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martes, 30 de diciembre de 2014

Isabel: de la Historia a la televisión II



La web que Televisión Española tiene dedicada a la serie es muy completa. Allí, no solo pueden verse todos los capítulos, sino que además tenemos las curiosidades históricas y los especiales #tantomonta (encuentros con los actores). Interesantes son las explicaciones de la asesora histórica de la serie Teresa Cunillera, que nos desvela qué partes son fieles a los acontecimientos y cuáles han sido ficticias. Además de la imprescindible intervención de Óscar Villarroel, profesor de Historia de la UCM, y que no siempre está  de acuerdo con la visión de Cunillera, lo que nos demuestra la difícil tarea de documentación y guionización de la Historia. Es de agradecer que se nos dé diferentes puntos de vista para que los espectadores podamos tener nuestra propia visión de los hechos.
Escultura de Isabel la Católica.
La serie ha tenido tanta importancia que se ha convertido en parte del material didáctico para la enseñanza de la Historia. Los profesores en los institutos utilizan los capítulos de la serie para sus clases. En el momento del rodaje los actores no eran conscientes de que ahora, para varias generaciones de jóvenes, ellos son los rostros de personajes tan importantes como Isabel, Fernando, Colón o Juana.

La producción, la dirección de arte, el vestuario, han estado tan cuidados (a pesar de contar con medios limitados) que se han convertido en ejemplo a seguir por diferentes producciones. A falta de documentación tan fiable como pudiera ser en la actualidad una fotografía, la serie se ha basado para recrear los grandes acontecimientos en los mejores cuadros de nuestros más afamados pintores.

"La rendición de Granada" obra de Francisco Pradilla.

Se han grabado las escenas en los lugares reales (el Alcázar de Segovia, la Alhambra de Granada o el Arco de la Estrella en Cáceres) dándose la paradoja de que los actores, caracterizados como el personaje histórico que interpretaban, han pisado el mismo suelo, han paseado por las mismas calles que la persona real a la que dan vida. La ficción imitando a la Historia en los mismos lugares físicos pero separados por un océano de tiempo.

Arco de la Estrella (Cáceres). A veces, sin pretenderlo, te encuentras en una "ruta isabelina".

Las agencias de viajes no han tardado en crear las “Rutas de Isabel la Católica” y ahora puedes comprar uno de estos paquetes vacacionales y pasearte por las ciudades donde la reina vivió. Las mismas páginas oficiales de turismo de Extremadura o Castilla y León te ofrecen todo el itinerario para que lo realices a tu aire.

No han faltado las exposiciones, como “Isabel y su tiempo” que han recorrido la geografía española mostrándonos la indumentaria y armamento utilizado en el rodaje.

Trajes de la exposición "Isabel y su tiempo".

La serie ha contado también con sus propias obras literarias: tres libros. El primero de ellos fue Isabel  que relata la vida de nuestra protagonista, con el subtitulo: todos conocen a la reina, pero ninguno a Isabel. Su autor, Javier Olivares, es también director argumental y jefe de guión de la serie. Obra que, a pesar de estar impresa con anterioridad, Plaza&Janés tuvo guardada hasta el estreno de la serie de televisión. La segunda parte Isabel, la conquista del poder y la tercera Isabel, el fin de un sueño fueron escritas por  Martín Maurel.

Ha sido tal el movimiento creado en torno a la serie que los, entonces, Príncipes de Asturias y actuales reyes de España, estuvieron presentes en el rodaje del último capítulo.

Precisamente para ese último capítulo se hizo un preestreno con muchos de los actores en los cines Capitol de Madrid el día 26 de noviembre de 2014 en el 510 aniversario de la muerte de Isabel y hasta allí, aún sin entrada, llegaron miles de fans disfrazados al más puro estilo isabelino.


La serie, no solo ha gozado de buena crítica y gran acogida por parte de los espectadores españoles,  sino que se ha convertido en una de las series más vendidas en los festivales internacionales, contándose en 22 países los que adquirieron los derechos de emisión a principios del año 2014. En el momento de escribir estas líneas se ha firmado el acuerdo para continuar con más temporadas, centrándose en la vida y reinado de Carlos V.

jueves, 18 de diciembre de 2014

Isabel: de la Historia a la televisión I


Como decíamos aquí la Historia debe ser objetiva pero, por desgracia, pocas veces lo es. La visión que cada bando ha dado de los acontecimientos de su tiempo y la visión propia de la mentalidad que cada época ha otorgado a los hechos históricos dificultan enormemente la tarea del historiador.

Hay personas que han sido decisivas en la Historia, que han cambiado el rumbo de los acontecimientos; sin ellas, sin su determinación, el mundo sería otro. A estas personas se les suele reconocer el mérito que tienen y darles la importancia que merecen, pero cada época las juzga desde su punto de vista, de la idea del bien y del mal que impere en ese periodo, de lo “políticamente correcto”, o simplemente de lo que conviene en ese instante. Y  en todo momento los he llamado personas y no personajes, porque eso fueron: personas. Antes de que sus nombres quedaran grabados en los libros de Historia, antes de que se fraguase su fama, antes de que tomaran esta o aquella determinación que cambió el rumbo del mundo, por encima de todo eso eran personas. Tuvieron sus dudas, sus miedos, sus alegrías, sus tristezas, sus contradicciones, sus aciertos y sus errores. Sobre todo tuvieron sus luces y sus sombras, ambas, por más que en diferentes épocas se haya querido mostrar solo una de ellas. ¿Cuál predominó? ¿Cómo podemos saberlo? Hallaremos cientos de libros que hablen del personaje histórico pero pocas veces hablaran de la persona. Esa parte es demasiado difícil de tratar.

En la actualidad, en diversos países, la ficción televisiva ha dado cuerpo y alma a los personajes históricos más importantes y los ha acercado a los espectadores. En España parecía que eso nos daba más pudor, o quizá más temor a que el público no se mostrara interesado en la historia que nos querían contar. Pero ¿por qué habría de importarnos más la historia de los Tudor que la de los Reyes Católicos? ¿Sería un hándicap que la cantidad de hechos históricos que se precipitaron en aquella época fueran tan bien conocidos por la mayoría de los españoles? ¿Quizá el hecho de que los Reyes Católicos fueran “santificados” durante un tiempo, para luego demonizarlos, pudiera herir más de una sensibilidad?

Alcázar de Segovia. Isabel vivió allí en diferentes periodos de su vida.

Lo cierto es que la serie “Isabel” se rodó. Y estaba dispuesta a dar un punto de vista diferente sobre la reina más famosa de nuestra Historia. Querían centrarse en la persona, en la lucha de esa mujer por llevar las riendas de su destino en un mundo de hombres. Querían mostrarnos cómo la chiquilla apegada a su madre llegó a convertirse en la reina que cambió el rumbo de la Historia de nuestro país. Pero no lo tenían fácil, precisamente por sus luces y sus sombras. Además la época histórica era especialmente compleja de relatar por todos los frentes abiertos que mantuvieron y corrían el peligro de que a los espectadores de hoy en día les pudiera parecer aburrida, tediosa o incomprensible.

Lo cierto es que, a pesar de haber sido rodada, la serie “Isabel” se mantuvo guardada en un cajón, en la nevera, a la espera de no se sabía muy bien qué. Tanto tiempo pasó que los propios actores reivindicaron su trabajo y salieron a la palestra a pedir que su serie se emitiera. De hecho, aunque la serie estaba concebida para tener tres temporadas, y solo se había grabado una, se pensó hasta en destruir los decorados.

La serie empezó a emitirse algún tiempo después con el título: “Isabel. Los años jóvenes de una reina”. Su primera escena fue la muerte de Enrique IV y la coronación de Isabel como reina de Castilla, para luego hacer un flashback hasta la adolescencia de la protagonista. Esto hizo que los espectadores pensáramos que la serie iba a contar solo esa época de su vida. Pero nos equivocamos. En seguida, bien por seguir el plan previsto, bien por el éxito obtenido, se comienza a grabar la segunda temporada donde se narra la Guerra de Sucesión Castellana, la conquista de Granada y hace su aparición en escena Cristóbal Colón. Para entonces, el subtítulo de la serie había desaparecido. En la tercera veremos la gran aventura colombina y la fragilidad de los éxitos conseguidos, los matrimonios de sus hijos y la desgraciada suerte de su familia, para terminar en la locura de Juana y la muerte de Isabel.

Salón del trono en el Alcázar de Segovia.

La serie nos ha hecho ver que no conocíamos tanto la historia como pensábamos, que la realidad supera a la ficción y que ninguna ficción nos hubiese hecho creer que tales acontecimientos pudieran ser verosímiles.

Evidentemente no todo puede ser histórico, hay conversaciones de las que no podemos saber y detalles íntimos que no han llegado hasta nosotros. Los guionistas no han ocultado que alguna vez han tenido que recurrir a la fabulación para completar lagunas, para captar el interés del público y que se han tomado alguna que otra licencia.

Sorprende saber que dos de los momentos más románticos de la serie no tienen nada de ficticios. Histórico fue el hecho de que Fernando, para cruzar la frontera de Castilla y reunirse con su ya prometida, tuvo que disfrazarse de mozo de mulas y hacer parte del viaje como un sirviente. Igualmente histórico fue el momento en que Isabel, que aún no conocía el rostro de Fernando, lo buscaba con la mirada en mitad de una fiesta y Cárdenas le susurraba un “ese es, ese  es” que recogen las crónicas.

A pesar de que haya hechos que entonces se juzgaban normales y hoy serían considerados crueles, Isabel, en general, sale bastante bien parada. Tampoco se nos ha querido ocultar el carácter de Fernando que, no en vano, inspiró a Maquiavelo su famosa obra “El Príncipe”.

"Tanto Monta" lema de los Reyes Católicos que se encuentra en muchos edificios de nuestra geografía.
Esta foto pertenece a la Aljafería (Zaragoza).

Lee "Isabel: de la Historia a la televisión II"

sábado, 29 de noviembre de 2014

Una visión de la Historia y los historiadores.


La Historia es una ciencia social, pero estamos acostumbrados a que las ciencias sean exactas y la Historia pocas veces lo es. A veces ni siquiera es social porque se pierde en números (tal año, tantos caídos en tal guerra, tantas fanegas de grano…). Cuanto más nos alejamos en el tiempo menos exacta es la Historia.

Hay muchas formas de ver la Historia y cada época ha tenido la suya. Hay quienes piensan que la Historia es lineal y otros que están convencidos de que es circular; quienes se han ocupado únicamente de los grandes personajes y otros que hablan de la humanidad, de esa “masa social” que jamás será recordada con sus nombres y apellidos. Son muchos los que cuentan los acontecimientos a secas y muchos otros los que hablan de causas y consecuencias.

 Imaginemos una persona que escribe un diario. Podríamos decir que sabemos todo sobre su vida, día a día y también, por extensión, de una parte de la historia de su época. Pero en ese diario tendremos la versión de quien escribe, que no siempre concuerda con la realidad. Si dos personas han visto una misma escena es muy difícil que ambos testimonios sean exactamente iguales. Todo está condicionado por su forma de ver las cosas, sus ideas, su educación, la información u opinión que se tenga del hecho. La psicología de esa persona interviene en los recuerdos, los modifica e incluso llega a falsearlos inconscientemente. Lo ideal es tener la versión de ambas partes, compararlas y sacar las conclusiones. No podemos confiar en un solo testimonio, aunque venga del cronista o biógrafo más escrupuloso.

Uno de los personajes históricos que mejor conocemos es Carlos V porque tenemos reseñado y recogido cada uno de los días de su vida, desde qué comió hasta si fue de caza o recibió a alguien en audiencia. ¿Podemos afirmar que lo sabemos todo?

Asombra saber lo que Luis XVI escribió en su diario personal el martes 14 de julio del año 1789:

Nada reseñable.

¿Nada? ¿La Toma de la Bastilla no le pareció suficientemente importante al monarca? ¿Se refería a la partida de caza del día? Si no tuviéramos otras fuentes, pensaríamos que ese día no ocurrió nada, sin embargo es la fecha que se toma como comienzo de la Revolución Francesa.

A veces la Historia ha sido falseada deliberadamente. Se han dado por verdaderos documentos inexistentes y se han falsificado otros. Dos ejemplos que marcaron definitivamente el curso de los acontecimientos son: la conocida como Donación de Constantino, documento por el que se reconocía al Papa Silvestre I como soberano de Roma y que, ya desde la Edad Media fue tenido por falso, cosa que demostró Lorenzo Valla en 1440; y la bula Papal que necesitaban los futuros Reyes Católicos para contraer matrimonio (ya que eran primos) y que el Papa Paulo II se negó a emitir, pero que apareció en el momento oportuno.

La Historia para que sea una ciencia exacta, exacta en la realidad de los hechos de los que trata, necesita una serie de pistas, de testigos, como en un juicio. Tiene mucho de detectivesco, de rompecabezas. De un objeto, de una pisada, de una pintada, hay que reconstruir la realidad. De un testimonio de la persona que estuvo ahí (normalmente un documento) se tiene que extraer lo verdadero, intentar dilucidar qué hay de partidista (por motivos religiosos, políticos, sociales o personales) en el documento. Pero para ello el historiador también debe desprenderse de lo partidista que haya en él. Debe ser objetivo, no tomar partido por nadie, olvidar sus propias inclinaciones políticas o religiosas, sus simpatías hacia tal o cual personaje, sus antipatías hacia otros y extraer la verdad. Es su labor de científico, es su prueba de laboratorio, es su labor de detective, es su misión verdadera. Si, a sabiendas, se deja arrastrar por alguno de estos factores no es un buen historiador si no un contertulio que te dará su opinión, que será tan válida como la de cualquiera y, sin duda, mejor documentada, pero no será la verdad. Aunque para llegar a la verdad hay que estar convencido de que verdad solo hay una.


Se dice de muchas personas que son o serán juzgadas por la Historia, aunque lo cierto es que, en realidad, los jueces son los lectores.



miércoles, 29 de octubre de 2014

Reflexiones: hoy las ciencias adelantan que es una barbaridad


La primera vez que Mariana escuchó sonar el teléfono ni siquiera se atrevió a acercarse. El timbre retumbó en todos los rincones de la habitación y en la sesera se le afianzó la idea de que era cosa del diablo. Aquello no podía ser bueno y rezaba para no tener que ser ella la que descolgara el aparato. ¡Menuda ocurrencia haber mandado instalar aquel invento demoniaco en la mansión! Pero ella era solo una criada a la que tocaba obedecer  los mandatos de la señora, por muy maléficos que fueran. Ahora se sonreía al recordarlo. No fueron pocas las veces que, temblando, tuvo que atender el teléfono sin tenerlas todas consigo… ¿sería una voz realmente humana la que sonaría al otro lado? Pero aquello no era obra del diablo, al contrario, era un milagro. Un milagro que, llegado el momento, la llevó a hacerse amiga de la telefonista, quien muchos años después, sería la encargada de ponerle las conferencias a Madrid para poder hablar con su Nicolás. Nicolás había llegado a su pueblo con el cinematógrafo y ella, sin saber muy bien cómo, había terminado por aparecer en la película que se rodaba. El muchacho no se dio por vencido hasta conseguir que sus requiebros terminaran en boda, aunque para ello tuviera que dejar Madrid, la farándula y acabar conduciendo, durante un breve espacio de tiempo, un vehículo de la muy renombrada fábrica Hispano-Suiza como chófer de la insufrible señora de la mansión.

Teléfono de principios del siglo XX.

Ahora le venía a la memoria aquel día en el que, como tantas veces, iba sola por el camino, con su cesta de mimbre. Detrás de ella se acercaba a toda prisa una nube de polvo como traída por un feroz vendaval y el sonido de un terrible vehículo. El claxon la sobresaltó sin remedio.

“¡Rediez!” murmuró creyendo que eran los orates de siempre. Pero no, en esta ocasión era la alegre y encantadora Soledad que, mofándose de los hombres que pretendían protegerla, se había escapado con el coche. Aún los elegantes Hispano-Suiza no se veían por los caminos de España, pero el vehículo que conducía Soledad era el más moderno y veloz de aquellos años.

La jovencita se ofreció a llevarla al pueblo.

-¿Qué? ¡Ni hablar! ¡Yo no me subo a ese cacharro ni loca! Prefiero ir andando, como toda la vida. No me gustan los inventos modernos.

Soledad la miró entre divertida e incrédula. Tuvo que insistirle y hacerle notar que el mundo moderno traía nuevos avances a los que debían sacar provecho. No estuvo presente, pero intuía que aquella expresión de espanto que dibujaba su bello rostro debía ser la misma con la que se vistió el día que instalaron el teléfono en casa. La conocía bien.

Porfiaron durante unos minutos hasta que Mariana consintió en acomodarse en la bestia de hierro. Tenía miedo, pero también curiosidad y un poquito de ilusión. Con una sonrisa se asió donde pudo y pidió a la señorita que no corriera.

-Agárrate, qué vamos a volar- sonrió Soledad arrancando el motor.

En su primer viaje en coche descubrió lo rápido que podía ir y venir del pueblo a la mansión y hacer los recados. Sin embargo, siguió sin gustarle aquel cacharro y, menos aún, cuando su aventura automovilística terminó chocando contra un árbol. Felizmente no hubo grandes males que lamentar.

Un modelo de la famosa fábrica de automóviles Hispano-Suiza. Hacia 1920.


A finales del siglo XIX y principios del XX, escenas como las narradas en la serie El secreto de Puente Viejo eran de lo más comunes. Comenzaba una nueva era, una época en la que las “ciencias avanzaban una barbaridad” y los nuevos inventos iban sucediéndose unos a otros dejando anticuado el mundo que tan solo unos años antes se parecía tanto al de los padres y los abuelos. A la gente mayor le fue más difícil adaptarse, algunos veían algo de brujería en todo aquello, pero otros asistían entusiasmados al avance de la tecnología. Las personas de mente abierta y los jóvenes ávidos de novedades aceptarían encantados el cambio que comenzaba a transformar la vida cotidiana. Para los que vinieron después tampoco fue fácil, ya que, aunque habían escuchado sonar el teléfono desde su más tierna infancia o habían montado en coche, aún les esperaban más inventos revolucionarios y más revoluciones tristes y trágicas. Pero hubo una generación, esa que contábamos, a la que le sorprendió en un momento determinado de su vida y se fue adaptando poco a poco, bien por convencimiento propio, bien por imposición del devenir de los acontecimientos.

Hubo un tiempo en el que no estaba claro qué invento triunfaría y qué desatino sería relegado al olvido. Es sencillo de entender, en ese momento, todos los avances (como ya había ocurrido en tiempos pasados con el tren o el telégrafo) estaban en fase “experimental”, cómo saber lo que era un genial invento que se perfeccionaría o un autentico disparate.

Hubo un tiempo en el que todo convivió. Igual que las personas mayores (y muchas jóvenes) podían resistirse a subir a un automóvil o a utilizar el teléfono; los caballos, carros y carretas seguían siendo los medios de transporte más frecuentes para cortas y medias distancias (en esta época ya no encontramos mayores problemas para subir a un tren) y el correo seguía su auge sin perder resuello frente al teléfono (que solo podía permitirse uno de cada mil habitantes) o, incluso, el telegrama (qué podía ser muy rápido, pero no admitía extensos mensajes).

Esto que se nos presenta tan claro con la perspectiva que nos da el tiempo, se repite, casi invariablemente, en cada generación. Hace unos años nos creíamos los más listos y modernos al enseñar a nuestros padres a programar el vídeo. Hoy en día podemos pelearnos frente a nuestro ordenador o reprimir los deseos de estrellar el móvil contra el suelo por no ser capaces de entenderlos y manejarlos. Sin embargo, un quinceañero tocará un par de teclas y todo estará solucionado. ¿La expresión de nuestro rostro reflejará entonces el mismo espanto que la de Mariana cuando sonó el teléfono o Soledad hizo rugir el motor de su automóvil?



domingo, 28 de septiembre de 2014

Reflexiones: antes y después del 2000. Nuestra percepción del tiempo.



Este año se conmemora el centenario de la Primera Guerra Mundial. Ahora casi nadie la recuerda con su verdadero nombre, la Gran Guerra, porque, por desgracia, tuvimos otra Gran Guerra varias décadas después. 


Cuando los nacidos antes de 1985 cursábamos nuestros estudios, 1914 nos parecía un año tan lejano como una terrible pesadilla que borra el sol de la mañana. Habían pasado muchas décadas y aquello parecía el siglo XIX o el XVIII, que lo mismo nos daba en cuanto a percepción temporal. Estaba muy lejano y hasta muy ajeno a nosotros que teníamos televisor, teléfono, ordenadores personales (que utilizábamos solo para jugar como el Comodore 64), vídeos y cajeros automáticos. Sin embargo, si pensábamos en cien años después de esa fecha, es decir, en 2014, creíamos aún que era un futuro muy lejano, donde los robots harían las tareas de casa mientras nosotros pasábamos unas vacaciones en la Luna. Y eso quien se atrevía a especular sobre esa fecha, porque pocas imaginaciones llegaban más allá del 2000, nuestra barrera psicológica. 

Coche de 1914 frente a otro de 2014.

Pensad en nosotros creyendo en 1985 que el 2014 era tan lejano en el futuro como 1914 en el pasado. Y era tan lejano en la imaginación colectiva que cuando se rodó Regreso al futuro II ambientado en 2015 todos nos lo creímos. Sí, que se den prisa los inventores porque les queda menos de un año para poner en las calles el monopatín volador, el traje autoajustable, los videojuegos sin manos, (y aún no hemos visto ningún anuncio del coche volador…)

Regreso al Futuro II

Si vamos un poquito más adelante en el siglo XX, a esa época llamada los felices años 20 (que se quebró en el 29) nos encontramos con faldas cortas y charlestón… Sí, también muy lejos en el tiempo… ¿Y 2020 está muy lejos? Es nuestro futuro inmediato… y sin embargo, cuando veo alguna película o serie ambientada en 1920 pienso que nosotros aún no hemos llegado al equivalente a esa época, a ese lugar en el tiempo que era el futuro en 1914 y el pasado más lejano en 2014. 

Los años 20.

Nosotros, para las personas de 2085, seremos unas antiguallas, esos que lo mismo da que sean de 2014 que de 1914. ¿Qué sabrán de nosotros? ¿Qué habrá sobrevivido en las páginas de la Historia general si es que les sigue importando la Historia? ¿Qué se enseñará a los estudiantes? ¿Se detendrán a ver parte del legado de imágenes que les habremos regalado o nos juzgaran por una película ambientada en la época de la crisis de principios del siglo XXI? Es más, ¿los descendientes de esos programadores lumbreras que pusieron solo dos cifras en los ordenadores se habrán preocupado en digitalizar al nuevo formato que se tenga a finales del siglo XXI toda la documentación de la era de los mass media o se perderá como un lenguaje indescifrable? ¿Se sonreirán al vernos con una tablet, con nuestro portátil, con nuestro móvil? ¿Pensarán que creían que se habían inventado mucho antes o después? ¿Se llevarán las manos a la cabeza al ver cómo nos paseamos imprudentemente entre las ondas, nos ponemos cremas con parabenos o nos tumbamos a pleno sol alegrándonos por lucir un tono rojo gamba? O peor aún… ¿nos recordaran como aquellos que bailaban el reggaetón?

Moda de 1914 y 2014. Estos estilos están separados por 100 años ¿Cómo serán las ropas en 2114?

domingo, 31 de agosto de 2014

Reflexiones: antes y después del 2000


Todos aquellos que hemos nacido antes de 1985 sabemos el hito que significaba para varias generaciones la llegada del año 2000. Aunque el cambio de siglo no se produjera hasta el año 2001, para la mayoría de nosotros el 2000 era el número redondo que marcaría la nueva era, el nuevo siglo, el milenio, el avance.  Nos habían dicho muchas veces que ese año no llegaría nunca, y de hecho, no faltaron obras apocalípticas que nos dejaban a las mismas puertas, como por ejemplo Fin del mundo. Año 1999 de Charles Berlitz. Pero estos son libros con fecha de caducidad y ya se sabe que los buenos libros no la tienen.

Antes del año 2000 tuvimos la típica crisis fin de siglo, es algo normal, es como las crisis de los 40 o de los 50 que sufren algunas personas. Parece que todos los siglos las han pasado, y cada uno se ha librado de ella a su manera. En los 90 también la tuvimos (y sigue coleando), pero esta vez teníamos un medio muy poderoso para propagarla: el cine. Las películas sobre desastres naturales, guerras y meteoritos que chocaban con la Tierra se multiplicaron. Pese a todo ello, la esperanza y la imaginación de mucha gente estaba puesta en esa fecha mítica. Cuando se hablaba del mundo en el 2000 aparecía siempre una señorita vestida de plateado, una nave espacial, robots y todo lo que cada cual quisiera añadirle. Esa fantasía “de andar por casa” se unía a la que tuvo Stanley Kubrick en 1968 con su película 2001: una odisea del espacio.


¿Qué tendríamos en el 2000? Coches voladores, teletransporte, hologramas, robots (serviciales o amenazadores), vacaciones en la Luna o en Marte… ¿Qué tuvimos? ¡Miedo al efecto 2000! Parece que los programadores informáticos cometieron un terrible error, o quizá fue solo falta de fe en el futuro y en la llegada del año 2000 (¡qué ironía!), y pusieron en los ordenadores solo dos cifras, ¡solo dos cifras! Así que cuando llegó el 31 de diciembre del año 1999, para ellos era el 99… ¿qué año seguía después? Sería lógico pensar que el 100, pero no, el que debería seguir era el 2000, pero ellos temían que fuera el 1900. Solo dos cifras, del 99 al 00. Y al principio los simples mortales nos preguntábamos qué importancia podía tener aquello… y resulta que mucha, porque el 1 de enero de 2000 sería sábado mientras que el 1 de enero de 1900 fue lunes, por lo que se vaticinaban toda clase de desastres tecnológicos: interrupción en la red eléctrica, caos en los medios de transporte, desconexión de los satélites (pobrecillos, ellos no estaban inventados en 1900)… 



Nadie pensó que todo ello no era nada comparado con el terrible miedo apocalíptico que habían sufrido los desgraciados de finales del año 999 cuando esperaban la llegada del primer día del año 1000. Nuestro cambio también se trataba de miedo y se intentó solucionar con mucho dinero. Años de trabajo, parches y más parches para que los ordenadores supieran que entraban en el año 2000. Al final parecía resuelto, pero nadie podía saberlo a ciencia cierta hasta que llegara el año soñado o temido.


La noche en que los diferentes países (no fue la misma fecha para todos) entraron en el año 1000 la gente se agolpó en las iglesias, rezó, lloró y algunos llegaron, literalmente, a morirse de miedo. En los últimos minutos de 1999, tan solo en España, hubo 30.000 personas de guardia para asegurarse de que no hubiera un apagón tecnológico, intentaban controlar todo lo referente al país, mientras miraban con recelo la información que llegaba de las centrales nucleares japonesas y rusas, las primeras a las que llegaría el 2000.


Recuerdo el larguísimo (y precioso) programa televisivo que mostraba con bellas imágenes la llegada del “nuevo milenio” a los diferentes lugares del planeta. Los primeros en entrar en el día 1 de enero fueron las islas del Pacífico, pero ellos no estaban tan informatizados como para servir de confirmación a la burla que le pretendían hacer al efecto 2000. Llegó el año nuevo a Japón y contuvimos la respiración esperando que de un momento a otro la señal se perdiera y la tele pasara a fundido en negro. “Seguimos aquí” o algo parecido dijo el locutor japonés. Y me imagino que los programadores debieron descorchar muchas botellas de champán (o beberse unas buenas cervezas) para celebrar que su metedura de pata no había tenido consecuencias nefastas para la civilización.





domingo, 20 de julio de 2014

Hechos reales: en el chiringuito.


Para oír cosas curiosas solo hay que estar un poco atento (o ser un fisgón que escucha conversaciones ajenas… con un poco de mala educación, pero mucho interés). A veces, la gente habla tan alto, que parece querer pregonar sus cosas, sus chascarrillos, sus ocurrencias. Puede que sea afán de notoriedad, convertirse en “estrella mediática” como esos famosillos que se ven en algunos programas de televisión (especialmente en Tele 5) transformando en noticia algún hecho cotidiano sin más transcendencia. Supongo que todos queremos nuestro minuto de gloria, aunque sea delante de 50 personas y, aunque cada uno vaya a lo suyo. La esperanza de brillar, puede que tan solo con un fugaz destello, se dibuja en nuestro rostro de vez en cuando.

Un almuerzo en un chiringuito puede traerte una anécdota graciosa a poco que te descuides. Si estás terminando de dar cuenta de un pescado a la plancha en una mesita a la sombra, con la playa al fondo y un sol de justicia, y escuchas a voz en grito:

-¡Catorce espetos de sardinas para la mesa cuatro!

Es natural y comprensible que no puedas evitar una miradita de soslayo a los comensales y ponerte a contar si son catorce o se van a poner morados de tanta sardina.

El espetero, allí en la arena, con su tinglado preparado y sus calamares gigantes haciéndose a la brasa, levanta la cabeza con un gesto de asentimiento y sin más preámbulos empieza a pinchar sardinas en una caña, de esa forma tan especial y estudiada que solo conocen los de su gremio. Cinco por cada espeto y una pizarra grande en el paseo marítimo que pone: espetos a 2 euros.



De repente, tu plato se ha quedado vacío y los camareros van y vienen sin hacerte demasiado caso. En ese momento, no te queda más remedio que mirar de nuevo y comprobar con agrado al magnífico profesional que ya tiene catorce espetos en la “barquita” y está preparando alguno más, porque cuando te sientas a la mesa lo primero que te pregunta el camarero, incluso interrumpiéndote si ya has empezado a pedir los boquerones al limón y las gambas, es:

-¿Van a pedir espetos? ¿Cuántos?

Este “cuántos” sigue rápidamente a la pregunta, que claramente no espera respuesta, porque si vas a Málaga, lo de los espetos es algo que se sobrentiende. Es una mera pregunta de cortesía, para no lanzarte el “cuántos” a la cara sin saludo ni nada.

-Cuatro- contestas sabiendo que después de la respuesta esperada ya puedes ordenar calamares, pulpo, berenjenas con miel, ensalada mixta o lo que te dé la gana. Él apunta en su libretita y grita:

-¡Christian, cuatro espetos más!

A ti te parece imposible que un espetero se llame Christian y no Juan, Antonio o Pepe. ¡Ay, cuánto daño han hecho las series extranjeras! Pero Christian, más tradicional que su madre, ha hecho el curso de espetero, que es más que un empleo de verano, que es un arte y tiene una dificultad intrínseca, que solo la descubre el graciosillo que en una barbacoa dice que va a hacer un espeto, porque está en Málaga, porque tiene las sardinas, el fuego y porque él lo vale… Y se le quedan todas las sardinas destripadas, partidas, lanzándose desde el palito y quedando desmigadas en las brasas.

Al poco Christian se presenta con sus bandejas plateadas repletas de sardinas, sabiendo, perfectamente, a que mesa hay que llevar las catorce. Además de su sapiencia, le guía el número de comensales (efectivamente, eran catorce) y los chistes verdes fruto del abundante tinto de verano. Nuestro espetero sortea a los vendedores de gafas de sol, bolsos varios y al hombre del acordeón, y planta, con arte torero, los espetos en la mesa, haciendo sitio entre los restos de pescados varios y trozos de pan  pellizcados.

Suena un pasodoble y después un tango. No hay verano en la Costa del Sol sin el acordeón, puede que en otros lugares toquen los pajaritos, pero aquí se toca un tango y luego se pasa el platillo. Cuando le das unas monedas, el artista te sonríe agradecido y se marcha hacia otro chiringuito. Creo que son los únicos a los que les hace sonreír la calderilla, aunque si le soltamos un billete, acepta peticiones. Pero hay que dejar algo de suelto porque en un ratito aparecerá el de la guitarra, que con voz ronca te cantará una rumbita. De ellos me gusta la forma en que piden la recompensa a su música, le dan la vuelta a la guitarra graciosamente y te ofrecen la madera barnizada como si fuera una mesa donde lanzar las monedas.

La comitiva ya está terminando con las sardinas, cuando aparece la vendedora de lotería.

-¡Traigo la suerte! ¡Traigo la suerte!- mira a las mujeres de la alegre compañía y dice muy contenta: -¡Cómo te pareces a la Beyonce y tú a la Shakira! ¡Igualitas!

“¡Ay! ¿Será cierto?” te preguntas en plan paparazzi mientras tratas de buscar a las dos chicas merecedoras del piropo.

Las mujeres se ríen.

-¡Te voy a hacer millonario!- le dice a Piqué (ah no, pues no se parece a Piqué) -Compra lotería, que te van a tocar los millones de euros y te vas a poder llevar a tu mujer de viaje a Turuntuntú.

“¿Eh?” te preguntas atenta a la respuesta del marido que solo sabe frotarse la calva y reírse. Pero nadie le pregunta a la buena mujer dónde está ese sitio al que se van a ir de vacaciones. No hay interés, nadie tiene la menor curiosidad aquí.

-¡Igualita a la Beyonce! ¡Qué bien os lo vais a pasar en Turuntuntú!-  Y tanto insiste y tales maravillas cuenta de tan fabuloso viaje, que el marido de Beyonce, desabrochándose uno de los botones de la camisa para dejar más espacio a su barriguita, le compra la lotería –Pero ¡comprad un décimo cada uno! ¡Qué llevo la suerte!- insiste un tanto desilusionada. Pero esta vez, los piropos no surten efecto.


Al final la mujer se marcha con paso acelerado hacia el próximo chiringuito y de nuevo encuentra otras dobles de Shakira y Beyonce.


miércoles, 25 de junio de 2014

Más casualidades.


Lo mío con las ciudades es un asunto de peso. Ya he hablado aquí de las casualidades que acontecieron tras mi regreso de Florencia y de los sueños que se cumplen de una forma extraña. Ahora me toca hablar de las casualidades que me señalan el próximo destino. Como siempre, aparece la misma pregunta que todos nos hemos hecho en alguna ocasión: ¿son realmente casualidades?

La cosa empezó hace un par de años. Por todas partes me encontraba referencias a esta ciudad, libros sin aparente relación que la mencionaban, pendientes en forma de su famosa torre, vinilos decorativos… Bueno, podemos pensar que estaba especialmente de moda por algún motivo, como ahora encontramos camisetas, pijamas, pines, gorras, llaveros… de Brasil, por lo del Mundial.

Pero como yo pensaba que era una moda pasajera y no prestaba mayor atención, las casualidades llamaron a dos de mis amigas y recibí sendas camisetas de la ciudad como regalo. Una de ellas de una cadena de tiendas famosas a la que no haré publicidad y otra traída expresamente desde la ciudad en cuestión.



Poco después me regalaron una colonia con el body milk a juego y fue una sorpresa ver lo que llevaba dibujado.




A principios de este año recibí otra indirecta en forma de regalo: un estuche de sombra de ojos. 

La cajita de las sombras de ojos tiene esta tapa.

En febrero vi en una tienda una camiseta romántica y no me resistí a comprarla.



En abril, añorando las trufas que suelo comprar en navidad, fui a un supermercado especializado y me encontré con esta encantadora cajita, sorprendentemente la única caja de trufas de todo el establecimiento.


En junio, al salir de una librería con mi nueva adquisición, me di cuenta de que dentro del libro me habían puesto una tarjetita. Por un lado tenía una avioneta y por el otro…



Y hace un par de semanas, en una tienda de ropa encontré esta preciosa camiseta, me gustó el dibujo de la bicicleta y me la llevé a casa. ¡Ah! Pero al mirarla con más tranquilidad me di cuenta de que habían vuelto a enviarme otra señal, porque en el fondo del dibujo, casi desdibujada en la niebla, me vuelvo a encontrar su silueta férrea y esbelta. Y ahora además, otro mensaje por escrito.

Es agradable perderse por el camino adecuado.

 ¿Seguirá el destino enviándome señales parisinas? ¿Serán casualidades? ¿Me espera algo bueno en París? Esa será otra historia, que quizá se convierta en entrada de este blog a su debido tiempo.