Lee las anteriores partes del diario de viaje a Portugal: parte I (viaje y llegada a Albufeira), parte II (llegada a Lisboa y catedral), parte III (Lisboa) y parte IV (Belém y sus maravillosos monumentos).
Cascáis
no es un modelo de coche.
Cuando
Mariví me dijo que quería ir a Cascáis la expresión de mi rostro debió de ser
un poema. Me da vergüenza admitirlo, pero yo no sabía que Cascáis existía. El
nombre me sonó al modelo de un coche que anuncian por televisión y que yo no
pensaba comprarme por superstición, porque no iba a montarme en un vehículo que
se llamara Cascáis, de “cascarla”.
Cascáis
es una preciosa villa a orillas del mar con una fortaleza y varios palacios,
muy cerca de Estoril. (Estoril sí que la conozco). Lo llaman “La Costa del Sol
portuguesa”. Caminamos por las calles y nos hicimos fotos en sus palacios. Me
dio la impresión de ser un sitio muy pintoresco y romántico, hasta el punto de
no comprender quién se iba a Estoril pudiendo quedarse allí.
Un puentecito
marcaba la entrada a uno de los palacios y cuando subía la marea el agua pasaba
por debajo de él hasta acariciar las rocas a los pies del edificio. Los
antiguos habitantes solo tenían que bajar hasta el último escalón para
acariciar el agua sin mojarse los pies.
Cascais. |
Nos
sentamos en la Praia de los
Pescadores y nos comimos los pasteles de
Belém. Había por allí unas mujeres que vendían pulseras de conchas y artesanía.
No pudimos resistir la tentación y compramos varias para nosotras y nuestras
amigas. Preciosas conchitas nacaradas ensartadas en elástico que varios días
después, y ya en España, vimos en una tienda de los chinos a módico precio.
¡Artesanía de Cascais made in China!
¡Ah!
Por supuesto Cascáis estaba repleta de españoles.
¡Por
fin!
Nuestra
apretada agenda no nos había permitido, hasta el momento, montarnos en ningún
tranvía y eso que yo no olvidaba los saltos de alegría que había dado al verlos
en “vivo y en directo”. No podía marcharme de Lisboa sin haber estado en uno.
Uno de los tranvías de Lisboa. |
Regresamos
con el firme propósito de subir en el primer tranvía que viéramos sin importar
su destino y así lo hicimos. Era de madera brillante y producía un extraño
sonido en su traqueteo habitual por las calles empedradas de la ciudad. Había
pocas personas y debieron sorprenderse porque no parábamos de hacernos fotos
sentadas aquí y allá. El trayecto fue corto, pasamos por la preciosa Praça del
Comércio y nos detuvimos unos metros más allá. Era la última parada y nos
pillaba de camino al hotel. Increíblemente habíamos acertado sin pretenderlo en
la misma medida en la que nos habíamos equivocado al ir a Cascáis.
Una
de las visitas obligadas de Lisboa son los elevadores. Hay dos clases: los que
son como tranvías que solo hacen el recorrido de una calle subiendo hacia los
barrios altos de la ciudad, y los que son torres donde puedes contemplar Lisboa
desde las alturas.
Detalle de las puertas del elevador de Santa Justa. |
Tuvimos
la suerte de conseguir montarnos en el más famoso de todos: el elevador de
Santa Justa. Además fuimos doblemente afortunados pues era el último “viaje” de
la noche y así nos lo advirtió la ascensorista en un perfecto castellano. Creo
que casi todos los que subimos en aquel tardío viaje éramos españoles y
resultaba extraño el ambiente familiar en contraste con el lugar desconocido.
Nos subimos a un ascensor antiguo, de los que la empleada tiene que cerrar una
reja y darle a una palanca para que nos elevemos. Nuestra tarjeta de viajes del
día nos permitió subir gratis al tranvía y al elevador. Vimos Lisboa desde las
alturas, en plena noche, con un viento helado a nuestro alrededor. Solo diez
minutos y un montón de fotografías oscuras después estábamos ya en la calle.
Pero estábamos felices.
Vistas desde el elevador de Santa Justa. |
¡Sorpresa!
Antes
de volver al hotel pasamos por un supermercado “Continente” y nos entretuvimos
en debatir si sería del grupo que originariamente tenía ese nombre y que se
“fusionó” con Pryca creando Carrefour o, simplemente, era un grupo distinto que
se había aprovechado del nombre para ganar clientela. Cuando pasábamos por
cualquier supermercado comprábamos latas de paté de sardina, que habíamos
probado con asco en Albuferia y que nos había conquistado totalmente.
Ya
en el hotel, las chicas nos reunimos en pijama para cenar en nuestra habitación.
Estábamos cansadas del largo día y de las maravillas que habíamos visto. De
repente unos pasos se oyeron fuera de la habitación y un ruido en la puerta nos
hizo guardar silencio. Desde el primer instante supe que estaban “forzando” la
cerradura para entrar en la habitación, quizá creyendo que aún estábamos de
excursión. Mi fértil imaginación voló, pero no llegó a alcanzar la verdadera
razón de aquel ruido. Nadie intentaba forzar nuestra cerradura, de hecho tenían
llave, una tarjeta plástica con los mismos agujeritos troquelados y el mismo
número de habitación. La puerta se abrió, un viajero dio unos pasos mirando al
botones que iba tras él y llevaba su maleta.
-Obrigado-
decía cuando la palabra se le congeló en la boca al ver a tres señoritas en
pijama en “su” habitación.
Menos
mal que el huésped no poseía una fértil imaginación capaz de pensar que las
chicas iban incluidas en el servicio y se quedó tan sorprendido como nosotras.
Un silencio se hizo entre todos los presentes mientras el botones asomaba la
cabeza para averiguar por qué el cliente se había quedado congelado. Cuando nos
vio, palideció, se deshizo en disculpas y se marchó con viento fresco, con el
visitante y la maleta incluidos.
Nosotras
atrancamos la puerta poniendo una silla en el pomo y así dormimos toda la noche
sin estar del todo tranquilas.
La Lisboa moderna. |
La
Expo 98
Lo
primero que me asaltó por la mañana fue una voz masculina que hablaba en
portugués. Era la televisión que había vuelto a encenderse sola. Miramos la
hora, pero no coincidía con la del día anterior, por lo que descartamos que
estuviera programada.
-Os
han dado una habitación con fantasma- se rió Mariví a la mañana siguiente
cuando le contamos lo ocurrido con la tele.
Edificios de la Expo 98. |
Quería
irme del hotel, pero no quería irme de Lisboa. Me encanta esa ciudad y me
despedí de ella con tristeza.
Antes
de marcharnos estuvimos en el centro comercial Vasco da Gama junto a la Lisboa
moderna y justo enfrente de donde se celebró la Expo 98. El Parque de las
Naciones es grande y precioso. Las banderas se alinean interminablemente y un
teleférico ofrece hermosas vistas.
Parque de las Naciones. |
Lee la última parte del viaje en Diario de viaje: Albufeira, Lisboa y Cascais VI. De regreso a España.
2 comentarios:
Oh me ha encantado ver esas imágenes y recordar mi visita al país vecino. Me he reído imaginando a ese señor en la habitación ocupada jajaja
Lo que sí me ha quedado claro es que lo pasasteis muy bien,
Besos
Muchas gracias por tu comentario, Conxita.
Sí, en el viaje lo pasamos muy bien y descubrimos que Lisboa era una de las más bonitas ciudades del mundo, o quizá nos lo pareció porque no es especialmente famosa por sus monumentos y no esperábamos mucho, sin embargo, en nuestro recuerdo ha quedado como una maravilla y queremos volver.
Besos.
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