Aquí cambiamos de tema ¡de buenas a primeras!

Feeds RSS
Feeds RSS

sábado, 27 de septiembre de 2025

Diario de viaje: Florencia y Pisa IX. A la sombra de la torre.

El Campo de los Milagros.

Detalle de la fachada
del duomo de Pisa
con la famosa torre detrás.
Imagen: archivo propio.

Como comenté anteriormente, en el Campo de los Milagros encontramos el Duomo de Pisa, su campanario (la torre), el Baptisterio y el Camposanto. 

El altar del Duomo está presidido por un impresionante pantocrátor, que con su mirada solemne y seria bendice a los visitantes. En el centro de la nave está la llamada “lámpara de Galileo” que, aunque no es la verdadera, muestra al curioso un reflejo de la que Galileo observó balancearse durante una misa y que le inspiró la teoría del péndulo. 

El Baptisterio es el más grande de la cristiandad y allí, hasta hace relativamente poco, se bautizaban los nacidos en Pisa. 

Vista del exterior del baptisterio.
Imagen: archivo propio.
Tiene una gran pila bautismal con una estatua en el centro y un segundo piso alto y casi vertiginoso.

Interior del baptisterio desde el segundo piso.
Imagen: archivo propio.

El Camposanto es un atrio con una extensa columnata, cuyo suelo está completamente cubierto de lápidas que datan de la Edad Media y alcanzan el siglo XXI. Está construido sobre una capa de arena traída directamente de Tierra Santa.

Durante la II Guerra Mundial una bomba cayó sobre el techado de plomo e hizo que éste se derritiera destrozando los murales que decoraban las paredes. Por suerte quedaron restos de esas impresionantes pinturas que siguen en proceso de recuperación y restauración.

Vista del Camposanto.
Imagen: archivo propio.

A la torre se puede subir, previa cita, ya que el número de visitantes está muy restringido y las normas de seguridad y las advertencias forman una larga lista que disuade a la mayoría. También nos disuadió a nosotros. Pero el verdadero motivo por el que no quise subir, era por lo angosto de sus escaleras, lo estrecho de sus balconadas y la inclinación.

Interior del Duomo de Pisa con el pantocrátor.
Imagen: archivo propio.

Comimos pizza y bocadillos bajo la sombra protectora de la hermosa torre. Había carteles indicando que se prohibía jugar al fútbol o a cualquier otro deporte en el césped del Campo de los Milagros, y yo me pregunté qué alma insensible podía ponerse a dar patadas a una pelota en tan extraordinario lugar.

Los visitantes podían ser más de un millar. Las japonesas se protegían del sol con sombrillas. En todas partes podía observarse a gente en las más variadas posturas intentado fingir que sostenían la torre para hacerse una de esas tontas fotografías que tanto gustan a los turistas. Al principio los miré con fastidio, pero el transcurrir de las horas me hizo preguntarme si me arrepentiría de no tener la típica foto con la torre de Pisa, y probé a hacerme alguna que salió bastante mal.

Antonio se despidió de nosotras porque su vuelo salía antes que el nuestro. Lo observé marcharse sin mirar atrás y me sorprendió cómo podía alejarse de aquel maravilloso complejo artístico sin echar una última mirada.

Vista del Duomo con el Baptisterio.
Imagen: archivo propio.

Eva y yo aprovechamos para dar otra vuelta más por los monumentos, y luego curioseamos en las docenas de puestecillos que había a lo largo de la carretera, con miles de torres de diferentes tamaños, con llaveros, postales, camisetas y toda clase de objetos de recuerdo.

Salimos por las murallas, justo en el extremo opuesto del complejo para seguir la hilera de tenderetes que llegaban hasta donde se perdía la vista. Hicimos unas pocas compras y volvimos al Campo de los Milagros.

Vista del recinto desde una de sus puertas.
Imagen: archivo propio.

Se acercaba la hora de marcharnos, pero nos resistíamos a abandonar nuestra torre favorita. Después de pensarlo mucho y lanzarle varias miradas de despedida, nos marchamos volviendo la vista atrás.

Vista de la torre de Pisa.
Imagen: archivo propio.

Un vuelo romántico.

Regresamos sobre nuestros pasos y al llegar a la estación de tren descubrimos un gran cartel que anunciaba la exposición de obras de Picasso.

Tomamos el tren y apenas dos paradas después nos encontrábamos en el pequeño aeropuerto de Pisa. La mayoría de nuestros compañeros de viaje eran españoles que regresaban a casa cargados de maletas más grandes de lo reglamentario y recuerdos de Italia.

Minutos antes de despegar, una pareja de novios subió al avión. Ella venía con su traje nupcial blanco y bello, sonría alegremente y se ruborizaba ante la mirada de los pasajeros. Al verlos entrar, todos comenzamos a aplaudir, como en el final feliz de una comedia romántica. Pero, como siempre, me tocaba hacer de extra…

Desde las alturas intentamos ver el Campo de los Milagros, pero ya era de noche y las luces de la ciudad nos despistaron. Aún así, tengo el recuerdo de atisbar ligeramente y por un instante, la figura de la torre de Pisa iluminada en mitad de un campo abierto.

El camino desde la pista de aterrizaje hasta la salida del aeropuerto en España se nos hizo increíblemente largo, eterno. Estábamos solas en mitad de aquellos grandes pasillos. 

Siempre he dicho que mi comida favorita es la italiana, pero cuando llegué a casa devoré una tortilla de patatas tan ávidamente que yo misma me sorprendí.


Lee Diario de viaje: Florencia y Pisa desde el principio aquí.