Cuando hay acontecimientos o festividades que
concentran gran cantidad de personas en el mismo lugar y que imposibilita que
los que acostumbran a llevar el coche a todas partes encuentren aparcamiento, se
suele optar por el transporte público. Solo entonces somos plenamente
conscientes de que hay mucha gente que no sabe montar en autobús. Ya habíamos hablado de esto anteriormente, pero es que de nuevo, hace unas pocas semanas me
quedé de piedra al ver el comportamiento y las conversaciones de mis compañeros
de viaje. Parece imposible que alguien no sepa cómo utilizar un autobús, no sé
si es que yo lo cojo todos los días, pero no creo que sea tan difícil mirar el
mapa de la parada, o la aplicación del móvil para ver qué autobús lleva al
centro de la ciudad (que normalmente es el final del trayecto y viene escrito
en la marquesina o en el propio vehículo) o, en su defecto, preguntar al
conductor si pasa por donde quieres ir. No es tan difícil (si tienes suficiente
dinero, claro) pagar el billete, sentarte en un lugar o quedarte de pie sujeto
a la barra, leer los carteles que indican cosas como prohibido comer y beber o
que no se da cambio de más de 5 euros.
Las pasadas navidades los autobuses iban repletos, y
entre los muchos usuarios, se encontraban también aquellos que habían viajado
poco (o nada, quizá fuera su primera vez) en este medio de transporte.
Una señora consiguió un buen lugar y le indicó a su
nieta que se sentara junto a ella. A lo que la niña con mucho desparpajo y
alegría respondió:
-No, abuela. Yo no me siento. La ilusión de mi vida
siempre ha sido ir de pie en un autobús.
¡Vaya! Sus padres no debían saber que su hija tenía
ese anhelo por una cosa tan fácil de conseguir, si no le habrían regalado un
billete de autobús antes ¿o no?
Otra abuela pagó con su bonobus y saludó a la
conductora del vehículo, el chiquillo de unos tres años que llevaba de la mano,
miró fijamente a la muchacha y preguntó:
-¿Las mujeres saben conducir?
-Claro que saben- contestó la señora mientras lo
empujaba hacia el interior del autobús.
Buscó donde acomodarse, pero solo consiguió ese par
de asientos que quedan de espaldas y que son los últimos en ocuparse porque
mucha gente se marea. El niño al ver que iba de espaldas no tuvo otra
ocurrencia que preguntarle a su abuela por qué íbamos marcha atrás. La mujer le
explicó que no era el autobús el que iba marcha atrás, sino que eran sus
asientos los que estaban de espaldas, pero el pequeño no lo entendió a la
primera. Luego se asombró al ver pasar escaparates.
-¡Mira, mira!
-Son los escaparates de las tiendas.
-¿Qué son escaparates?
Y su abuela, con paciencia, se lo explicó.
-Abuela, tú sabes muchas cosas…
-Porque yo he vivido muchos años. Cuando tú te vayas
haciendo mayor irás aprendido tantas cosas como yo.
-Y esa gente que va andando por la calle… ¿se han
perdido?- volvió a preguntar.
-No, no se han perdido. Están paseando.
El chiquillo siguió viendo pasar escaparates
adornados de Navidad y concluyó que ya habían empezado las fiestas y se pasó el
resto del viaje cantando villancicos. Demasiados “peces en el río” para mi
gusto.
Debió ser un día muy emocionante para el niño,
porque no paraba de saltar de sorpresa en sorpresa, lástima que, seguramente,
ya lo habrá olvidado.
Aparté la mirada del pequeño cantante y me fijé en
una mujer que iba con su hija, ya mayorcita, manteniendo una asombrosa conversación.
-No, los Reyes no te van a traer tantas cosas. Si te
hicieran muchos regalos otros niños se quedarían sin juguetes- respondió la
madre a la que, seguramente, sería una larga retahíla de peticiones.
-¡No son muchos!- exclamó la hija pensativa -
¡Estaría bueno que a mí solo me trajeran una cosa y a los demás niños un
montón!
-Los Reyes saben lo que tienen que regalar a cada
uno. A todos igual… más o menos.
-¡No, a todos igual, no!- se quejó la niña – ¡A los
que no se portan bien, no!
-Los que no se portan bien están en la lista negra
de los Reyes… Y estar en la lista negra… ¡Es estar en la lista negra!
En una de las paradas un hombre subió al autobús e
intentó pagar con un billete de 10 euros. La conductora le indicó que el
reglamento establecía como máximo el pago con un billete de 5 euros y que
ella no tenía cambio suficiente, por lo que el señor bajó del autobús y nos
pusimos en marcha de nuevo.
-¡Qué poca vergüenza!- exclamó indignada una mujer a
mi espalda - ¡No se puede consentir que esta tía no haya dejado al hombre subir
al autobús!
-Le ha dicho que no tenía cambio de 10 euros-
respondió la amiga.
-¡Qué barbaridad! ¡No permitir pagar con un billete
de 10 euros! ¡Y él se ha bajado! ¡Yo no me bajo!- gritó enfadada - ¡A mí no
es capaz de hacerme eso! ¡A mí me cobra o me lleva gratis, pero nunca
consentiría en bajarme! ¡Me tendrían que bajar a la fuerza!
10 comentarios:
Como dijo el castizo, "hay gente pa to" :D
De todas formas, ese niño que pregunta si las mujeres saben conducir y todo lo demás es muy peculiar, ¿no?
Doy fe de que esas conversaciones son habituales en las fiestas.
Eva
Es muy interesante escuchar y ver que la realidad siempre supera a la ficción.
Saludos
Muy peculiar lo del niño, si. Ya sabe lo de los 10 euros,no es para enfadarse.
Cuántas cosas pueden observarse en lo que diariamente nos pasa desapercibido.
Gracias por esta lección de cómo montar en autobús y, también, de cómo pasar el tiempo en él.
Saludos.
Pues sí, Ángeles, hay gente pa' to' :-)
Gracias por tu comentario.
Esas conversaciones son más habituales de lo que la gente piensa y nosotras lo sabemos bien, Eva, porque hemos escuchado... ¡cada cosa!
Sí, Conxita, a veces la realidad supera a la ficción... solo hay que saber mirar alrededor y escuchar...
Gracias por pasarte por aquí y dejarme tu comentario :-)
Gracias por tu comentario, Mariví. Como ya ves, hay gente que se enfada muy fácilmente...
Muchas gracias a ti por tu comentario, Soros. Espero verte por aquí en otra ocasión :-)
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