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miércoles, 24 de marzo de 2021

Sabré esperar.

No tengo televisión, aunque sé que salgo por ella algunas veces. No soy de esas famosas que aparecen todos los días en los medios, pero varias veces al año aparecen los cámaras y me sacan un reportaje para alguna cadena. También viene mucha gente a verme, a veces desde muy lejos, y siempre me están pidiendo un selfie… o muchos. Pero a mí, que ya soy muy vieja, lo que más me gusta es ver a los míos. Encontrarme con ellos en cualquier lugar. Me dan la vida.

Aquel domingo me pilló a traición. No creáis que soy tonta, ya me olía que algo raro estaba pasando. Pero no esperaba que un día, de repente, me dejaran sola. Esa es una de mis mayores pesadillas, quedarme sola y abandonada.

Como no tengo una de esas pantallas que retransmiten las noticias, ni tengo radio, ni internet, ni leo la prensa, no sabía qué estaba pasando. Pero las calles vacías, los bares cerrados, las carreteras sin coches y el silencio me dieron muy mala espina… Es cierto que lucía un sol radiante preludio de primavera, pero lo que encendía mis alarmas era el silencio, un silencio tan extraño que dolía.

Mi angustia se vio aliviada cuando escuché a María abrir la puerta del portal dispuesta a plantarse en un par de minutos en su obrador… ¿Se le habían pegado las sábanas por primera vez? La buena mujer llevaba 30 años saliendo antes del amanecer y todos los días, a aquellas horas, ya olía a pan recién horneado y hojaldres. Asomó la cabeza y miro recelosa a todos lados… como si un peligro acechara en la acera. Tardó aún unos minutos en decidirse y salió corriendo para encerrarse en la panadería a cal y canto. Creo que el silencio y la soledad también la abrumaron. Pero yo me alegré de verla y esperé que fuera la primera señal de normalidad. En pocos minutos llegó la segunda, porque Francisco abrió su quiosco de prensa, aunque, extrañamente, la camioneta de Arturo no había llegado ya con la edición dominical de los periódicos y sus fascículos coleccionables. La carretera seguía vacía, mientras los semáforos, ciegos ante aquel extraño suceso continuaban cambiando de color tan tranquilamente… ¡maquinas programadas!

Ahora le tocaba el turno a Pepe. Siempre abría su cafetería a las siete en punto. Pero aquello no sucedió. Ni Pepe abrió, ni nadie se acercó a por los churros del domingo. No había nadie más. Ni siquiera doña Rosa había bajado a pasear a su perro, ni don Agustín se había sentado en el banco de la plaza a leer el periódico, ni Laura se había calzado sus zapatillas de deporte para correr antes de ir al trabajo. Solo pasó un autobús vacío a toda prisa, sin detenerse en la solitaria parada…

Miré los balcones, las ventanas. Todos estaban en casa, escondidos y en silencio.

¿Qué pasa? ¿Qué pasa? ¡Decidme qué pasa! ¡Qué me estáis asustando! Silencio. Silencio aterrador. Silencio de otros tiempos que me trajeron fantasmas barridos por el viento del pasado. Silencio que precedía a los sonidos de explosiones, gritos y cascotes… De repente ruido. ¿Aviones? No, no llegaban aviones… pero apareció un vehículo del ejército y varios del ayuntamiento. De los últimos se bajaron un grupo de personas enfundadas en trajes blancos protectores y con unos extraños artilugios comenzaron a lanzar un humo blanco sobre los bancos, las aceras, las carreteras… ¿Estaban desinfectando la calle? El vehículo militar los dejó enfrascados en su tarea, mientras ellos avanzaban con su megafonía repitiendo instrucciones de protección… La gente se asomó a los cristales y alguno salió al balcón y los grabó con su móvil.

¡Oh! Sí que era una guerra, pero de esas silenciosas que dejan edificios intactos y vidas destruidas… Sí, esas tampoco las he olvidado. Pero ahora era diferente. Antes la gente seguía a lo suyo hasta que comenzaban a desvanecerse en mitad de la calle. Entonces llegaban los lloros y todo el que podía permitírselo huía o se encerraba en casa. Las carretas recogían a los muertos, los barcos guardaban cuarentena en el puerto y una procesión recorría las calles con oraciones.

Aquel domingo todos parecían haberse puesto de acuerdo y, anteriormente, yo apenas había notado nada extraño más allá de lo repleto que había estado el supermercado el día anterior, pero ¿no lo estaba siempre los sábados por la tarde?

No estuve sola aquellos meses. El supermercado volvió a abrir el lunes por la mañana y era uno de los pocos negocios que, junto a la panadería de María y el quiosco de prensa de Francisco, permanecían abiertos. La gente comenzó a salir tímidamente una vez al día. Escuché pasar muchas ambulancias, eso era aún peor que el silencio. Pero me gustaba oír los aplausos de las ocho de la tarde.

Al cabo de un tiempo la gente volvió a salir a la calle y lo abarrotaron todo. La mayoría llevaba mascarilla, pero otros no. Los bares y las tiendas abrieron y se llenaron. Las playas estaban repletas de gente aún antes de que llegara el verano. Vinieron turistas y la calle se llenó de vida. Y aunque no se celebraron fiestas oficiales, muchos las celebraban por su cuenta. Yo creía que todo había acabado.

A pesar de ello, estaba triste. Me faltaban muchas personas y eso siempre me ha dejado la sensación de perder una parte de mí.

Ahora hace un año de aquello y sé que no ha acabado, porque cada cierto tiempo, veo toques de queda que cambian de hora, bares y tiendas que cierran unos días, para abrir luego y volver a llenarse de gente. Y, luego cierran de nuevo y otra vez la misma historia.

¡Ay! Nadie aprende de sus errores, y menos aún cuando aquellos errores pertenecen a otras generaciones que ya no están, pero que, de estarlo, no serían escuchados. Dicen que nadie escarmienta en cabeza ajena. Pero mi gente de hoy, ya ha tropezado tres veces con la misma piedra. Apenas una tregua y de nuevo el rugir de las ambulancias recorriendo las carreteras día y noche.

No tengáis prisa en llenar las calles o en hacer fiestas. Ya haremos muchas cuando todo se solucione, creedme. ¿Acaso no hemos paseado juntos todas las tardes, nos hemos bañado en ese mar, hemos disfrutado de almuerzos familiares a la sombra del toldo, de multitud celebraciones entre amigos? ¿Acaso no hemos abarrotado el campo de fútbol para gritar los goles y no hemos llenado el auditorio para cantar junto al artista de moda? ¿Acaso no nos hemos emocionado al ver pasar por la tribuna una procesión o hemos acudido al puerto a ver los fuegos artificiales de inauguración de la feria sin sombra de duda de que aquello siempre había sido así y seguiría siéndolo? Sé que nunca os hubieseis imaginado lo que ahora está pasando, pero yo, que ya lo viví muchas veces, os puedo asegurar que esto pasará y todo volverá a ser como antes. Pero para ello tenéis que protegeros. Tomaos el tiempo que necesitéis porque yo estaré aquí con los brazos abiertos, sabiendo que el reencuentro definitivo será nuestra mayor alegría. Vuestra ciudad siempre os echa de menos y sabe esperar.

© MJ 



miércoles, 10 de marzo de 2021

Gala de los Goya 2021. Emoción y esperanza.

El sábado 6 de marzo de 2021 tuvo lugar la 35 edición de la gala de los premios Goya en el teatro del Soho Caixabank de Málaga y estuvo presentada por Antonio Banderas y María Casado. Fue una gala muy especial y muy diferente por las circunstancias que estamos viviendo.

Desde hace muchos años tengo dos citas televisivas ineludibles: los Goya y Eurovisión. Dos acontecimientos muy diferentes y con prestigio y audiencias dispares. El año pasado los Goya se celebraron normalmente (enero de 2020) antes de que la alarma sanitaria saltara en España, mientras que Eurovisión (mayo de 2020) no pudo hacerse más que de modo testimonial desde los Países Bajos, el estado anfitrión, que tuvo que cambiar de escenario ya que había convertido el estadio destinado al certamen en hospital improvisado. Cada cantante permaneció en su país y las imágenes que acompañaban la emisión eran de las más grandes y emblemáticas ciudades completamente desiertas.

En esta ocasión, la difícil tarea de conducir los Goya celebrados en pandemia fue encomendada a Antonio Banderas, quizá para que sus tablas, su locuacidad y su sencillez dieran empaque y sobriedad a una ceremonia que tenía que alejarse de los chistes y bromas de años anteriores.

Antonio Banderas y María Casado hablaban días antes de lo delicado de este trabajo, del temor a que no se comprendiera una gala tan diferente, del despliegue técnico que representaba la conexión en directo simultánea con cientos de nominados en sus respectivas casas y del miedo a que algo saliera mal en el programa, que cada año, se convierte en lo más visto de la televisión española. Todo el equipo estaba dispuesto a cumplir cada una de las directrices sanitarias, someterse a los test PCR imprescindibles y grupos burbuja necesarios.

Autor Alejandro Martín Parra. Publicado en Flickr
Goya.
Imagen de
Alejandro Martín.
Publica: Flickr
Todo buen trabajo tiene que ser premiado y este año ha de serlo unos Goya que, pese a tenerlo todo en contra, se convirtieron en una gala hermosa, poética, emotiva, sensible y curiosa. Tenía una apariencia sencilla, pero escondía una gran complejidad técnica detrás. Todo salió prácticamente perfecto. Solo faltaron los aplausos y los abrazos… y las decenas de  estatuillas cabezonas de los otros años.

Los datos de audiencia no fueron todo lo buenos que se esperaban, pero al día siguiente la prensa elogió la gala y, por ello, resultó injusto que tan bonito espectáculo se viera eclipsado por los inaceptables comentarios machistas sobre las actrices. Venían de un par de periodistas o técnicos que creían tener el micrófono cerrado pero cuyo sonido captó la retransmisión de la alfombra roja por redes sociales.

Teatro del Soho. Málaga.
La calle Córdoba, donde se encuentra el teatro, estaba acordonada para que los fans se abstuvieran de ir, pero esto no detuvo a cientos de curiosos que desde las bocacalles intentaban ver a los famosos. Tan solo desfilaron por la alfombra roja los actores y actrices encargados de entregar los galardones, mientras en grandes pantallas, podíamos ver a los nominados engalanados en sus casas, posando también, como si estuvieran allí. Un cordón separaba a la prensa de los artistas que no dudaron en quitarse la mascarilla para sonreír a las cámaras.

En la platea del teatro no había un solo espectador. En el escenario sobrio, pero telemático, apareció Antonio Banderas con un discurso sosegado, reflexivo y acertado que se volvía para dar la bienvenida a todos los nominados que, desde sus casas, saludaban en un mosaico de caras risueñas que se dibujaban en las pantallas. Y después, todos juntos, actores, técnicos y televidentes guardamos un minuto de silencio.

Imagen de youtube. Video compartido por TVE
Antonio Banderas saludando a todos los nominados que seguían
 esta gala telemáticamente desde sus respectivos domicilios.
 Imagen de youtube. Video compartido por TVE.

“Dicen que para vivir la vida hay que mirar hacia delante, pero que para entenderla hay que mirar hacia atrás” reflexionaba Antonio instantes después para contarnos que, precisamente en aquel mismo lugar, se había levantado en 1907 el primer cine que hubo en Málaga, el cine Pascualini.

En esta ceremonia solo había 40 personas y los artistas se mantuvieron en camerinos separados. Entre ellos se contaban los más internacionales del cine español actual que salieron a entregar los primeros premios: Pedro Almodóvar, Penélope Cruz, Alejandro Amenábar, Paz Vega y Juan Antonio Bayona. En el suelo aparecieron sendas estrellas para que pudieran posicionarse guardando las distancias.

Y la gala fue transcurriendo entre premios, agradecimientos más cortos que de costumbre y con pocas palabras reivindicativas de los ganadores vestidos de gala en su sofá acompañados de familia o amigos.

Las diferentes categorías estaban muy ampliamente representadas, pero se dio el insólito caso de que la pandemia solo había permitido terminar y estrenar una película de animación y para ella fue el Goya de su categoría.

Aprovechando sus numerosas amistades, Antonio había logrado  que lo más granado de Hollywood nos enviara palabras de ánimo y afecto. Más de 30 artistas, unos en inglés y otros en castellano (con buena disposición y mal acento) nos mostraban su apoyo. Y así, en diferentes bloques, oíamos los saludos de Robert De Niro, Al Pacino, Nicole Kidman, Charlize Theron, Emma Thompson o Tom Cruise. Los latinos, como Salma Hayeck, fueron mucho más elocuentes y cariñosos. 

No sé cómo les harán llegar los Goya a los galardonados, pero solo uno de ellos pudo recogerlo en el escenario: Ángela Molina que recibió el Goya de honor y lo agradeció con un emotivo discurso.

Una enfermera fue la encargada de anunciar el Goya a la mejor película que se llevó el film Las niñas.

La música la puso la Orquesta Sinfónica de Málaga. Nathy Peluso interpretó La violetera. Vanesa Martín se encargó con Una nube blanca de acompañar el “In memoriam” de casi 8 minutos, que terminó con unas sentidas palabras de la cantante recordando a todas las víctimas de la pandemia en el mundo con el mapa de España lleno de nombres propios y una imagen que se alejaba cada vez más para captar toda Europa y después el resto del planeta. Diana Navarro apareció deslumbrante junto a Carlos Latre caracterizado como Pepe Isbert que decía “deber una explicación” a Luis García Berlanga emulando el famoso monólogo de Bienvenido, Mr. Marshall, mientras que Diana cantaba Coplilla de las divisas o, como todos la conocemos, Americanos, os recibimos con alegría para homenajear al director en el centenario de su nacimiento.

Imagen del canal de youtube de Javier Saborido Teira. Vídeo compartido por TVE.
Diana Navarro y Carlos Latre como Pepe Isbert homenajeando
a Berlanga. Al fondo un fotograma de "Bienvenido, Mr. Marshall".
Imagen del canal de youtube de Javier Saborido Teira. Vídeo compartido por TVE.

Y ya en el tramo final de la gala, en uno de esos saludos internacionales, la mismísima Barbra Streisand daba paso a un fragmento de una de sus interpretaciones de Happy days are here again a la que tomó el relevo en el escenario Aitana mientras en la pantalla aparecía la traducción de la parte más esperanzadora: tiempos felices, noches felices, días felices, están aquí otra vez.

Antonio y María se despidieron con la maravillosa Moon River sonando de fondo, mientras decían que no querían quedarse en la historia como la gala de la covid, sino la de la recuperación. Y con unas poéticas palabras de alegría y deseos de abrazos se marcharon por un mítico camino de baldosas amarillas.

“Aquí, quizá porque somos unos insensatos, sí creemos en las balas de plata, en los caminos de baldosas amarillas y en los ríos de la Luna”.

Imagen de May Meez en Pinterest.
Uno de los caminos de baldosas amarillas que existen en el mundo.
Imagen de May Meez en Pinterest.