La
mañana del jueves 1 de septiembre de 1859, el astrónomo aficionado Richard
Carrington, estaba trabajando en el observatorio londinense cuando descubrió
unas manchas solares mucho mayores de lo normal, de ellas salió una llamarada gigantesca
acompañada de eyección de masa coronal. Desde otro observatorio, el también
astrónomo, Richard Hodgson, presenciaba la misma escena. Aquella violenta
tormenta solar alcanzaría la Tierra de pleno solo 17 horas después convirtiendo
al resto de la humanidad en testigos involuntarios de sus consecuencias. Este
mes de septiembre se cumplen 160 años de lo que conocemos como evento
Carrington.
Ya
hemos hablado aquí de fenómenos naturales que afectaron nuestro modo de vida y
que, a veces, también tuvieron alguna repercusión positiva. Y es que, a menudo,
el hombre parece olvidar que el planeta y el cosmos tienen sus propios ciclos,
que no se han detenido por la presencia humana.
Por
ejemplo, el viento solar es un fenómeno que nos afecta continuamente y lanza
sobre la Tierra gran cantidad de partículas. El escudo magnético del planeta,
el cinturón de Van Allen, se deforma, absorbe el impacto y sus radiaciones,
desvía las partículas a las zonas polares, recupera su forma y la radiación se
visualiza como una aurora boreal.
Pero
en 1859 se produjo la mayor tormenta solar que ha sufrido la humanidad hasta el
momento. Con la violencia de la eyección de masa coronal, el Sol lanzó al
espacio una radiación masiva y la Tierra estaba justo en su trayectoria. Al
chocar contra el escudo magnético lo deformó de tal manera que sus 60.000 km de
altura se aplastaron hasta convertirse solo en 7.000 km y se estiró por la
parte posterior creando un efecto rebote al volver a su forma original. Aquello
produjo una enorme cantidad de descargas eléctricas que recorrieron el mundo y
dañó nuestra incipiente tecnología: las pocas redes eléctricas que existían se
incendiaron, los telégrafos de Norteamérica (que habían comenzado su actividad
en 1843) y Europa soltaron chispazos y se paralizaron, el papel que estaba
dispuesto para transcribir los telegramas ardió y los operarios que trabajaban
en aquellos momentos sufrieron descargas y quemaduras.
Representación de la tormenta solar de 1859 azotando la magnetosfera terrestre. Nasa. Dominio público. |
La
gente observaba asombrada un fenómeno que la mayor parte de ellos desconocía:
las auroras boreales. Aquel día y el siguiente las auroras boreales pudieron
verse hasta cerca del ecuador, en ciudades como Madrid, Roma o La Habana. La
prensa de la época se hizo eco de que llegaron a iluminar los cielos con tal
intensidad que podía leerse el periódico durante la noche y que, incluso, los
mineros de las Montañas Rocosas de Estados Unidos se levantaron y desayunaron
para ir a trabajar convencidos de que ya había amanecido. Un par de días
después la radiación sobrepasó la Tierra y todo volvió a la normalidad.
Manchas solares dibujadas por Carrington el 1 de septiembre de 1859. |
Esta
no fue ni la primera ni la última tormenta solar que afectó al planeta, pero sí
la más intensa de los últimos 500 años, según las muestras de los registros de
hielo analizados en la Antártida y Groenlandia. No es sencillo dilucidar cada
cuanto tiempo se repite una tormenta tan violenta como la del evento
Carrington, algunos estudiosos indican que una vez por centuria y otros que
tres veces en un milenio. Pero lo cierto es que, si bien, tenemos escasas
evidencias de las anteriores, la información que poseemos de la ocurrida en
1859 nos ha hecho estar más atentos a las posteriores.
Conservamos
testimonios de la ocurrida en diciembre de 1862, en plena guerra civil de
Estados Unidos, con combatientes desconcertados por las auroras boreales que
brillaban en el cielo de Virginia en plena batalla.
La
segunda tormenta solar más fuerte que hemos sufrido hasta el momento fue la del
14 de mayo de 1921 a la que se bautizó como la gran
tormenta solar de Nueva York. Se calcula que fue unas 20 veces inferior al
evento Carrington pero afectó a las redes ferroviarias de Estados Unidos hasta
paralizar la Estación Central de Nueva York. Se sucedieron incendios eléctricos
y la comunicación telegráfica quedó interrumpida. Las auroras boreales en el
norte de Europa y la costa este de Estados Unidos fueron tan brillantes que el
New York Time relataba como eclipsaron a las luces de Broadway y tuvieron que
suspenderse las representaciones.
En
1938 volvemos a tener auroras boreales en latitudes impropias del fenómeno, en
concreto se documentan las de Barcelona y
Madrid.
Aurora boreal. |
En 1989 vivimos el evento Quebec, otra fuerte tormenta solar que, aunque inferior a la de 1921, provocó incidentes en varias centrales nucleares de Estados Unidos y Suecia y paralizó la planta hidroeléctrica de Quebec (Canadá) durante 9 horas dejando a 6 millones de personas sin luz y sin calefacción. Pero en 1994 el mismo país se quedó sin televisión y radio como consecuencia de otro fenómeno similar que afectó a dos satélites de comunicaciones.
Los
incidentes se repitieron en 2003 con la denominada tormenta solar de Halloween, y eso que esta no nos alcanzó de lleno
al encontrarse el planeta fuera del rumbo de la eyección de masa coronal del
Sol.
Cuando
el hombre carecía de tecnología poco le afectaban las tormentas solares, pero
cuanto más avanzamos en ese campo, más vulnerables somos ante un fenómeno
totalmente natural y que ha venido repitiéndose a lo largo de millones de años.
La preocupación ha ido creciendo, e incluso la NASA elaboró su propio informe
al respecto en 2009 donde reconoce que hay poco margen temporal desde que se
origina una tormenta solar hasta que nuestro planeta sufre las consecuencias. No
se muestra demasiado optimista, solo aboga por la prevención, con mejoras en
los satélites para que no se vean afectados.
Algunos
piensan que de repetirse una tormenta solar de la misma violencia que el evento
Carrington solo nos dejaría sin electricidad en las zonas cercanas a los polos
pero podríamos reparar nuestras redes en un par de días.
Los
más pesimistas aseguran que se fundirían los transformadores de la mayor parte
del planeta y eso originaría un gran caos puesto que todo nuestro mundo
funciona con electricidad. Quedarían
inutilizados todos nuestros aparatos eléctricos, equipos informáticos,
móviles e internet. Nuestras redes de comunicación, producción y distribución,
nuestro sistema financiero están informatizados. Las bombas hidráulicas se
pararían dejando a las ciudades sin agua. En pocos minutos se caerían las redes
de satélites y con ellas el gps que es fundamental para las maniobras aéreas y
marítimas. Las centrales nucleares se verían afectadas. La bolsa de valores se
desplomaría en tan solo una semana si el apagón persistiera, pero se ha
calculado que, posiblemente, tuviéramos que permanecer así durante meses, y los
sistemas irían recuperándose paulatinamente, pudiendo llegar a tardar varios
años en repararse todo y volver a la normalidad.
Los
especialistas están seguros de que el evento Carrington se repetirá, pero no
saben cuándo, ni las consecuencias reales para nuestra tecnología. Por ello hay
muchos expertos vigilando la actividad solar e intentando trazar un plan de
acción que aún no tenemos.
Manchas solares sobre la superficie de nuestra estrella. |
7 comentarios:
desde luego un buen trabajo de investigación, gracias como siempre por compartirlo,me ha gustado , un fenómeno que nos afecta desde luego a todos por igual y que a su vez emitieron esas luces del norte, tan enigmáticas y bellas
Muy interesante.
Hola MJ lo desconocía totalmente y me ha parecido muy interesante. Las auroras boreales siempre me han parecido de lo más misteriosas pero verlas en nuestras latitudes por lo que comentas traería consecuencias terribles, sobre todo en este momento en que dependemos absolutamente de la tecnología. Es absolutamente necesario que se imponga el cuidado de nuestro planeta antes que sea demasiado tarde, porque lo estamos malbaratando.
Un beso de vuelta
Muchas gracias por tu comentario, Miguel Ángel. Sí, las auroras boreales son bellas y enigmáticas, pero verlas cerca del Ecuador nos alertaría de algún peligro. Después de lo que he leído sobre las tormentas solares para hacer esta entrada, creo que me asustaría ver una en España. Algún dia las veremos cerca del polo y allí será precioso.
Gracias, Anónimo. Me alegra que te haya resultado interesante.
Si, Conxita, tenemos que cuidar nuestro planeta. También deberíamos tener un plan B por si viniera alguna tormenta solar similar a la de 1859 porque ahora todo depende de la tecnología completamente. He leído que los expertos investigan los ciclos solares para intentar predecir cuando será la próxima, pero aún no lo tienen claro y podría ocurrir en cualquier momento. Es un fenómeno natural y, por ahora, imprevidible. Es ridículo pensar que va a dejar de suceder porque unas hormiguitas como nosotros habitemos la Tierra.
Muchas gracias por tu comentario y observaciones.
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