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sábado, 27 de mayo de 2017

Diario de viaje: Albufeira, Lisboa y Cascais III. Castillo de San Jorge, Rua Augusta y Plaza del Comercio.




La ciudad del viento

Una de las calles que suben al castillo.
Tengo que volver a Lisboa. Una ciudad preciosa que recomendaré siempre. Pero para mí, y hasta que no me demuestren lo contrario, Lisboa es la ciudad del viento. En los días que pasamos allí un fuerte viento nos acompañó a todas partes, con sus ráfagas y furia nos refrescó del calor del mediodía, nos heló por la noche, nos siguió por las calles empinadas, subió al castillo de San Jorge y nos golpeó en la Praça do Comércio.



Peligro en el castillo

Nuestra siguiente parada fue el Castelo de São Jorge. Fue una dura subida hasta la parte más alta de la ciudad, pero en todo el camino nos sentimos como en casa, ya que había españoles por todas partes. Ese día había fiesta y las calles estaban adornadas. 

Murallas y torres del Castillo de San Jorge.

Después de pagar nuestra correspondiente entrada traspasamos las puertas de tan magnífica fortaleza y nos encontramos con un patio interior con unas vistas impresionantes. A nuestros pies podía divisarse la maravillosa Praça do Comércio, la Rua Augusta y el estuario en todo su esplendor, el puente más famoso de Lisboa, el 25 de abril, (que utiliza Mapfre como imagen) con su silueta recortada al viento y en la otra orilla, Cristo Rei con los brazos abiertos dándote la bienvenida.

Vistas de Lisboa desde el castillo de San Jorge.

Aquí puede apreciarse lo bajos que son los muros.
En lo alto de la más alta torre, con los muros más pequeños y dos precipicios a los lados, el viento soplaba con furia y tuve que agarrarme a la pared mientras caminaba por el estrecho pasillo, como en las películas donde el protagonista hace equilibrios sobre la cornisa de un edificio. Sobra decir que no me atreví a sacar la cámara para inmortalizar el peligroso momento. Pero tengo que confesar que pasé miedo.

Somos santos mas nem tanto

Vista de la Rua Augusta.
Después de reponerme del susto y bajar diligentemente del castillo nos encaminamos a la Rua Augusta, la calle principal de Lisboa. Esta vez el camino era cuesta abajo por lo que se hizo más llevadero.

Me  habían contado que el tráfico en la ciudad era un caos, pero yo lo percibí más como la forma de conducir de algunos pueblos, donde los que van al volante son capaces de cederte el paso aunque el semáforo indique lo contrario. No es que el portugués conduzca mal, es que es muy caballeroso.
El tranvía de "somos santos mas nem tanto".

Fue en uno de los semáforos de la rua Augusta donde vi mi primer tranvía. De repente una emoción me embargó y me encontré dando saltos de alegría, sí, literalmente, para luego preguntarme por qué me alegraba tanto. Pero la realidad es que nunca le había hecho mucho caso a los tranvías hasta que los vi en Lisboa.  Poco después, en otra calle, encontré uno que me gustó mucho y que fotografíe. Tenía el anuncio de una cerveza y el eslogan me encantó: “somos santos mas nem tanto”.
  

La preciosa y enorme Plaza del Comercio.
   

La Plaza del Comercio está abierta al estuario del Tajo.
La rua Augusta es una calle preciosa, llena de edificios bellos y de tiendas. A lo lejos se dibuja el arco del triunfo que enmarca la entrada a la Praça do Comércio. La plaza es una autentica belleza y quedé enamorada de sus vistas. De los cuatro lados que debe tener una plaza, el cuarto era mar, más concretamente en el cuarto podías llegar hasta el estuario donde se unen el río Tajo y el océano. Allí nada es cortante, simplemente una rampa te permite acercarte cuanto quieras hasta la orilla y si te atreves (algas y visos de contaminación) puedes tocar el agua. 

El fantasma del hotel.

Por la noche nos encerramos en la habitación de nuestro “maravilloso” hotel. Tengo costumbre de cerrar con un portazo y después echar el cerrojo y eso fue lo que hice aquella noche. Sin embargo, rato después, al ir al baño, comprobamos que la puerta estaba abierta y tanto que podía verse buena parte del pasillo. Nos quedamos desagradablemente sorprendidas, nos asomamos, pero no había nadie. Cerramos de nuevo con un portazo y pusimos el cerrojo, pero durante toda la noche nos asaltó la misma pregunta: ¿cómo se había abierto la puerta sola?

A la mañana siguiente, tras apagar el despertador, la maravillosa televisión plana se encendió sola, otra sorpresa desagradable, sin embargo pensamos que estaría programada para encenderse a esa hora y lo dejamos pasar.


¿A dónde va el autobús?

Aquella mañana nos dirigimos hacia el barrio de Belém, donde estaban algunos de los monumentos más importantes de la ciudad y una pastelería del siglo XIX donde se elaboraba los verdaderos pasteles de Belém.

Vista de la Plaza del Comercio con los tranvías que la transitan.

Lisboa es una ciudad muy bien comunicada, sin embargo, para un extranjero los medios de transporte se convierten en un caos. Es conveniente sacarse una tarjeta válida para un día que te permita viajar en diferentes medios de transporte. Así lo hicimos y siguiendo las indicaciones fuimos a la Praça Marquês de Pombal  y nos montamos en el autobús que iba hacia Belém. El trayecto fue largo. Junto a mí, una portuguesa de mediana edad miraba extrañada por la ventanilla. Parecía desorientada y aturdida. Comenzó a expresar sus pensamientos en voz alta y entre la retahíla de palabras entendí que había ido a Belém en otra ocasión pero el autobús no había seguido esa ruta. Preocupada le preguntó a una señora mayor, que blandía una barra de viena en el brazo y se colocaba junto a la puerta de salida.

-¿Este autobús va a Belém?- creí entender que le preguntaba.

 -¿Belém? Não, não.

La respuesta me alertó tanto como a mi compañera de asiento. Miré a Migue que estaba al otro lado del pasillo y le dije que me parecía que nos habíamos equivocado de autobús. Migue sacó su maravilloso GPS y comenzó a calcular la ruta y mirar los nombres de las calles por las que pasábamos.

Mi nueva amiga se dio cuenta de que nosotros también íbamos a Belém y me comentó que la señora decía que nos habíamos equivocado y que ella, que había viajado a Lisboa en otra ocasión, no recordaba haber pasado por allí para ir al famoso barrio. Todo esto en portugués por lo que concluyo que soy un hacha comprendiendo idiomas ajenos. A la señora de la barra de viena, sin embargo, no le entendí más que el movimiento negativo de cabeza.

-Sí, vamos a Belém- dijo Migue una vez que localizó en el GPS la ruta que seguía el autobús.

-Vamos a Belém- (pastores) le dije a mi compañera.

La señora del pan negó con la cabeza y bajó en la siguiente parada.

-Voy a preguntar al conductor- dijo mi amiga levantándose y dirigiéndose a la parte delantera del autobús.

La vi hablar un rato con el conductor, pero cuando regresó volvió a sentarse a mi lado sin pronunciar palabra.

-¿Vamos a Belém?- pregunté. Ella no me contestó - ¿Bus a Belém? Sí, Belém.

Cuando obtuve su respuesta me di cuenta que había gastado todo mi poder de comprensión en las anteriores frases y no le entendí una sola palabra. Insistí, pero seguí sin entender un “sí” o un “não”.

2 comentarios:

Ángeles dijo...

Lo del hotel está claro; ni tele programada ni nada: fantasmas :D
Pero no te preocupes, en Portugal hasta los fantasmas son simpáticos. Un poco traviesos, pero no malos.
Bromas aparte, estoy de acuerdo en que Portugal es un país precioso y lleno de sorpresas. Un país discreto que no hace alarde de su belleza ni su encanto, y que quizá por eso asombra más al visitante.
Me alegro de que tengas tan buenos recuerdos de tu visita.

MJ dijo...

Sí, lo has descrito perfectamente, Portugal es un país que no hace alarde de su belleza pero la tiene, y mucha.
Me alegro de que te gusten los relatos :-)
Muchas gracias por tu comentario, Ángeles.

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