Siguiendo el hilo de la anterior entrada, esto de
las anécdotas veraniegas, por llamarlas de algún modo, da para casos de varios
tipos y me ocuparé en esta ocasión de dos referidos a las diferencias
existentes entre la educación de las personas mayores del mismo estrato social
y la misma localidad, pero de caracteres opuestos.
Un día, esperando el autobús más de lo habitual por
ser festivo, se formó una larga cola que casi doblaba la calle. En el primero de
los asientos de la marquesina había una señora de bastante edad sentada
pacientemente. Después de nosotras, llegó un adolescente, que al ver que no
había asientos libres, se sentó en el escalón. Luego vino una pareja de edad
avanzada, ella malhumorada, que de hito en hito miraba el cartel de la parada
de autobús donde anuncian el tiempo que restaba de espera. Tras ellos se fue formando
una extensa cola.
De repente, el cartel cambia de tres minutos a
diecinueve, hecho que indigna a nuestra malhumorada señora.
-Luego dicen que vengamos en autobús, que vengamos
en autobús- repetía enfadada. –Si tuviera aquí al responsable le daba una
bofetada.
Varios minutos después llegaron dos señoras muy acicaladas,
ambas con una rosa en la mano y aire alegre.
-¿Ustedes también están esperando el uno?- preguntó
la viejecita que estaba la primera.
-No, señora- dijo la de la rosa – Aquí no para el
uno. Se ha equivocado usted de parada.
-Sí, sí. Es aquella.- señaló otra de las personas de
la cola.
-Bueno- asintió la señora indolente –Mejor saberlo
ahora que haberme montado en un autobús sin saber a dónde me lleva.
-Menuda faena…- comentaban unos y otros.
La señora se fue y el primer asiento quedó libre,
así que la de la flor aprovechó para sentarse y su amiga se quedó charlando
junto a ella.
Después de aquellos interminables diecinueve minutos,
llegó el autobús y abrió sus puertas. Allí estaba la primera la de la flor,
cuando la señora malhumorada le grita por encima de mi hombro.
-¡Oiga, oiga! ¡No se cuele!
-¿Colarme yo? ¡Si yo estoy aquí la primera!- exclamó
sinceramente sorprendida.
-¡Oh! ¡Qué barbaridad! ¡Yo estaba aquí antes que
usted!
-¿Se atreverá a decir semejante cosa?- gritó la del
asiento zarandeando la rosa por delante de mi cara - ¡Alguien que le diga a
esta señora cuanto tiempo llevo yo aquí!
-¡Y yo más!- añadió la malhumorada -¡Hay que tener
poca vergüenza!
-¡No me falte al respeto!
La señora que se había quedado con las ganas de
darle un guantazo al responsable de la tardanza del autobús, movía las manos
violentamente mientras yo intentaba apartarme y que ellas se pegaran a gusto,
no fuera ser yo la que recibiera la torta sin comerlo ni beberlo, pues la
malhumorada señora parecía no estar dispuesta a quedarse con las ganas de
atizarle a alguien.
La de la rosa zarandeaba la flor delante de todos
nosotros con gran nerviosismo. Eso sí, siempre ocupando la puerta del autobús
no fuera a colarse alguno aprovechando la discusión.
-¡Debería darle vergüenza! ¡A sus años!
-¿Me está llamando vieja? ¡Vieja lo será usted!
-¡Vamos, vamos!- intervino el conductor – No se
peleen y suban.
La de la flor obedeció al chófer ante la impotencia
de la malhumorada, que como no pudo impedir que se colara, la tomó con el
muchacho que había estado sentado en el escalón.
-¿A dónde vas tú?- le inquirió cogiéndole del brazo –
No te vas a colar.
-Pero si yo estaba aquí antes que ustedes- dijo el
chico con cara de asombro.
-¡Mucha cara y muy poca vergüenza tienen los
jóvenes!
-Déjala que pase, déjala que pase ella primera-
intervino otro muchacho que también estaba viendo que la señora no se iría
tranquila sin arrearle a alguien.
Ambas fueron sentadas todo el trayecto, pero no
dejaron de insultarse y lanzarse indirectas. A veces, aunque lleves la
razón, las formas y el lenguaje, pueden quitártela. Y resulta que al final, la
culpa fue de la viejecita que se equivocó de parada y cedió el asiento a la de
la flor, de la empresa de autobuses, y del responsable que no estaba presente
ni sabrá la escena de pelea de barrio
que se armó en una de sus paradas, pero eso sí, que se libró de una torta bien
dada.
Contrastando con esta anécdota en la que casi acabo
con una mano señalada en la cara, cabe
destacar otra muy diferente que tuvo lugar un par de días después en una
sucursal bancaria.
Una señora tímida y educada se acerca a una de las
responsables del banco y le pide amablemente que la ayude a actualizar la
cartilla.
-Mi marido es quien se encarga de estas cosas, pero
ha hecho de mí una inútil. Yo también quiero aprender a hacer esto. Si tiene
usted paciencia ¡ya verá que buena alumna va a encontrar en mí!
La empleada le enseña a actualizarla y se marcha a
su mesa. Yo observo a la buena señora esperando que me toque el turno. Cuando
la máquina hubo terminado y arrojó la cartilla hacia las manos de su dueña, la
mujer la miró sonriente y añadió.
-Gracias, joven.
Y es que ¡hay señoras y Señoras!
5 comentarios:
Efectivamente, MJ, hay señoras y señoras. Y en situaciones conflictivas, como la de la cola del bus que relatas, es donde se ve la categoría de las personas.
Podemos y debemos quejarnos si nos parece necesario, pero guardando las formas, por favor.
Pues sí, por desgracia es así... se puede contar con una mano las personas que tienen educación. Hoy en día decir GRACIAS parece que cuesta mucho trabajo, y en cambio, es raro no ver una discusión o conflicto por cualquier cosa. Besos
Totalmente de acuerdo contigo, Ángeles. Gracias por le comentario.
Francis, gracias por dejarme tu aportación.
Me parece increible, algunos dicen que la gente tiene los nervios alterados por todas las cosas que estan pasando con la crisis, pero yo creo que no, que es mas bien educacion y de eso falta mucho y ya viene de antes, besos guapa como siempre me encantan tus relatos.
tu compi charo.
Gracias a ti, Charo. Ya ves las cosas que pasan.
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