Lee también Diario de viaje Florencia y Pisa: Parte I (Una marquesa imaginaria con miedo a volar), parte II (El Duomo sin Síndrome de Florencia) y parte III (David, la Galería de los Uffizi y la Capilla Medicea).
¡No photo!
Acudimos
a la Galería de la Academia con nuestro pase que nos permitió saltarnos la
considerable cola que se agolpaba en la puerta. No faltó el “no water”, pero
aprendida la lección, nuestras botellitas de agua se guardaron a buen recaudo
para no repetir la mala experiencia.
La
Galería de la Academia nos gustó mucho. Las esculturas y los cuadros eran
admirables aunque, exceptuando a Miguel Ángel, ninguno llegara a la categoría
de los Uffizi.
Al
final del pasillo donde nos miran los personajes cincelados con maestría, bajo
una bóveda de casetones, nos encontramos con el David original, grande,
majestuoso y bello, impasiblemente sereno ante la mirada de decenas de
personas. Una emoción me recorrió el cuerpo y una sonrisa se dibujó en mis
labios. Era la obra de un genio y genial se mostraba.
David. Escultura de Miguel Ángel. |
-¡¡¡¡¡No
Photo!!!!- me sobresaltó una mujer pequeña y gorda, que venía caminando
apresuradamente hacia mí. Pero no, no era yo quien había acaparado su atención,
ya que no había sacado ninguna cámara, se trataba de uno de los turistas que se
encontraba a mi izquierda. La expresión iracunda y la boca exageradamente fruncida
hizo que el extranjero se excusara.
Yo
la miré sin terminar de comprenderlo.
¿Cómo que no podían hacerse fotos? Era una escultura de mármol que no iba a sufrir daños por un “clic” de la cámara, ni por un millón de “clics”.
-¡No
photo!- volvió a gritar dirigiéndose a otro turista.
Alguien
sacó un móvil.
-¡¡No
photo!!- exclamó acudiendo con paso menudo y apresurado hacia el siguiente
espectador. Todos la miramos, unos con indignación y otros con mueca divertida.
En aquel momento no pensé que ese era su trabajo, solo me sentí terriblemente
molesta por la incomprensible exigencia del museo. Sudorosa y enfadada, miraba
a todas partes. Ahora lo recuerdo y siento una punzada de lástima.
En
las siguientes salas había una exposición temporal de un artista que hacía
esculturas a la manera romana. Y en esta ocasión doy fe de que “a la manera” no
era una mera suposición, sino un trabajo lleno de maestría. Cientos de bustos,
torsos y piezas completas nos observaban desde las estanterías, desde las
vitrinas, a pie de sala, tallados en un mármol blanco impoluto. Me parecieron
unas obras magníficas.
Después
tuvimos que pasar, obligatoriamente, por la tienda, donde vimos infinidad de
fotografías de David a un precio prohibitivo.
Pero
no podía marcharme sin ver de nuevo a mi estatua favorita. No quería despedirme
de David, pero tuve que hacerlo, prometiéndole que no lo olvidaría.
Una torre robada.
Al
entrar en el Palacio de los Medici un gran patio de columnas corintias y de
esculturas renacentistas te saludan alegremente. Sus salas son bellas y majestuosas, casi te
parece ver a cualquier miembro de la familia paseando despreocupadamente por
algún pasillo, sentado en uno de los hermosos sillones o traspasando las
innumerables puertas. El salón de bailes es ahora una gran sala de conferencias
llena de espejos pintados con profusa vegetación y amorcillos que parecen
saludarte cuando enmarcan tu reflejo. El techo representa el mismo cielo con
sus ángeles revoloteando entre nubes.
Plaza de la República. |
Todo
era precioso en el palacio. Pero cuando fuimos a los servicios nos llevamos la
gran decepción. Digo mal, porque no eran “los servicios”, era el servicio, en
singular, solo uno para todo el público. Uno solo, el típico váter-bidé,
completamente asqueroso y repugnante.
En
la Plaza de la República un arco del triunfo asiste a la incesante actividad
que rodea el carrusel de caballos de madera, mientras un inspirado grupo de
jazz toca melodías que recorren el aire.
Eva
y yo nos sentamos en un banco para tomarnos tranquilamente uno de esos ricos
helados italianos. En una de las
esquinas de la Plaza descubrimos el Hard Rock Café Florencia.
Al
recorrer la plaza descubrimos una maqueta en hierro de la ciudad donde se
distinguían la cúpula del duomo y las torres más importantes de Florencia. Sin
embargo, algo no cuadraba. A primera vista no podía apreciarse, pero algo
fallaba en aquella representación de la ciudad.
-¡Falta
el campanile!- dije señalando la cúpula del duomo huérfana de su compañero
inseparable -¡Han robado el campanile de Giotto!
Maqueta de Florencia sin el campanile. |
Cerca
de la plaza había otro mercado, el ajetreo del día se aplacaba mientras los
comerciantes desmontaban sus tenderetes apresuradamente. Una cola de turistas se
fotografiaba con una estatua de bronce. Nos acercamos a ver qué esra y descubrimos
un jabalí con el hocico degastado por la amable caricia de todos los visitantes
que esperan que aquel gesto los haga volver a Florencia. Eva y yo nos
fotografiamos con él aunque desconocíamos la leyenda y no entendimos el letrero
en italiano que estaba a sus pies.
Pasamos
de nuevo por la Plaza de la Señoría y observamos al gemelo de David,
resistiendo impasible los flashes de los turistas.
Atardecer en el Puente Vecchio.
Antonio
nos contó que el día anterior había visto el atardecer en el Puente Vecchio,
uno de los lugares más hermosos para contemplar como llega la noche.
Encaminamos
los pasos hasta el Puente de la Trinitá y desde aquí hicimos fotografías al
Puente Vecchio lleno de turistas. Después nos acercamos hasta allí. Casi todo
el puente está lleno de joyerías. Es triste pensar cómo la repetición de ese
anochecer mágico a orillas del río se ha convertido en monotonía para los
comerciantes, que colocan placas de hierro sobre sus escaparates y los cierran
al modo antiguo, ajenos al espectáculo de las nubes rosadas y la brisa fresca
que acompaña a los asistentes. Cientos de personas sonrían sobrecogidas al
anochecer en el Puente Vecchio. Un músico tocaba con su guitarra, al cantar una
canción española, la falta de acento lo delataba. Nos habíamos tropezado con un
artista español a orillas del Arno, pero pronto descubrimos que otros paisanos
charlaban y reían tranquilamente en aquel atardecer.
Puente Vecchio. |
Tropezamos con un pequeño bar en el que servían pizzas al corte y comías sentada en la barra, mirando las fotos del famoso Totó, que daba nombre al establecimiento.
Después
volvimos sobre nuestros pasos hasta el Duomo y nos comimos un helado sentados
en la escalinata, de espaldas a la fachada de aquel hermoso edificio.
De
vuelta al hotel descubrimos que lo único que habían hecho era la cama, porque
los “paños de cocina” solo habían sido doblados y colocados de nuevo en los
toalleros y las migas de pan del bocadillo de la noche anterior seguían en el
suelo.
Me
acosté y, a pesar de todas las maravillas que había visto durante el día, al
cerrar los ojos seguían deslumbrándome los dorados de las madonas de los
Uffizi.
Lee Diario de Viaje: Florencia y Pisa V. Otro David, la leyenda del patrón y vistando a los genios en Santa Croce.
Lee Diario de Viaje: Florencia y Pisa V. Otro David, la leyenda del patrón y vistando a los genios en Santa Croce.
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