Hace poco fui a una exposición de fotografías
antiguas de mi ciudad. Me encantan estas exposiciones porque presentan un
pasado reciente, una vista atrás, un día a día que fue y que ya no está, pero
de alguna manera permanece ahí.
Cada día pisamos las calles de una ciudad nueva que
se levanta sobre la antigua, que conserva su impronta, su esencia. Podemos
imaginarnos el carro tirado por animales cruzando la calzada enlodada, al
repartidor de periódicos que vocea la última hora, a un señor con sombrero
esperando el tranvía, o a dos muchachas con sus faldas largas paseando por el
parque mientras dos jóvenes las piropean amablemente. Sus calles, sus plazas,
sus edificios son los nuestros, contemplan silenciosamente la misma escena más
de un siglo después. Por la mañana temprano aparece el repartidor con su
furgoneta, un señor espera el autobús mientras ojea un ejemplar de un periódico
gratuito que le han entregado, dos muchachas pasean por el parque mientras dos
jóvenes apartan la vista de sus teléfonos móviles para centrar su atención en
ellas. ¿Qué diferencia hay?
La Plaza Mayor, Madrid. Año 1930. |
Esta exposición era especialmente interesante porque te ponía en bandeja la comparación. No se limitaba a mostrar las fotografías. Habían reproducido una vieja colección particular de postales, habían investigado en archivos privados y habían acudido al lugar, exactamente al mismo lugar de las imágenes, para fotografiarlo en la actualidad. Presentaban las dos fotos expuestas en grandes paneles con la descripción como único marco.
Era realmente curioso e ilustrativo. Aquella ciudad
de hace cien años tan idéntica en los lugares donde se había asentado la
nobleza y la burguesía, y tan diferente en los barrios marginales, en el
extrarradio. Ahora esos barrios forman parte del centro de la ciudad y sus
chabolas se han convertido en altos bloques de pisos. La floreciente industria
de finales del siglo XIX, las fábricas, las casuchas de los obreros se han
transformado en centros comerciales, en urbanizaciones, en aparcamientos, con
una solitaria y muda chimenea recuerdo de lo que se perdió y de lo que se ganó.
Los solares vacíos, sin vegetación, han dado paso a autovías interminables,
estaciones de servicio y polígonos industriales. La playa con restos del oleaje
y cuatro pescadores tirando de las redes se ha convertido en tierra firme; ha
sido desplazada medio centenar de metros hacia el mar y cubierta de hamacas y
sombrillas. El puerto, sucio y descuidado, con los primeros barcos de vapor
atracados en sus muelles se ha transformado en un paseo que saluda a los grandes
transatlánticos.
La Aduana, Málaga. Finales del siglo XIX. |
Todos estos cambios, unos para bien y otros para mal, se han llevado a cabo durante poco más de 100 años, pero los grandes hitos de la ciudad han permanecido inalterables, porque ellos son, junto a su gente, el corazón de la urbe. La catedral ya no puede verse desde cualquier punto, ni escucharse sus campanas, pero ahí sigue soportando el peso de los siglos; los palacios que construyeron los nobles para su gloria y comodidad, ahora son sedes de organismos oficiales; los paseos con árboles recién plantados y tranvías tirados por caballos, ahora están recorridos por coches y autobuses, y sus álamos o palmeras son más altos que los edificios aledaños. Pero todo está ahí, donde lo conocieron aquellos señores que no salían a la calle sin sombrero y aquellas damas con sombrilla, donde los trabajadores se encaminaban tras terminar su dura jornada para charlar antes de regresar a sus modestas casas. Todo está ahí y ahí debe seguir, porque es nuestra obligación legarlo al futuro del mismo modo que el pasado nos lo regaló al presente.
6 comentarios:
Qué evocadora entrada.
Por la forma en que la has escrito se percibe cuánto te gusta conocer el pasado, para, seguramente, entender y valorar el presente con acierto y con la mayor objetividad posible, por muy difícil que esto sea.
Un saludito.
Es muy bonito poder ver que, en realidad, no somos tan diferentes como muchos creen.
Muy bonita entrada :-)
Como siempre querida amiga me parece un relato precioso, creo que este finde bajaremos para ver las fotos.
Besitos de tu admiradora y amiga , charo.
Realmente no me he parado a pensar por qué me gusta tanto conocer la historia, la verdad. Pero es innegable que me gusta, me encanta conocer la historia cotidiana :-)Y me alegra que te resulte evocadora la entrada, Ángeles. Muchas gracias por leerme.
Exacto Eva, no somos tan diferentes. Gracias por acompañarme en esos paseos "fotográficos" :-)
Gracias, Charo por tus amables comentarios. Eres un cielo, amiga mía.
Enhorabuena por el tiempo que inviertes en escribir y el que yo invierto en entretenerme al leerte!! Sigue así!!!
Muchas gracias, Anónimo :-) Espero seguir viéndote por aquí.
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