación, sino muy ordenados en una vitrina expositora… Cada cual expone lo que quiere. ¿Digo yo algo de que la vecina del quinto tenga en el mueble del salón una colección de muñecas de porcelana que dan mucho miedo? Y eso que no entro en su casa, por lo de no pisar su parqué con los zapatos de la calle y no respirar los aerosoles. Desde la puerta las veo mirarme fijamente cuando voy a llevarle a la pobre los productos pesados de la compra, como buena samaritana que soy. Me estremezco solo de acordarme de las miradas de esos ojillos pintados hasta los que llegan los encajes de sus ropas antiguas.

Echo mucho de menos a mis relojes. Y especialmente a uno… el rosa de manecillas que tiene calendario en la esfera. Tengo otros muchos bonitos, pero este siempre fue mi preferido, aunque no supe muy bien por qué hasta el año pasado. Mi reloj es sensible e inteligente, inteligente de verdad. Entre todos los objetos inanimados que siguen cómo si tal cosa, él sabe lo que está ocurriendo. Cuando salí aquel sábado al supermercado para aprovisionarme de todo para quince días, ¡quince días, ilusa de mí!, él iba en mi muñeca y era testigo de cómo las estanterías se quedaban vacías, la gente se peleaba por el papel higiénico y yo trataba inútilmente de que nadie se acercara demasiado a mí en mitad de aquel caos. Me acompañó todo el tiempo y se quedó junto a mi piel cuando ya había guardado todos los víveres, me había duchado y me había sentado en el sofá perpleja ante la televisión, sin saber muy bien si tenía que seguir allí esperando que alguien saliera diciendo “¡inocente, inocente!” o volviera a repetirme que aquello iba totalmente en serio y no era un simulacro.

No era un simulacro, no. Bien lo supe cuando el domingo por la mañana el silencio más desesperante se tragó todo y la ciudad desierta se volvió un fantasma salido de una película apocalíptica. Pero mi reloj rosa lo supo antes que yo y quiso hibernar hasta que esto pasara, así lo entendí y así será. Tengo una pila nueva esperando para que deje de marcar el momento en que el pobre se asustó y se paró: las 00.01h del 15 de marzo de 2020.

© MJ



Recomendaciones para entrar en casa difundidas
por muchos países durante la pandemia de 2020.

jueves, 15 de abril de 2021

Aniversario de la fundación de Venecia.

El pasado día 25 de marzo de 2021 a las 12 de la mañana se cumplieron 1600 años de la fundación de Venecia y la ciudad lo celebró discretamente debido a la pandemia. Los festejos se alargarán todo un año para que se puedan realizar diferentes actos conmemorativos. Como dijo su alcalde, la Serenissima sigue viva.

Vistas del Gran Canal.


En Europa no estamos acostumbrados a conocer el día exacto, hasta con hora incluida, de la fundación de nuestras ciudades. Pero la tradición veneciana recoge su nacimiento el día 25 de marzo del año 421 d.C. basándose en un manuscrito posterior, el Chronicon Altinate, donde se narra cómo se estableció un puerto comercial y se colocó la primera piedra de la iglesia de San Giacomo de Rialto, que se convirtió en la única construcción superviviente durante el gran incendio que asoló la zona en 1514 según recogen los Diarii que vuelven a citar a las crónicas anteriores.

Islas que forman Venecia.
Los historiadores respetan esa tradición pero aclaran que está más cerca de la leyenda que de la realidad. La creación de Venecia fue un proceso gradual fruto de asentamientos temporales de personas que huían de las invasiones bárbaras durante el Imperio Romano. Los bárbaros no podían adentrase en la laguna con los caballos, por lo que se convertía en un refugio seguro pero en un entorno muy difícil. Sin embargo, no tuvieron más remedio que establecerse en las islas cuando los hunos los obligaron a desplazarse hasta allí en el siglo V.

En el año 466 se estableció un sistema de autogobierno. Con el paso del tiempo Venecia se convirtió en la fortaleza militar del Imperio Bizantino, pero fue logrando autonomía con el preciado monopolio de la sal y acabó consiguiendo la independencia. El comercio y su industria naval la convirtieron en una de las potencias más importantes del Mediterráneo, hasta el punto de escenificarse ese dominio en una ceremonia casi sagrada. El día de la Ascensión de cada año desde 1177 tenía lugar los Esponsales del mar que finalizaban con la llegada del Doge en la cubierta revestida de oro del Bucintoro (una enorme galera que era el tesoro nacional) al puerto de San Nicolo donde arrojaba un anillo de oro como símbolo del enlace de Venecia con el mar. Estos festejos iban acompañados de indulgencias para todos los que visitaran la Basílica de San Marcos en los días siguientes, con lo que la ciudad se convertía en un centro de congregación de peregrinos que después continuaban su viaje hacia Tierra Santa.

Como vemos, Venecia está jalonada de símbolos y fechas clave y una de ellas es el año 1204, cuando, en el saqueo de Constantinopla durante la Cuarta Cruzada, las fuerzas venecianas se llevaron los caballos de bronce que se encuentran desde 1254 en la basílica de San Marcos.

Reproducción de los caballos en la terraza de la basílica de San Marcos.
Los auténticos se encuentran en el museo interior del templo para preservarlos.

Pero no todo iban a ser días de gloria y la ciudad de los canales también vivió momentos aciagos. Venecia sabe mucho de epidemias y la peor que vivió fue la peste de 1348 que se cobró la vida de las tres cuartas partes de la población. Fueron los venecianos los primeros en utilizar la palabra cuarentena (en referencia a los cuarenta días que Jesús pasó en el desierto) y en hacer el primer confinamiento de una ciudad que tenemos documentado (su colonia en Dubrovnik durante el brote de peste de 1377). Ya desde época romana, una de las islas de Venecia fue utilizada como Lazzaretto, y los contagios crecieron hasta el punto de que hubo que distinguir entre Lazzareto Vecchio y Lazzareto Nuovo. Por todos los conocimientos acumulados durante las epidemias que sufrió se convirtió en 1480 en el primer lugar occidental en instaurar un registro de epidemias conocidas y fundar una institución de sanidad.

En el siglo XVI empezó el declive de esta gran potencia, cuando el Imperio Otomano la cercó, arrebatándole sus enclaves más estratégicos.

Los historiadores no pueden fijar la fecha exacta de la fundación de Venecia, pero sí conocen la fecha del fin de la poderosa República: el 12 de mayo del año 1797.

Napoleón eligió el día de san Marcos, patrón de la ciudad, el 25 de abril, para su ofensiva. El pueblo intentó detenerlo al grito de “¡Viva san Marcos!” mientras hondeaban las banderas del león, pero todo fue inútil. El 12 de mayo Venecia se rindió sin poder evitar el saqueo y la humillación a la que fue sometida: las tropas napoleónicas asaltaron las iglesias y los palacios robando obras de arte de gran valor, entre ellas los caballos de bronce de la basílica de San Marcos que acabaron coronando el Arco de Triunfo del Carrusel en París (aunque fueron recuperados en 1815). Pero lo que más dolió a los venecianos fue ver cómo destruían el Bucintoro, uno de sus símbolos más queridos, hundiendo también en la laguna una ceremonia con más de 600 años de historia: los Esponsales del mar. Después de aquello todo el Véneto acabó formando parte del Imperio Austriaco, lo que hizo crecer el nacionalismo y alimentar la futura unificación de Italia.

Uno de los canales.
Vivir en Venecia siempre fue difícil. Desde el principio se tuvo que establecer un plan de drenaje y cimentación para levantar la ciudad. A unos diez metros de profundidad hay un estrato de terreno muy sólido llamado “caranto” sobre el que los venecianos fueron plantando millones de palos que, seis siglos después, siguen manteniendo todas las edificaciones. Pero, a día de hoy, continúan luchando con el “acqua alta”, una marea que inunda todo y que cada vez sucede más frecuentemente. Para impedir que Venecia se hunda, Italia ha creado diferentes sistemas, actualmente tienen el Módulo Experimental Electromecánico, al que llaman MOSE (en referencia a Moisés que separó las aguas del Mar Rojo).

Existe el dicho de que hay que visitar Venecia una vez en la vida. Está considerada una de las ciudades más bellas del mundo, y millones de turistas acuden cada año. Muchos lo hacen en verano y otros durante su mundialmente famoso carnaval. Pero también es buena fecha para visitarla el domingo siguiente al día de la Ascensión. ¿Por qué ese día? Porque desde 1965 se recuperó la histórica fiesta de los Esponsales del mar, aunque ya no tenga la magnificencia de antaño.

Plaza de San Marcos. Venecia.

Nota: en el momento de escribir estas líneas no se recomienda viajar por la situación de pandemia. En muchos lugares existen restricciones en vuelos y en accesos a ciudades. Hay cierres o límites de aforo en monumentos, museos y hostelería.