Conocí
a Esperanza en la cola del cine cuando aún no se compraban las entradas por
internet. Yo iba con mi pandilla y ella charlaba con su amiga justo delante de
mí. Oí sus interesantes argumentos para terminar de convencer a su acompañante
de que aquella película de ciencia ficción era lo mejor de la cartelera. Su voz
preciosa y sus palabras me abstrajeron de la conversación de mis colegas y
consiguieron que no apartara los ojos de su cabello largo y castaño. Cuando se
volvió y me sonrió, su mirada iluminó el mundo y yo me sentí abducido. Flotaba
en el espacio hasta que uno de mis amigos me dio una colleja que me devolvió a
la Tierra. Le supliqué a la taquillera que me sentara junto a ella y luego
fingí que había sido casualidad. La quise invitar a palomitas y Coca-Cola, pero
no lo permitió.
Sala de cine. Jorge Simonet. Wikipedia. |
A
Esperanza le encantaba la ciencia ficción, pero temía a los extraterrestres y
se quejaba de que los científicos hubiesen enviado las Voyager con nuestras coordenadas a los confines de la galaxia sin
el consentimiento de la humanidad. A mí me divertía verla ponerse tan seria
cuando decía que eso era una imprudencia.
-Pero
¿es qué tú crees en los extraterrestres?- me burlé una vez.
-¡Por
supuesto!- exclamó sorprendida - ¡Ah! Por eso te lo tomas todo a guasa, porque
piensas que no hay nada amenazante y peligroso ahí fuera…
-No
te preocupes- dije abrazándola – Si algún alienígena se atreviese a acercarse a
nosotros me convertiría en un Jedi por ti.
Jamás
hubiera imaginado que tendría que tragarme mis palabras.
Siempre
supe que Esperanza era más lista y más
valiente que yo, pero terminé de confirmarlo al ver la expresión de su rostro
iluminado por la luz de la televisión mientras el telediario daba la noticia.
No
habían llegado en inmensas naves posicionándose sobre las grandes capitales del
mundo y destruyendo nuestros más emblemáticos monumentos como inequívoca
declaración de guerra. No eran ellos dados a seguir guiones de cine. Tan bien
les salió su plan que ni siquiera eran los protagonistas del reportaje, la
atención recaía en las actuaciones del único país al que habían asaltado de una
forma tan disimulada que el resto del mundo no sabía si realmente era un ataque
o simple propaganda de un lugar que quedaba demasiado lejos en el mapa. Esa fue
su primera victoria, parecer inofensivos y pillarnos desprevenidos. Para cuando
quisimos darnos cuenta ya estaban entre nosotros silenciosos e invisibles.
Por
supuesto no se conformaron con un solo país, fueron extendiéndose por los
continentes mientras las naciones hacían oídos sordos a las advertencias de los
que ya los teníamos encima. Y aunque les gustaba dejarse llevar por la brisa,
posarse sobre nuestros monumentos, pisar nuestras calles, y correr por nuestras
carreteras; su preferencia estaba en los objetos triviales y cotidianos: una
mesa, un bolígrafo, la superficie brillante de un móvil, una cartera y su
contenido, unas llaves, el pasamanos de la escalera mecánica, la barra donde
todos nos sujetamos en el transporte público… Allí campaban a sus anchas pero
con la cautela de dejarlo todo perfecto, como si no lo hubieran tocado. Las
fiestas les divertían mucho, entraban camuflados y se regocijaban en saltar
entre las multitudes, también se colaban en nuestros estadios deportivos,
nuestras salas de conciertos, nuestros cines… cuantos más terrestres reunidos
mejor podían llevar a cabo su plan, porque en realidad no venían a atacar la
Tierra, en realidad venían a por nosotros.
El
planeta siguió girando pero nuestro mundo se detuvo. Los hospitales se llenaron
y la cifra de caídos aumentaba cada día.
Nuestras costumbres se abolieron y nuestras calles se quedaron vacías. Ningún
director hubiera tenido que recurrir a efectos digitales para mostrar una gran
urbe desierta como escenario apocalíptico, lástima que ya no se rodaban
películas…
El
ejército y las fuerzas de seguridad vigilaban constantemente. Los telediarios
tenían un único tema y en el resto de la programación, entre reposiciones de
series y concursos, se nos lanzaba reiteradamente el mismo mensaje: quédate en
casa.
A
día de hoy sigo obedientemente esa consigna. Tampoco tengo donde ir porque
perdí mi fabuloso y prometedor empleo cuando los alienígenas agazapados en
todos los rincones nos obligaron a “cerrar el mundo”. Sin embargo, el que, hasta
unas semanas antes, era el poco ambicioso, mal pagado y precario empleo de Esperanza,
se ha convertido en actividad esencial. El “quédate en casa” no va con ella, no
es médico, no es soldado, pero pertenece al grupo de personas que hoy sostienen
uno de los pocos reductos de normalidad que nos quedan.
La
veo marchar cada día hacia el trabajo, sin armas con las que enfrentarse al
enemigo. Muy a su pesar, sin intenciones de ser una heroína, disimulando su
miedo, baja las escaleras y yo, desde la seguridad de mi hogar, la sigo
mentalmente porque no puedo acompañarla. Pasa por la calle desierta y por un pequeño
supermercado que abre media hora más tarde, llega a la parada de un metro fantasma
y desciende las escaleras sin atreverse a tocar nada. Estoy seguro de que mira
hacia todas partes, cautelosa, atenta, para no cometer ningún error que pudiera
resultar fatal. Sospecha de todo y de todos pero tiene que seguir adelante
hasta llegar a su centro de trabajo donde nadie le agradece su labor, ni le
dedica palabras de aliento. Demasiadas personas alrededor. Se lava las manos,
le duelen ya de tanto lavarlas, desinfecta su lugar y aguanta como puede hasta
la hora de la salida. Creo que hay momentos del día en que los dos recordamos
la película La invasión de los
ultracuerpos y nos preguntamos si alguno de los compañeros habrá caído ya en
las garras de los extraterrestres.
Hago
la comida, he aprendido varias recetas en solo un mes. Luego hablo por
videoconferencia con mi familia que me pregunta cómo estamos. Yo estoy bien, y
ruego porque Esperanza no me llame desde urgencias porque haya caído en este
combate silencioso e invisible y que ninguno de esos diminutos seres de otro mundo
haya conseguido rozarla.
Cuando
se acerca la hora ya he limpiado todo y he preparado sus cosas: una bolsa de
plástico para guardar los zapatos sucios y dejarlos fuera, las zapatillas cerca
de la puerta, la ropa limpia y la toalla en el cuarto de baño. Miro el reloj
impacientemente y suplico que llegue sana y salva. Cinco minutos más me
desesperan.
Hoy
regresa con dos bolsas del supermercado llenas de alimentos. La casa huele a
lejía y ella me sonríe. Se desnuda para poner la ropa directamente en la
lavadora. Mientras se ducha, yo limpio los paquetes que ha traído y los guardo.
Vuelvo a fregar la entrada y desinfecto los pomos de las puertas.
Nos
sentamos cada uno en una esquina del sofá y nos miramos. ¿Cuánto tiempo hace que
no nos abrazamos? ¿Cómo puede mantenerse intacto el amor y quedar prohibido los
besos enamorados por capricho de esos pequeños seres? ¿Tendremos valor de desafiarlos?
¿Nos arriesgaremos de una forma tan temeraria?
Intento
tomarla de la mano, pero ella la aparta rápidamente.
-¿Qué
haces?- pregunta asustada – Todos los días me pregunto si será hoy cuando
regresaré a casa con una herida invisible que no se manifestará hasta dentro de
unos días… Tengo que mantenerte a salvo.
Las
lágrimas en sus ojos no consiguen apagar la luz que ilumina mi mundo. De
repente no tengo miedo de tocarla, ni me pregunto si ha regresado intacta. La
abrazo y ella se aferra a mí, ocultando la cara en mi pecho.
-Mi
amor…- murmuro acariciando su cabello húmedo – Yo nunca seré un Jedi, pero tú
siempre serás mi teniente Ripley.
Esperanza
levanta la mirada y se ríe por primera vez en semanas.
© MJ
pxhere.com. Dominio Público. |
16 comentarios:
Bonita manera de novelar la historia. Un saludo
Maravilloso relato realista
Tienes un blog muy interesante y este post me ha encantado.
Qué bonito. Además de un metafórico y detallado retrato de la situación actual, veo el relato también como un homenaje a la ciencia-ficción, ese género que tanto nos enseña y del que tan poco aprendemos.
A veces he pensado que esto es como "La guerra de los mundos" al revés. Allí unas invisibles bacterias terrestres acababan con los alienígenas invasores. En la realidad, y en tu relato, son unos invasores invisibles los que atacan a los humanos.
Pero en realidad es lo mismo: quien se cree el gran Goliat acaba derrotado por un diminuto David.
Saludos y mucho ánimo.
bonito relato lleno de pequeños momentos, de hacernos pensar en las maravillas de la vida, en esa mirada que todo lo cambia y como el mundo cambia a las personas saludos
Bonito relato homenaje a todas esas personas que luchan con su miedo y van cada día a su trabajo. No podíamos hace unos meses imaginar que viviríamos esta realidad entre cienciaficción y terror.
Un beso
Muchas gracias, Susana. Me alegra que te haya gustado :-) Un saludo.
En eso consistía, Mariví... en camuflar la realidad bajo la ciencia ficción. Gracias por tu comentario.
¡Muchas gracias, Jesús! Muy amable. Espero verte alguna vez más por aquí. Saludos.
Ángeles, has acertado en todo.
Sí, utilizo la ciencia ficción como metáfora y la situación, que se refleja en películas de este género, se ha vuelto realidad, desgraciadamente. También le hago un modesto homenaje al género de ciencia ficción como lazo de unión entre los protagonistas y reflejo de la importancia que tiene para muchas personas.
Estoy de acuerdo contigo en tu reflexión sobre "La guerra de los mundos" y David y Goliat.
Muchas gracias por tu comentario. Me alegra que te haya gustado el relato.
Besos.
Muchas gracias por tus palabras, Miguel Ángel. Tienes razón, para él su mirada era la luz que iluminaba el mundo y esa vida normal, de ir al cine, de llevar una relación, de irse a vivir juntos, se ve alterada por una realidad que parece ciencia ficción...
Muchas gracias, Conxita.
Exactamente, el relato es un homenaje a las personas que tienen que enfrentarse a sus miedos y a un peligro real que está ahí fuera. Y entre las reconocidas como héroes, están también las menos reconocidas. Y, como bien dices, si nos cuentan esto hace un año no nos lo habríamos creído, habríamos pensado que nos estaban contando un relato de ciencia ficción... Y es que siempre me ha parecido que esos seres microscópicos, tan diferentes a lo que acostumbramos a ver, son como seres de otros mundos, como extraterrestres...
Un beso.
Gracias a todos por haberme dejado vuestros comentarios :-)
Interesante mezcla de elementos que toman como base la historia de una pareja, dos personas comunes y corrientes, reales. Es un relato muy humano y me gusta, en verdad. Cuídate, MJ. Un beso.
Muchas gracias, Juan. Me alegro mucho de que te guste. De los relatos que he puesto aquí, este es el que más me gusta, aunque me parece triste.
Sí, a través de la historia de una pareja normal, relato lo que estaba ocurriendo en esos días en los que estábamos confinados. El virus lo camuflo como unos extraterrestres invisibles que atacan silenciosamente a las personas. Es una forma de contar lo que está pasando en la pandemia, de resaltar que hay muchas personas que cuando se confina, tienen que seguir yendo a trabajar porque ellos logran que todo siga funcionando, pero solo a unos pocos colectivos se les llama héroes y los otros pasan desapercibidos. Y también es un homenaje a la ciencia ficción.
Cuídate mucho. Un beso.
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