Hace poco hice un viaje en mi medio de transporte
favorito: el tren. Pues en las estaciones de tren también se escuchan
conversaciones interesantes, absurdas o ambas cosas a la vez.
La estación de Zaragoza es sorprendentemente
abierta, debe ser agradable en verano, pero en invierno… no quisiera verme
allí. Quizá, por eso no se abren los accesos a los andenes hasta cinco minutos
antes de la hora oficial en la que el tren hace su salida. Y digo la hora
oficial porque la real es otra o, al menos, eso nos ocurrió a los que estábamos
allí aquella mañana de septiembre esperando varios trenes a otros tantos destinos.
Un centenar de personas llenábamos los andenes, mientras las vías permanecían
desiertas de trenes.
Unos se preguntaban si sería el andén correcto,
otros se extrañaban por el retraso de los trenes y, los más pesimistas, creían
haberlo perdido. Yo me entretenía mirando el reloj e imaginando trenes
invisibles al más estilo Harry Potter, cuando una señorona se sentó en un banco
apartando groseramente a las otras personas que estaban allí.
-Buenos días- dijo.
-Buenos días- contestaron algunos.
Al momento, un hombre de avanzada edad se sentó en
un banco cercano.
-Buenos días- repitió la señorona.
-Buenos días- respondió el anciano.
-Menos mal que usted tiene educación, porque hace un
momento he dicho “buenos días” y esa señora- dijo señalando a la mujer que
había empujado para hacerse sitio en el asiento - … no me ha contestado.
-No la habrá oído. Será sorda.
La aludida fingió serlo.
-Antes viajar suponía tener conversación segura-
continuó el hombre –. Siempre hablabas con tu compañero de viaje. Ahora cada
cual va a lo suyo.
La señorona asintió con la cabeza.
-Creo que usted debe ser mayor que yo…- cambió de
conversación repentinamente el anciano. La aludida no pareció molestarse por el
comentario.
-Sí, eso creo.
Los miré de soslayo y me pareció una impertinencia,
pues a todas las luces la señorona era más joven.
-Yo tengo 79.
-Pues yo hago 77 en diciembre, justo el día 28.
-Menuda inocentada gastó usted a su familia.
-Así debió ser, pues soy la penúltima de una familia
numerosa- continuó la señora sin inmutarse por las argumentaciones del otro- El
médico me ha dicho que nunca me ponga más años, que cuando me pregunten diga
los que tengo, aunque falte un día para cumplirlos, porque aún no tengo esa
edad, esa edad no es mía.
-No, aún no es suya- asintió el hombre como si
hablaran de un objeto comprado o algo así. – Yo viajo muy a menudo y me gusta
mucha esta estación. Estar aquí en diciembre es maravilloso. Corre un
airecillo… y estamos a la temperatura perfecta, cero grados, ni frío ni calor.
Porque yo he estado sentado en este mismo banco a cero grados ¿sabe usted?
-Sí, la temperatura perfecta.
Por suerte o por desgracia, los trenes llegaron y
aquella improvisada pareja descubrió que no compartían destino. ¡Ay! A veces el
camino separa a buenos conversadores y a sus interesados oyentes… a falta de
película… bueno es un fragmento de teatro, aunque sea teatro del absurdo.
En la estación de Málaga un abuelo enseña un libro a
su nieta. La chiquilla con ojos despiertos y coletas juguetonas atiende a todo
lo que le cuentan.
-Y este edificio lo hizo un arquitecto llamado
Moneo.
-¿Cómo?
-Moneo, un arquitecto muy famoso.
-¿Tú sabes quién es Monet?- le preguntó la pequeña a
su abuelo.
-¿Monet? Sí, un pintor francés- contestó este con
seguridad. Después miró a la pequeña con sorpresa - ¿Y tú? ¿Cómo lo sabes tú?
A lo que la niña respondió con un brillito vivaracho
en sus ojos y una amplia sonrisa.
Una familia en el AVE, camino de Puertollano, iba
muy alterada porque en el aeropuerto le habían perdido una de sus maletas.
-Pues yo haría noche en la terminal hasta que me
devolvieran mi maleta. Llevaba dentro mi conjunto de Tous- dijo la hija
adolescente.
-Pues era mi maleta preferida- dijo la madre- … y ni
por esas hago noche en el aeropuerto.
-No hubiese servido de nada porque ya nos han dicho
que la maleta no embarcó en el vuelo Londres-Madrid- respondió el padre.
-¡Había muchos vuelos!- se quejó la chica – A la misma
hora salía uno para Australia y otro para Nueva York.
-Al final la maleta va a viajar más que tú- se rió
su tío que los acompañaba en el viaje- La verdad es que Puertollano es aburrido
y la maleta no quería volver a su armario, quería viajar, conocer mundo,
divertirse…
-¡Yo en este tren camino de Puertollano y mi maleta
de juerga en Nueva York!- se quejó la muchacha disgustada.
6 comentarios:
Me pregunto cuántos años tendría la niña que conocía a Monet...
Unos relatos que parecerían fantásticos (rozan el absurdo) si no fuera por esa etiqueta ("hechos reales") que los delata, por eso, resultan sorprendentes.
Saluditos
Estoy de acuerdo con Sara: estas conversaciones a mí me parecen muy interesantes y sorprendentes.
Qué bien que estuvieras tú ahí para recogerlas e inmortalizarlas :-)
Yo he oído cientos de conversaciones como las de los dos señores de la estación de Zaragoza y ... es uno de los motivos por los que llevo el mp3. Aunque sí, teatro del absurdo al 100%.
Lo mejor es que a ellos esas conversaciones les fascinan. Cuando era más joven y aún se me pegaban esos personajes (ahora ya me deben ver la cara de perro) hasta se quejaban de que yo fuera leyendo y pensarían "Qué podrá decir ese tal Dickens que no diga yo"
Sí, Sara. Son conversaciones reales que tuvo oportunidad de escuchar en diferentes lugares :-) La niña que conocía a Monet debía tener unos seis o siete años y miraba a su abuelo con unos ojos tan despiertos :-)
Muchas gracias, Ángeles. Eres un sol :-)
Ja, ja, ja... ¿De verdad, Loque? ¿Llevas el mp3 por eso? A veces son muy pesados, pero otras te encuentras con pequeñas joyas :-)
Tengo una entrada en que hablo de un hombre que siempre me encontraba en el autobús y quería hacerse el gracioso utilizando los mismos chascarrillos que hace treinta años pero, con la diferencia, de que ya ninguno le hacíamos caso y él se quejaba de que ya "no se viajaba como antes, cuando todo el mundo hablaba y se reía. Ya no había gracia"
Publicar un comentario
Muchas gracias por leer este blog. Deja tu comentario, por favor :-)