Aquí cambiamos de tema ¡de buenas a primeras!

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jueves, 30 de agosto de 2012

Los Juegos Olímpicos: la Era Moderna



El interés por la cultura griega y romana estuvo presente durante toda la historia, pero debemos esperar hasta el siglo XIX para que el mundo recuerde los juegos olímpicos. Quince siglos después de la celebración de la última olimpiada de la antigüedad, el historiador Ernst Curtius y su equipo sacan a la luz las ruinas de la ciudad de Olimpia.

Ruinas de Olimpia.


Desde el momento en que puso sus ojos sobre los vestigios del estadio de Olimpia, una maravillosa idea ronda la cabeza del barón Pierre de Coubertin: volver a organizar los juegos olímpicos.

Coubertin creía fervientemente en la necesidad de la actividad deportiva entre la población y, pese a encontrarse con una fuerte oposición inicial, gracias a su perseverancia, consiguió el apoyo necesario para organizar los primeros juegos modernos. Este respaldo le vino de personas tan importantes como el Duque de Esparta, el Príncipe de Gales, el príncipe heredero de Suecia, el rey de Bélgica y el primer ministro del Reino Unido. Coubertin creó el primer Comité Olímpico Internacional (COI) con sede en la Universidad de la Sorbona y desde allí se tomó todas las decisiones.

En principio, se pensó esperar a la entrada del siglo XX para celebrar los primeros juegos de la era moderna. El año 1900 parecía el más apropiado para comenzar el cómputo. Pero todos los organizadores estaban tan entusiasmados con la idea, que no pudieron esperar tanto.

El honor de revivir aquella maravillosa aventura del deporte, la paz, la unidad y la cultura correspondía, por supuesto, al país que la vio nacer: Grecia. El 4 de abril de 1896 se celebraron los primeros juegos olímpicos modernos en la ciudad de Atenas.

Cartel de los Juegos Olímpicos de Atenas. 1896.


Pero, al contrario que en la antigüedad, la ciudad sede de los juegos olímpicos cambiará cada cuatro años para que esta maravillosa idea viaje  por el mundo.  Para recordar el lugar que los vio nacer, unos meses antes de los juegos, se enciende una antorcha bajo los rayos del sol de Olimpia, que recorre el mundo llevada por corredores hasta la ciudad de destino.


Encendido de la antorcha bajo el sol de Olimpia.

Una bandera ondea con cinco anillos entrelazados que simbolizan la unidad de los pueblos. Cada anillo representa a un continente: el azul a Europa, el amarillo a Asia, el negro a África, el verde a Australia y el rojo a América. El símbolo fue ideado por el mismo Coubertin en 1913, pero la bandera con los cinco anillos no ondeó en un estadio olímpico hasta 1920.
Símbolo olímpico creado por Coubertin.
Ninguna mujer participó en la primera edición, ya que el barón de Coubertin, junto a otras personalidades, no era partidario de ello. Será en 1900 cuando las primeras mujeres puedan pisar el terreno de juego, pero más como valor testimonial que como pura competición. De hecho algunas no supieron nunca que habían sido campeonas olímpicas.

La Tregua Olímpica de la antigüedad no ha sido respetada, ya que en tres ocasiones (1916, 1940 y 1944) las guerras han impedido la celebración de los juegos olímpicos.

Pierre de Coubertin fue quien acuñó la célebre frase: “lo más importante de los Juegos Olímpicos no es ganar sino competir, así como lo más importante en la vida no es el triunfo sino la lucha. Lo esencial no es haber triunfado sino haber luchado bien”.

Estatua del Barón Pierre de Coubertin, Olympic Park, Atlanta. 



martes, 21 de agosto de 2012

Los Juegos Olímpicos: la Edad Antigua II



Para que todos los atletas pudieran competir en los juegos se creó la llamada “Tregua Olímpica” que detenía todas las guerras el tiempo suficiente para que los participantes pudieran llegar hasta Olimpia, disputar las competiciones y regresar a su ciudad sin peligro. Esta tregua solo fue rota por los arcadianos que en la 103ª olimpiada (año 364 a.C.) se atrevieron a conquistar Olimpia, ganándose la ira de todos los griegos.

Para participar en las olimpiadas había que cumplir una serie de requisitos siendo los principales ser hombre, griego y libre. Un año antes de los juegos, los atletas debían entrenarse en su propia polis, y un mes antes, acudir a terminar su preparación en la cercana ciudad de Elis.

Las mujeres, no solo no podía participar, sino que tampoco se les estaba permitido acudir como espectadoras. Sin embargo, Callipatura (o Ferenice, como también se la conoce), deseosa de ver a su hijo competir, se disfrazó de entrenador y entró confundida entre la multitud. No tardó en ser descubierta y condenada a muerte, tal y como marcaba la ley. Callipatura salvó la vida por ser hija y hermana de campeones olímpicos, pero cuenta la leyenda que desde entonces los atletas tuvieron que competir desnudos.

El pugilato. Los atletas compitiendo desnudos.

Para las mujeres se crearon los Juegos Hereos (en honor de Hera) que se celebraban en septiembre.

Se llevaba un registro riguroso de los campeones de cada una de las olimpiadas. Se les reunía en el templo de Zeus y se les daban sus premios simbólicos (primero coronas trenzadas con hojas de olivo y, más tarde, con hojas de laurel). Al regresar a casa eran recibidos como héroes, se les hacían estatuas y los poetas narraban sus triunfos.

Reconstrucción del templo de Zeus en Olimpia.


Los juegos no solo eran una manifestación religiosa, sino también un motivo de tregua y de unidad entre los griegos. También tuvieron una aportación muy importante a la cultura en los campos de la escultura, arquitectura, matemáticas y poesía.
El Discóbolo de Mirón. Hacia el año 455 a. C. Representación de un atleta  antes de lanzar el disco.


La época dorada de las olimpiadas tuvo lugar alrededor del año 350 a. C. pero los juegos comenzaron a desvirtuarse en el año 146 a. C. cuando los romanos conquistan Grecia. Siempre se les acusó de no entender el espíritu de estos juegos y dejarlos abiertos a todos, con pruebas que poco tenían ya de atléticas, con jueces vendidos y participantes comprados.

En el año 393 d. C. tuvo lugar la última olimpiada, ya que, tras imponerse el cristianismo como religión oficial, el emperador Teodosio I las abolió por considerarlas un vestigio pagano. Así que unos juegos que se crearon por motivos religiosos, también desaparecieron por estos mismos motivos.

Lamentablemente, Olimpia no sobrevivió mucho tiempo sin sus juegos. Poco después fue campo de batalla entre los bizantinos y los godos. En el año 426 Teodosio II incendió lo poco que quedaba de ella y en el 526 un río se desbordó cubriendo sus ruinas.

Había terminado la historia de Olimpia y sus famosos juegos.


jueves, 9 de agosto de 2012

Los Juegos Olímpicos: la Edad Antigua I



Creo haber contado en alguna ocasión que no soy muy deportista pero que, sin embargo, me gusta conocer los orígenes de las cosas y eso incluye, por supuesto, el deporte. Ya hacía un pequeño guiño a estas historias contando la creación del “Balón Naismisth” y “La Minoneta”, pero la historia que más me gusta es la de las olimpiadas.

En primer lugar aclarar que una olimpiada no son esos días en los que se disputan los famosos juegos, sino el periodo de cuatro años que transcurre entre uno y otro.

Y toda esta maravillosa historia comenzó con el rey de la Élida, Ifitos que, desesperado al ver sucumbir sus tierras bajo las guerras de los poderosos vecinos, se presenta un buen día del año 844 a.C. ante el Oráculo de Delfos para preguntarle qué debía hacer. En la antigüedad era de lo más corriente consultar el oráculo para tomar decisiones y las pitonisas, que interpretaban la voluntad de Apolo, obsequiaban al visitante con la infalible respuesta del dios.

- Organiza en Olimpia los Juegos Atléticos, gratos a Zeus- le contestó la pitonisa.

Estado actual de la ciudad de Delfos.


Ifitos, muy satisfecho con la respuesta, se marchó directo a hablar con Licurgo, rey de Esparta, y con Cleóstenes rey de Pisa, a los que también les gustó la idea y declararon la Élida (donde se encontraba Olimpia) zona neutral.

Mitad historia, mitad leyenda, este es el origen aceptado de las olimpiadas, aunque existe un origen mítico que habla de cómo Heracles, ocho siglos antes, tras limpiar los establos de Augias (en uno de sus famosos “trabajos”) organiza una carrera para dar gracias a los dioses, “inventando” entonces el “estadio”, medida de longitud (192,27 m.) conseguida tras poner sus pies uno delante de otro 300 veces.

Maqueta del santuario de Zeus en la ciudad de Olimpia.

La primera olimpiada de la que se tiene constancia histórica transcurrió en el solsticio de verano del año 776 a.C. y el pastor Koroibos, corredor del estadio, se convirtió en el primer campeón olímpico. Desde entonces los juegos atléticos de Olimpia se celebraron cada cuatro años de manera inalterable, lo que ha permitido fechar, con total fiabilidad, los grandes hechos acontecidos en la antigüedad.

Deportistas corriendo el estadio.


No eran los Juegos Olímpicos los únicos que se disputaban en Grecia, pero sí uno de los más importantes. Además de estos juegos dedicados a Zeus, existían también los Juegos Píticos (Delfos) consagrados a Apolo, que igualmente se disputaban cada cuatro años; los Juegos Istmicos (Corinto) dedicados a Poseidón, cada dos años; y los Juegos Nemeos (Nemea) en honor a Heracles, también cada dos años.

El éxito acompañó a las olimpiadas desde el primer momento y pronto comenzaron a participar más estados griegos y añadirse más deportes. 



sábado, 28 de julio de 2012

Hechos reales: anécdotas de señoras



Siguiendo el hilo de la anterior entrada, esto de las anécdotas veraniegas, por llamarlas de algún modo, da para casos de varios tipos y me ocuparé en esta ocasión de dos referidos a las diferencias existentes entre la educación de las personas mayores del mismo estrato social y la misma localidad, pero de caracteres opuestos.

Un día, esperando el autobús más de lo habitual por ser festivo, se formó una larga cola que casi doblaba la calle. En el primero de los asientos de la marquesina había una señora de bastante edad sentada pacientemente. Después de nosotras, llegó un adolescente, que al ver que no había asientos libres, se sentó en el escalón. Luego vino una pareja de edad avanzada, ella malhumorada, que de hito en hito miraba el cartel de la parada de autobús donde anuncian el tiempo que restaba de espera. Tras ellos se fue formando una extensa cola.





De repente, el cartel cambia de tres minutos a diecinueve, hecho que indigna a nuestra malhumorada señora.

-Luego dicen que vengamos en autobús, que vengamos en autobús- repetía enfadada. –Si tuviera aquí al responsable le daba una bofetada.

Varios minutos después llegaron dos señoras muy acicaladas, ambas con una rosa en la mano y aire alegre.

-¿Ustedes también están esperando el uno?- preguntó la viejecita que estaba la primera.

-No, señora- dijo la de la rosa – Aquí no para el uno. Se ha equivocado usted de parada.

-Sí, sí. Es aquella.- señaló otra de las personas de la cola.

-Bueno- asintió la señora indolente –Mejor saberlo ahora que haberme montado en un autobús sin saber a dónde me lleva.

-Menuda faena…- comentaban unos y otros.

La señora se fue y el primer asiento quedó libre, así que la de la flor aprovechó para sentarse y su amiga se quedó charlando junto a ella.

Después de aquellos interminables diecinueve minutos, llegó el autobús y abrió sus puertas. Allí estaba la primera la de la flor, cuando la señora malhumorada le grita por encima de mi hombro.

-¡Oiga, oiga! ¡No se cuele!

-¿Colarme yo? ¡Si yo estoy aquí la primera!- exclamó sinceramente sorprendida.

-¡Oh! ¡Qué barbaridad! ¡Yo estaba aquí antes que usted!

-¿Se atreverá a decir semejante cosa?- gritó la del asiento zarandeando la rosa por delante de mi cara - ¡Alguien que le diga a esta señora cuanto tiempo llevo yo aquí!

-¡Y yo más!- añadió la malhumorada -¡Hay que tener poca vergüenza!

-¡No me falte al respeto!

La señora que se había quedado con las ganas de darle un guantazo al responsable de la tardanza del autobús, movía las manos violentamente mientras yo intentaba apartarme y que ellas se pegaran a gusto, no fuera ser yo la que recibiera la torta sin comerlo ni beberlo, pues la malhumorada señora parecía no estar dispuesta a quedarse con las ganas de atizarle a alguien.

La de la rosa zarandeaba la flor delante de todos nosotros con gran nerviosismo. Eso sí, siempre ocupando la puerta del autobús no fuera a colarse alguno aprovechando la discusión.

-¡Debería darle vergüenza! ¡A sus años!

-¿Me está llamando vieja? ¡Vieja lo será usted!

-¡Vamos, vamos!- intervino el conductor – No se peleen y suban.

La de la flor obedeció al chófer ante la impotencia de la malhumorada, que como no pudo impedir que se colara, la tomó con el muchacho que había estado sentado en el escalón.

-¿A dónde vas tú?- le inquirió cogiéndole del brazo – No te vas a colar.

-Pero si yo estaba aquí antes que ustedes- dijo el chico con cara de asombro.

-¡Mucha cara y muy poca vergüenza tienen los jóvenes!

-Déjala que pase, déjala que pase ella primera- intervino otro muchacho que también estaba viendo que la señora no se iría tranquila sin arrearle a alguien.

Ambas fueron sentadas todo el trayecto, pero no dejaron de insultarse y lanzarse indirectas. A veces, aunque lleves la razón, las formas y el lenguaje, pueden quitártela. Y resulta que al final, la culpa fue de la viejecita que se equivocó de parada y cedió el asiento a la de la flor, de la empresa de autobuses, y del responsable que no estaba presente ni sabrá la escena de pelea de barrio que se armó en una de sus paradas, pero eso sí, que se libró de una torta bien dada.




Contrastando con esta anécdota en la que casi acabo con una mano señalada en la cara,  cabe destacar otra muy diferente que tuvo lugar un par de días después en una sucursal bancaria.

Una señora tímida y educada se acerca a una de las responsables del banco y le pide amablemente que la ayude a actualizar la cartilla.

-Mi marido es quien se encarga de estas cosas, pero ha hecho de mí una inútil. Yo también quiero aprender a hacer esto. Si tiene usted paciencia ¡ya verá que buena alumna va a encontrar en mí!



La empleada le enseña a actualizarla y se marcha a su mesa. Yo observo a la buena señora esperando que me toque el turno. Cuando la máquina hubo terminado y arrojó la cartilla hacia las manos de su dueña, la mujer la miró sonriente y añadió.

-Gracias, joven.

Y es que ¡hay señoras y Señoras!


martes, 10 de julio de 2012

Hechos reales: anécdotas dispares



Hoy he visto, mientras viajaba en el autobús, a una chica joven leyendo un libro amarillento, sucio y casi descosido. Su interés me llamó la atención, ya que nada parecía distraerla, y el estado del libro me extrañó. Me esforcé, curiosa que soy, para leer el título de su portada y me encontré con una obra no tan antigua (años sesenta) como aparentaba, pero que debía haber dormido en algún rincón inhóspito o pasado por muchas manos (aunque no tenía la típica numeración de biblioteca). Es una lástima encontrarse con gente que maltrata los libros y que impedirá que esas ediciones lleguen al futuro, pero al mismo tiempo, es esperanzador ver a una muchacha de hoy en día con un libro en la mano (no un e-book, no la última entrega de la saga  “Crepúsculo” sino un libro de verdad). La obra era la premiada “Las Ratas” de Miguel Delibes.




Eso me ha hecho recordar que últimamente, no sé si porque estoy más atenta o porque salgo más, estoy encontrando anécdotas aquí y allá, de distintos ámbitos y sin relación, pero que pueden dar un toque distinto a esta entrada.

El otro día, una amiga mía, me contaba que se había apuntado a un gimnasio con la llegada del verano y que una familiar le había dicho que se iba a quedar “delgada como una sífilis”. La expresión le había hecho mucha gracia y de forma simpática comentaba que después de sacar del error a su familiar y explicarle qué era una sílfide, adaptaron el dicho de la buena señora como una broma.



La semana pasada, curioseando por la red, me topé con un muchacho que pedía amistad y se anunciaba indicando que hablaba perfectamente tres idiomas: el castellano, el inglés británico y el inglés estadounidense… ¡Qué manejo de los idiomas! Pero… del castellano no especificaba nada… ¿será el castellano de Castilla, o quizá el de México, Colombia o Argentina? Yo no puedo decir que los maneje perfectamente, pero creo que me defiendo en el español de los países hispanos…



Hace unas semanas nos abordó un relaciones públicas de un pub de la ciudad. A juzgar por la cantidad de chicas y chicos jóvenes y atractivos que se esfuerzan en “invitarte” a su pub, bar de copas o discoteca, la crisis tiene que estar notándose en el sector.

El muchacho nos “entró” con cierta gracia, piropeándonos y en lugar de darnos las consabidas tarjetitas de descuento, sacó una baraja de cartas y comenzó a ¡hacer magia! Sí, sí, no intentó adivinar una carta que hubiéramos pensado, sino que sacó mágicamente de la baraja una carta… al tercer intento. Un chico muy majo, que si practica lo suficiente, quizá sea descubierto por un cazatalentos.



El primer día de rebajas fui a curiosear por El Corte Inglés. ¡Uy! Lo he dicho, no quería hacer publicidad, pero en fin… Pues estando allí escuché una conversación muy salerosa entre uno de los muchísimos vendedores que había y una de las pocas clientes (no sé si era por la crisis o porque España jugaba la final de la Eurocopa, pero estaba la tienda casi desierta).  Le preguntaba el dependiente:

-¿Es para regalo?

-Sí.

-Entonces le quito el precio- añade.

-¡No, no!- exclama la señora contrariada - ¡Qué sepa cuanto me ha costado!

-Entonces… - dijo el dependiente- le quito el precio rebajado y le dejo el original.

-Mejor- añadió la mujer muy seriamente.


sábado, 30 de junio de 2012

Las ciencias también tienen pasado



Los científicos aplican  métodos exactos para lograr repetir los experimentos en sus laboratorios y estudiar sus resultados. Esto es, en esencia, el método científico que tan maravillosos avances nos da a la vida humana y a la civilización. No renegaré de ello y los alabaré. Pero en mi humilde opinión el método científico tiene sus grietas y eso no se nos escapa a la gente corriente, o quizá lo vemos así por desconocimiento.


¿Todo aquello que no pueda demostrarse en laboratorio, todo aquello que se ha experimentado una vez pero no ha podido reproducirse de nuevo, no es ciencia? Quizá no sea ciencia en estos momentos pero… ¿Los científicos contemplan la posibilidad de que pueda ser explicado y reproducido en el futuro con más conocimientos y otro punto de vista y ser admitido como ciencia?

En el pasado la alquimia era considera un arte, algo inexplicable, incluso mágico. Los alquimistas sí le daban explicación, algunas de ellas aparentemente razonables, como conté aquí. Lo cierto es que estos magos bordearon la ciencia, crearon laboratorios y comenzaron el siempre interesante camino de la química.
Todos tenemos pasado, incluso la ciencia. Y un pasado no demasiado científico.



La alquimia fue una protociencia que dio lugar a la química, del mismo modo que la astrología dio paso a la astronomía. Se llama protociencias a todas aquellas teorías que tienen una cierta base, una hipótesis sólida respecto a las evidencias de ese momento, pero que no pueden demostrarse. En este sentido, actualmente tenemos ejemplos de ello, como la “teoría de las cuerdas” que aún está por demostrarse.

jueves, 21 de junio de 2012

Reflexiones I




Hace unos días, reflexionando sobre la vida y sobre las personas, se me ocurrió una metáfora que me gustaría compartir.

Imaginé que todos somos hojas de papel en blanco. Podríamos ser cómo queramos, pero la realidad es que algunos somos hojas de colores pastel pasando suavemente, con tranquilidad, sin efectos llamativos, bonitos pero desapercibidos. Otros son de colores fluorescentes, acaparando la atención, esforzándose por deslumbrar, alegres y despreocupados. Hay quienes desean ser hojas de un cuaderno de viajes, siempre en camino, de un lugar a otro, sintiendo la brisa y la libertad; quienes prefieren un blog de dibujo, o incluso un pentagrama. Luego tenemos aquellos que necesitan que sus hojas estén cuadriculadas para no salirse de sus encorsetados esquemas; o al menos rayadas para que les sirvan de guía, se perderían en un papel completamente en blanco.



Y entonces surge una pregunta, la gran pregunta que todas las filosofías, los pensadores, las religiones y hasta los científicos se han hecho a lo largo de la historia. ¿Quién escribe el texto de las hojas, el azar, el destino, Dios o nosotros mismos?

Potencialmente nuestra hoja en blanco podría ser cualquier cosa: un poema de amor o de locura, una novela de aventuras o misterio, un cálculo matemático simple o una compleja ecuación, una fórmula química o el resultado de la investigación de un genio, un dibujo a lápiz, acuarela o carboncillo… o incluso, la lista de la compra.

¿Quién decide cuándo el papel está completo o inservible? ¿Qué se hace entonces, se arruga y se tira o se recicla?

El tiempo lo consigue ajar y puede que los más coquetos intenten planchar el papel para que no pase el tiempo por él… En lugar de plancharlo deberían haberlo cuidado, haberlo colocado en un lugar seguro, resguardado. Pero aquellos que se mantuvieron protegidos también han visto pasar el tiempo, porque nada hay tan relativo como el tiempo y siempre acaba pasando.

También hay quienes esperan para empezar a escribir en su hoja, quienes sienten que su vida está por comenzar. Sin embargo, puede que ya esté escrita con tinta invisible y, un día,  al acercar la luz y el calor, aparezca su contenido dibujado en dorado.  Puede que de tanto esperar, la hoja ya esté completamente escrita de silencio, de paciencia y de tristeza, malgastada, llena y sin un lugar donde poner una sola oración más.




sábado, 26 de mayo de 2012

Hechos reales: en el autobús (segunda parte).



En una entrada anterior he comentado algunos comportamientos que he visto en los autobuses protagonizados, presuntamente, por gente poco dada al uso del transporte público. Pero esta reflexión, totalmente personal y discutible, me ha traído a la memoria las muchas anécdotas que he vivido en los autobuses, tanto en mi época de estudiante, cuando íbamos como sardinas en lata, como ahora que soy trabajadora y seguimos yendo como sardinas en lata.



No es que la empresa de transporte sea mala, espero que no piensen que es mi intención decir tal cosa, es una empresa premiada en el ámbito nacional, pero lo referente a algunas líneas es mejorable. En concreto, recuerdo como, acostumbrada a un uso normal del autobús, tuve que adaptarme al “apretujamiento”, al “espachurramiento” colectivo que vivíamos los estudiantes (y por lo que puedo apreciar, siguen viviendo) cuando íbamos camino a la universidad. Horas punta, en las que todos teníamos que esperar en interminables colas que llegara el autobús, días de lluvia en los que llegaba hasta dos horas tarde a clase, regreso a las dos o las tres de la tarde en parecidas circunstancias… 

Recuerdo especialmente a algunos conductores que, apiadándose de los pobres estudiantes, nos dejaban picar el bonobús y entrar por la puerta de atrás, donde había menos aglomeración. Recuerdo a aquel otro que tomaba todas las curvas con especial cuidado y cuando alguien intentaba adelantarle gritaba: “¡Eh! ¡Qué llevo un cargamento de universitarios!”. Recuerdo cuando alguien hacia un comentario y otros le seguían la conversación, o cómo se ayudaba a un anciano despistado a averiguar cuál era su parada sin que te hubiera preguntado. 

Recuerdo a un hombre de edad avanzada, aunque no muy mayor, que hacía comentarios “graciosos” y chistes fáciles (siempre los mismos) y que al ver que no le seguíamos la corriente se quejaba de que ya no se viajaba como antes, que antes todo el mundo charlaba, todo el mundo era simpático, reía las gracias y seguía las bromas, los hombres piropeaban y las mujeres tenían “mucho arte”. No sé por qué, lejos de parecerme nostálgico y envidiable, me daba la impresión de que pretendía que las chicas le habláramos como las andaluzas graciosas de las películas de los años cincuenta.

Ahora voy al trabajo en autobús. Sigo viendo a los jóvenes en las paradas mirando el reloj, con las carpetas en las manos y la impaciencia en los ojos. Siguen los “cargamentos” de universitarios. Pero ahora también hay “cargamentos” de trabajadores, porque solo hay trabajo en la misma zona de la ciudad, inaccesible y sin aparcamiento suficiente. La experiencia acumulada en mis años de estudiante me sirve, principalmente, para saber cómo colocarme y aguantar como una sardina más en la lata. Sigue habiendo el mismo problema a horas punta y días de lluvia. Seguimos esperando colas interminables con la impaciencia en los ojos porque ahora no se trata de perderse una clase, sino de llegar tarde al trabajo para cabreo del jefe. 

Cuando me toca ponerme junto a la puerta de entrada, sin posibilidad de avanzar por la cantidad de gente, me entretengo escuchando la radio que lleva el conductor, muy bajita, muy bajita, con noticias o con música. La mayoría de la gente lleva su Mp3 o su móvil con whasapp y nadie mira a nadie. Ya nadie sigue una conversación, ni se preocupa porque alguna persona se pregunte por donde va o cuál es su parada. El conductor hace malabares para que entremos todos, dejando salir a unos, dejando subir a otros, mientras murmura: “Esto es como jugar al Tetris”. Solo los que no llevan la música demasiado alta en sus auriculares, ríen la ocurrencia. Incluso los amigos que viajan juntos no apartan la mirada de su conversación vía chat. Solo se oye la voz mecanizada que de vez en cuando dice: “Por favor, pasen al fondo del autobús”. Y aquel hombre que esperaba, hace unos años, que las andaluzas graciosas contestaran a sus frases manidas, de vez en cuando prueba algún viejo chiste, pero al ver que nadie lo escucha, guarda silencio sin quejarse.

domingo, 6 de mayo de 2012

El recurso del libro



Son muchas las obras que, en la literatura o en el cine, utilizan el recurso del texto o del libro encontrado.  Muchas obras comienzan así, mencionando que esa historia, o un referente a ella, fue encontrada por el autor en otro texto, a veces anónimo, lo cual le da verosimilitud. Hay incluso personajes que descubren que son parte de un libro (por ejemplo Augusto Pérez en “Niebla” de Miguel de Unamuno) o que sospechan que su historia está ya escrita (como podemos vislumbrar en un diálogo de “Lo que el viento se llevó”, de Margaret Mitchell, donde Rhett le pregunta a Scarlett: “¿Y el libro?”).

Hace poco he tenido la oportunidad de ver una serie donde este recurso se explota hasta límites insospechados. Llega un momento en la historia donde aparece una obra literaria, “La casa de al lado”, donde todos los personajes se reconocen y ven su pasado y su presente escrito en ella. Como es lógico, cada uno de ellos quiere hacerse con un ejemplar, porque no solo ven reflejada su vida en el libro, sino que también se cuenta cómo y cuándo van a morir con una coincidencia pasmosa. Es vital leer el libro y evitar lo que les va a ocurrir. Esta obra se descubre hacia la mitad de la novela y se convierte en eje principal del resto de la trama. ¿Quién es su autor? ¿Cómo predice el futuro? ¿Es un asesino que les está dando una pista? Sabemos el título y sabemos el autor: Anderson Chuncler.

Escena de la serie donde, tras reunir pistas, consiguen adquirir un ejemplar de "La casa de al lado".


Como espectadora mi primer pensamiento es que la serie, del mismo título, está basada en el libro “La casa de al lado” y como no conozco al autor, lo tecleo en google. ¡Eureka! La información aparece siempre instantánea y mágica: Anderson Chuncler autor de “La casa de al lado” y “Condenados”. Nacido en tal ciudad, en tal año, publicó su primera novela en 1938 y tiempo después sacó a la luz la segunda parte.


Uno de los resultados de la búsqueda en Google.

Después de leer su biografía, veo otros resultados que me remiten a comprar las obras en importantes librerías de la red. Pincho en una de ellas y aparece “Autor no encontrado. Actualmente no disponemos de ninguna obra de este autor”. Pincho en la segunda, mismo resultado. Así en varias más. Pincho en otra página: Anderson Chuncler personaje de la telenovela “La casa de al lado”. ¿Perdón? (como diría él) ¿Personaje? ¿Cómo personaje? Entonces… ¿por qué la primera entrada que aparecía era su vida y obra como una persona real, de carne y hueso? ¿Por qué el resto de entradas enlazaban a librerías si no existe el autor, ni la obra? ¿Será porque otros usuarios habían buscado “Anderson Chuncler escritor”, “Anderson Chuncler autor de “La casa de al lado”? ¿Será que la infalible red no sabe distinguir la realidad de la ficción y basta con que unos cuantos usuarios relacionen un nombre con una profesión para que aparezca como real? ¿Alguien hizo una página así a conciencia? No fue la productora de la novela, de eso estoy segura. De hecho, no tengo conocimiento de que aprovechara el éxito obtenido para publicar esos dos libros, porque efectivamente, fueron dos, tal y como indicaba la “biografía” del señor Chuncler.  Varios capítulos después apareció “Condenados” en clara referencia a las muertes que se sucederían entre los personajes y al nombre de la familia protagonista del primer libro, la familia “Conde”.  La serie, estrenada el año anterior en su país de origen, ha tenido gran éxito y otros usuarios habían intentado comprar los libros antes que yo, por lo que había tenido muchas búsquedas en google, con los dos títulos. Además, la historia no es original, sino una versión de la telenovela chilena  “La familia de al lado”.

Ahora, parece que la fiebre ha bajado y sí, si buscas al autor aparecerá como personaje de la novela. ¿Nos ha engañado la productora, la tecnología, nosotros mismos o… Anderson Chuncler?