Yo
creía que la vida siempre sería igual y me parecía bien. Mi madre me levantaba
temprano para ir al colegio pero era mi padre el que me dejaba allí porque le
pillaba de camino al trabajo. Mi madre siempre salía antes para llegar la
primera a su oficina.
Mi
padre y yo teníamos un secreto: todas las mañanas podía decir palabrotas a los
otros conductores sin que yo me chivara a mamá y a cambio él me compraba
chuches. Mi madre odia las palabrotas y siempre le riñe por decirlas. Así que
mi padre las soltaba todas juntas en los atascos y ya no decía ninguna delante
de mi madre.
Yo
me lo pasaba bien en la escuela. Me sentaba en la segunda fila con Inés.
Escuchaba atentamente a los maestros, especialmente a la seño Carolina que
sabía muchas cosas y las explicaba muy bien. Inés se aburría y se ponía a hacer
dibujos en su cuaderno hasta que llegaba la hora del recreo. Mateo, que estaba
en otra clase, siempre nos esperaba junto al viejo olmo y repartíamos las
chuches que mi padre me había comprado. A veces también compartíamos el zumo,
los bocadillos tan ricos que su padre le preparaba y los pastelitos que la
madre de Inés cocinaba. Siempre estábamos los tres juntos. Yo sonreía sabiendo
que era muy afortunada de tener tan buenos amigos como Inés y Mateo.
Mis
padres se pasaban la semana deseando que llegara el viernes para poder tener el
fin de semana libre. Pero a mí me parecía que ese era el día más aburrido
porque nos pasábamos toda la tarde en el supermercado. La mayoría de los
sábados paseábamos, almorzábamos en un restaurante y nos íbamos de tiendas.
Pero algunas veces comíamos con los abuelos y yo me quedaba a dormir allí para
que mis padres pudieran cenar solos e irse a bailar. El domingo siempre
subíamos a la Sierra.
Para
mis padres lo mejor eran las vacaciones de verano. Mi madre llenaba el maletero
y el suelo de los asientos traseros del coche de maletas y viajábamos a la
costa. Es verdad que la playa es estupenda, pero sería aún mejor si estuvieran
Inés y Mateo.
Mi
época favorita del año siempre han sido las navidades, porque todo se llena de
luces, de mercadillos y de regalos debajo de nuestro árbol. En Nochebuena
siempre nos reuníamos toda la familia en casa de los titos Eduardo y Carmen.
Viven un poco lejos, pero tienen un piso grande, con una amplia terraza que
adornan con trineos, renos, muñecos de nieve y un Santa Claus más alto que yo.
Todos los años me lo paso muy bien jugando con mis primos Jorge y Adrián y
viendo lo contentos que están todos. Aunque contengo la respiración cuando la
abuela Mercedes dice que se siente muy feliz de ver a toda la familia reunida
porque seguramente ella no estará para las próximas navidades. Mamá le riñe y
el tío Eduardo se ríe al preguntarle cuántos años lleva diciendo lo mismo.
Entonces todos se muestran de acuerdo con que la abuela llegará a centenaria,
ella se alegra mucho y se pone a tocar la pandereta.
Así eran las cosas hasta que llegaron los tiempos raros.
©MJ
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