"Gente, que se despierta cuando aún es de noche y que cocina cuando cae el sol (...)". "Gente". Presuntos Implicados.
El despertador es uno de
esos inventos que nadie echaría de menos. Despertarse con un pitido estridente
no puede ser bueno para la salud. Lo natural sería que las primeras luces del día
se colaran por nuestra ventana y fueran iluminando suavemente la habitación.
Sin embargo no hay casa en la que falte un despertador. Es algo indispensable cuando tus obligaciones no te permiten esperar el
amanecer, cuando te tienes que levantar antes que el sol.
Cada “mañana” enciendo las luces con la sensación de que sigue siendo el mismo día,
de que me he levantado en mitad de la noche. Por la ventana veo la oscuridad
apenas difuminada por unas pocas farolas, todo está en silencio y el resto de
las casas siguen en un plácido sueño. Abro la puerta pensando que no me
sorprendería que las calles aún no estuvieran puestas. La luz incandescente de
las bombillas crea sombras en la acera. Si tengo suerte no habrá ningún tramo
apagado.
Por el camino veo a los basureros terminando su jornada y me pregunto
si para ellos sigue siendo ayer todavía. Los barrenderos están en la calle
antes que yo, la prensa calentita acaba de llegar a aquel kiosco de la esquina
que está levantando las persianas. En la panadería, aún cerrada, ya huele a pan
y a dulces.
Bajo por la avenida y me encuentro con una señora en bata sacando al perro,
tres ancianos en un banco charlando tan despiertos y un novio que acompaña a su
novia a casa. El muchacho va con las manos en los bolsillos y algo mareado,
ella con una minifalda y una chaqueta poco abrigada, encogida y charlando sobre
la discoteca de esa noche. Me miran extrañados al verme con cara de madrugón y
la bolsa térmica con el almuerzo, para ellos aún es "anoche" y no
pasará a ser "mañana" hasta que hayan dormido.
En la parada del autobús me encuentro con más personas como yo, con los ojos brillantes y somnolientos, que nunca me hablarán de la película o la serie de anoche porque era ya demasiado tarde para ver el final y no adormilarse en el sofá. Cada uno se espabila como puede, con música, dejando mensajitos en las redes sociales, leyendo en el e-book, pensando que los repartidores del periódico gratuito necesitan un despertador tempranero o sintiendo el aire frío de la mañana en la cara. Entonces un tímido resplandor convierte el negro del cielo en azul oscuro y lentamente comienza a aclararse hasta transformarse en rojizo.
Cuando subo al autobús unos rayos de luz dorada iluminan las nubes y empiezan a
ridiculizar la tenue luz de las farolas. Comienza la carrera. El autobús avanza por la carretera y el alba ya no se lo
toma con tanta calma. Salimos a la autovía y la velocidad aumenta, pero
es una carrera perdida, la aurora persigue a los vehículos y acaba por adelantarlos.
Cuando llego al trabajo ya es de día y el sol sonríe por su victoria mientras
se disipan los últimos tonos rosados.
Por suerte, siempre amanece y, aunque la ciudad o la autovía no es el mejor lugar para apreciarlo, el bello espectáculo acaba haciéndome pensar que ha merecido la pena el esfuerzo de madrugar más que el sol.
8 comentarios:
Ay, MJ, aunque tu relato es optimista al final me ha dejado cierta sensación de pena, porque a mí me encanta madrugar (me levanto a las siete, menos los fines de semana) solo porque no tengo que salir al mundo antes del amanecer.
Un saludito
A mí, como a Sara, también me gusta levantarme temprano, ya lo sabes. Y muchas veces lo primero que hago es salir a la terraza a contemplar cómo va llegando el día y cómo va cambiando el cielo, que es un espectáculo maravilloso.
Tu entrada me gusta porque lo normal, creo, es que a esas horas la gente vaya cabizbaja, soñolienta y pensando en la dura jornada que le aguarda, mientras que tú te detienes a contemplar los colores del cielo :-)
Hola MJ, me ha encantado tu relato y ver como un trayecto corto, que haces hacía el trabajo, que suele ser para algunos un suplicio, a pesar de los tiempos que estamos viviendo, le puedes sacar cosas muy positivas, y ver como sacas partido al mundo que nos rodea que para más de uno pasa desapercibido, por las prisas y el estrés que les ocasiona el día a día. Un abrazo muy fuerte. Besos. ;-)))
Sara, me ha encantado tu comentario. Eso de que te gusta madrugar porque no tienes que salir al mundo antes del amanecer. Es otro punto de vista y muy bonito :-) Gracias por tus palabras.
Sí, Ángeles, sé que te gusta madrugar. Como puedes ver a mi no, pero una vez que salgo a la calle... ¿cómo no fijarme en el maravilloso espectáculo del amanecer?
¡Muchas gracias, Francis! :-) Un beso.
¡Qué bonito lo que nos has contado... Precisamente, si en lugar de leerte hubiera girado la cabeza hacia la ventana, habría asistido al prodigioso espectáculo que nos has descrito totalmente en vivo y en directo jejeje
Ahora ya no, pero cuando salía "de marcha" y se me hacía de día, mareado como el novio del texto, odiaba esa sensación de volver a casa siendo de día y no en las mejores condiciones. También odiaba salir a trabajar siendo ya de día porque tenía la sensación de que había perdido mucho el tiempo; ahora ya no doy tan responsable y, francamente, me da igual.
¿Sabes cómo se despiertan ahora los dormilones en mi barrio? Con el rebuznar de un burro; unos nuevos vecinos se han traído uno de estos cuadrúpedos y lo han metido en el corral o cuadra de la vieja casa que han comprado; el caso es que el animal, en cuanto percibe la mínima claridad diurna, se pone a rebuznar estridéntemente, pero de una forma como nunca había oído yo: es un rebuznar muy triste y afligido, como si estuviera sufriendo mucho y lamentara despertar...bueno, como la mayoría de la gente. Afortunadamente yo me adelanto al burro y ya estoy muy despierto.
carlos
¡Tus vecinos tienen un burro! Es decir, Carlos, que tienes como vecino a un burro... Pero qué pena que rebuzne con tristeza. Espero que se anime ante el bonito espéctaculo de las nubes rosas y el sol despertándose. Gracias por compartir tus anécdotas.
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