Hace poco tuve que ir a formalizar una documentación
que necesitaba con cierta urgencia, por lo que me apresuré a sacar cita previa
a través de internet y presentarme el día y la hora indicada. Recuerdo que tenía
la cita a las 13:15h y llegué con bastante antelación por si no se presentaban
los números anteriores. Sospechaba que alguno dejaría pasar su cita porque,
aunque a mí me corría prisa, otros no veían este papeleo como necesario y el
día amaneció con un aguacero de los que no se veían desde hacía tiempo. Pero
cuando llegué a la oficina me encontré mucha gente en la puerta.
El edificio
tenía una cornisa amplia bajo la que todos se agolpaban, menos un muchacho
rumano que había optado por quedarse fuera, quizá para librarse de la
aglomeración, y esperaba impasible bajo la lluvia con un chándal de llamativo
estampado.
El guardia de seguridad no parecía reparar en
nosotros desde la comodidad del interior del edificio y se paseaba entre la
puerta de cristal y el arco de seguridad que franqueaba la entrada.
Así pasamos un buen rato, hasta que salió a
proclamar que podían entrar las personas que tenían cita a las 12:00 y 12:15.
Miré el reloj con extrañeza. Era casi la una de la tarde y todavía tenía que
esperar a que atendieran a una buena cantidad de personas.
El segurita volvió a salir un rato después para
pedir que entrara la siguiente tanda y dos muchachas extranjeras aprovecharon
para pedirle que las dejara entrar. El hombre las escrutó con gran seriedad y
les preguntó si tenían cita, a lo que las muchachas dijeron que no. Entonces
les dijo secamente que sin cita no serían atendidas. Ellas preguntaron cómo se
pedía cita y él, por toda respuesta, les señaló un cartel que estaba colgado en
la puerta. El cartel remitía a una web y a un número de teléfono. Las jóvenes
se miraron sorprendidas. Los que esperábamos bajo aquel pequeño techo fuera de
la oficina también nos dirigimos unas miradas de asombro al ver la parquedad de
palabra y los modos rudos con los que el guardia había respondido a las
extranjeras. Yo sentí un poco de vergüenza al tratar de imaginar la impresión
que las muchachas se llevarían de los españoles ante tal comportamiento, pero
ellas debían tener mejor sentido del humor que yo, ya que se lo tomaron a guasa
y cuando el de seguridad se dio la media vuelta comenzaron a cuchichear y reír.
-Llevo aquí una hora y aún no lo he visto sonreír ni
un instante- dijo una señora que esperaba junto a la puerta.
-Es que si sonríe se disloca la mandíbula- se burló
un caballero que sostenía un paraguas negro.
Mientras, iban llegando más personas y el escaso
espacio de techo se nos iba haciendo cada vez más pequeño.
-Los de las 12:30- dijo el de seguridad asomando de
nuevo.
-Disculpe- volvió a intervenir la muchacha
extranjera – ya que estamos aquí ¿podríamos entrar y pedir cita en el
mostrador?
El guardia negó con la cabeza y volvió al interior
del edificio con las personas citadas.
Cuanto más intentaba hacerse respetar más conseguía
el efecto contrario. El tono grave, hosco y antipático del empleado lograba que
la gente permaneciera seria mientras él estaba presente, pero, en cuanto se
daba la vuelta, todo el mundo se lo tomaba a risa y no paraba de hacer bromas.
-¡Qué sorpresa! ¿Cómo vosotros por aquí?- preguntó
una señora que acababa de llegar a un matrimonio que compartía paraguas.
-Ya ves- dijo la mujer- De papeleo.
-Llevamos toda la semana de papeleo- se quejó el
marido- Ayer estuvimos dos horas en comisaría para hacernos el pasaporte…
Porque a mi mujer se le ha ocurrido que marzo es muy buen mes para viajar…
¡marzo! ¡Con una ola de frío polar, una ciclogénesis explosiva, inundaciones en
toda Europa!
-¿Cómo iba a saber yo…?- protestó la interpelada.
-Haciendo caso al hombre del tiempo- la interrumpió
– Ya lo venía advirtiendo desde antes de que sacáramos los billetes. El tiempo
está muy malo…
-¿Habéis visto que ahora le han puesto nombre a las
borrascas?- intervino la recién llegada – Como los americanos les ponen nombre
a sus huracanes, ahora nosotros les vamos a poner nombre a nuestras borrascas,
a falta de huracanes…
-¡Qué Dios nos libre!- se alarmó el pobre hombre.
Al cabo de unos minutos volvió a aparecer el de
seguridad para llamar a los de las 12:45.
Entonces el muchacho rumano se acercó hasta la
puerta con la intención de entrar en la oficina, pero el guardia lo detuvo y lo
miró con disgusto comenzando a echarle una gran reprimenda. El joven se puso
blanco y sus ojos reflejaron una mezcla de asombro y miedo que a todos nos hizo
comprender que pensaba que el segurita llamaría a la policía y se lo llevarían,
poco menos que esposado. Pero aquella impresión no podía estar más equivocada y
solo se debía a la falta de conocimiento de nuestra idioma, ya que, aunque el
tono del guardia nos había alarmado a todos, sus palabras no eran nada
amenazantes.
-… ¿Por qué no te has resguardado bajo el techillo?
¡Mírate! ¡Estás empapado!
Efectivamente, el joven había permanecido bajo una
incesante lluvia sin paraguas, y estaba tan calado que la ropa se le pegaba al
cuerpo y el color del chándal se le había oscurecido.
-¡Vamos, entra, entra!- le dijo abriéndole la
puerta.
Las muchachas extranjeras no se habían marchado con
la esperanza de que el responsable de seguridad acabara siendo amable con ellas.
Al contemplar que, a pesar de la bronca que le había echado, finalmente había
dejado pasar al joven, y obviando que el muchacho tenía cita, las dos cruzaron
una significativa mirada y luego observaron decididas la lluvia que caía fuera.
El de seguridad se pasó la mano por la cara con un gesto de auténtico hartazgo,
pero les permitió la entrada.
Al cabo de un rato volvió a asomar y solo dijo:
-Había una persona para las 13:15. ¡Qué pase la
puerta de cristal!
¡Ay, ay! ¡Qué esa persona era yo! ¿Por qué me
llamaba a mí solamente? ¿Y los demás? Crucé entre la gente que estaba delante y
pasé la puerta de cristal como me había indicado, pero junto a la puerta estaba
el arco de seguridad, así que lo pasé también. Y aunque no pitó, oí su voz
airada gritarme:
-¡He dicho la puerta de cristal, no el arco!
Volví rápidamente sobre mis pasos y me quedé entre
la puerta y el arco sintiendo que había metido la pata. Yo no tenía tanta cara como
las dos jóvenes que no habrían dudado en ponerse bajo la lluvia para que las
dejara pasar, pero tampoco la falta de comprensión del idioma del muchacho
rumano que pudiera justificar mi expresión de susto. No sabía qué hacer porque
el espacio entre la puerta de cristal y el arco de seguridad era tan pequeño
que tampoco me parecía lugar adecuado para pararse.
-¿He dicho yo el arco?- volvió a gritarme.
-¿Dónde me pongo?- fue lo único que se me ocurrió.
-Aquí, aquí- murmuró una muchacha que también estaba
esperando en aquel recoveco.
El empleado
cruzó el arco de seguridad mientras nos dejaba allí, en tierra de nadie. Miré a
través del cristal a la gente que esperaba fuera, y pude darme cuenta que, una
vez más, cuchicheaban y reían entre ellos llegándome a hacer gestos de
complicidad bajo aquel techito mientras la lluvia seguía cayendo a sus espaldas.
-Pasad- nos dijo.
Y por fin entré en el edificio, donde el personal
administrativo me trató correctamente y pude hacer el trámite que tenía
pendiente.
8 comentarios:
Me ha gustado leerte aunque mis preferencias son entradas cortas.un abrazo desde Miami
Vaya con el papeleo, no acabo de entender por qué hay gente que lo hace todo tan desagradable y que creen que tratando así al personal se les respeta, trata como te gustaría que te trataran me parece más adecuado pero hay mucho energúmeno suelto.
Al menos hiciste tus trámites y te quedó una buena anécdota.
Abrazos
Nunca había pensado que la espera para un trámite administrativo pudiera resultarme divertida, bien narrado.
Muchas gracias por pasarte de nuevo por aquí, Recomenzar. Recibo ese abrazo desde Miami y te envío uno desde España.
Muchas gracias por tu comentario, Conxita. Pue sí, yo también soy de las que opinan que hay que tratar a los demás como te gustaría que te trataran a ti. Mi trabajo es cara al público y siempre soy amable y respetuosa, como espero que sean conmigo.
Pues en ese momento, aunque la gente se reía, a mí no me hacía mucha gracia, pero luego, pensándolo, me di cuenta de que ahí había una buena anécdota :-) Gracias por tu comentario, Ana.
Muy entretenido.
Gracias, E. Me alegro que te haya gustado :-)
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