La primera vez que tropecé con la serie española “El
Secreto de Puente Viejo” fue haciendo zapping. Y digo bien, tropecé de puro
aburrimiento y me quedé una larga temporada al oír los diálogos. La forma de
hablar de los personajes me llamó poderosamente la atención. Su lenguaje parece
muy alejado del nuestro, con mezcla de cultismos y palabras del pueblo, que sin
embargo, queda natural. Me pregunté si realmente en los años 20 hablaban así. ¿Alguno
de los guionistas había conocido a su bisabuelo y empleaba este lenguaje?
La serie llevaba ya bastante tiempo en antena cuando
comencé a verla. La acción trascurría en 1921, contando las peripecias de los
hijos de los protagonistas originales.
Poco a poco descubrí, que además de las historias de
amor propias de estas series, se nos contaban hechos históricos y se nos
mostraban inventos de la época. Esto me pareció muy interesante y me llevó a
buscar más información, para saber si realmente todo aquello correspondía al
año 1921.
Ya comenté aquí un par de escenas de la serie que me
sirvieron para introducir el tema de las reacciones de las personas ante las
nuevas tecnologías que hacían su aparición en aquel tiempo.
De los hechos históricos más conocidos que tuvieron
lugar en 1921 no hace falta hablar demasiado, ya que los encontramos en
cualquier libro. Los periódicos que leen los personajes traen constantemente
noticias de la Guerra de Marruecos y, una leva forzosa se lleva a un par de
puentevejinos. El desastre de Annual es mencionado con pena o rabia en varios
episodios. Y la muerte de Eduardo Dato en marzo de este mismo año es muy
sentida por el alcalde de Puente Viejo, amigo personal del ministro.
Pero lo cierto es que a mí me interesan otras cosas
menos conocidas. La entrada en la universidad y los obstáculos puestos por
profesores y compañeros a una de las protagonistas me hicieron buscar
información sobre las universitarias españolas en esos años. En la serie
nuestra moderna y atrevida jovencita habla con admiración de Emilia Pardo
Bazán, primera mujer catedrática de universidad en España, quien, sin embargo,
tuvo que dejar de impartir clases porque sus alumnos (hombres en su mayoría) se
negaban a que una mujer les diera clases, dejando desierta el aula donde doña
Emilia intentaba impartir sus asignaturas. En mi búsqueda de información
descubro que a principios del siglo XX las jóvenes entraban en el aula
acompañadas del profesor y se sentaban lejos de sus compañeros varones. En 1910
una Real Orden suprime definitivamente las muchas restricciones que encontraban
las mujeres a la hora de ingresar en la universidad, aunque esto no logró que
se incorporara un gran número. En el curso de 1919-1920 las universidades
españolas contaban con 345 mujeres matriculadas.
Además de estos datos más cultos, me encuentro con
curiosidades muy interesantes. El día 9 de octubre de 1921 tuvo lugar el primer
partido de la selección española, siendo portero Zamora. Nuestros personajes se
encuentran enfrascados en el primer torneo de fútbol de mesa de Puente Viejo.
Es a ellos mismos a los que se les ocurre, a modo de broma, bautizarlo como
futbolín. Me pregunto si realmente el juego existía en estas fechas. Y sí, en
1890 se crea el futbol de mesa de piernas juntas, aunque la patente se depositó
en Inglaterra en 1913. Sin embargo, el juego, tal y como lo conocemos hoy, es
posterior. Lo inventó Harold Thornton en 1921, pero no fue patentado hasta 1923
en Reino Unido. La versión española, que presenta a los futbolistas con las
piernas separadas, no se inventó hasta 1937 por Alexandre Campos. Entonces…
¿aceptamos como verosímil el campeonato de futbolín de Puente Viejo en 1921?
También en 1921 uno de los personajes de la serie se
marcha a Francia a un congreso de esperanto. Dado que el esperanto se inventó
hacia 1880 juzgamos que sí, que bien podía ir a ese congreso, ya que en 1921 el
idioma estaba en su apogeo al crearse la Asociación Anacional Mundial con base
en París (aunque el congreso de esperanto de ese año fue en Praga).
Puente Viejo también recibió en 1921 la visita de
unos personajes más que ilustres: el Cid y doña Jimena. Al alcalde se le pide
que cobije sus restos en su peregrinar hacia la Catedral de Burgos. Tras varios
capítulos de idas y venidas, incluyendo caída y mezcla de los restos,
descubrimos que las reliquias son falsas, solo un señuelo para atraer a
posibles ladrones, mientras las verdaderas siguen otra ruta hasta su destino.
Respecto a los inventos, son los personajes
secundarios los que, de nuevo, están más al día.
La posadera recibe como regalo de su marido un
secador. Este presente llevaba dobles intenciones ya que al ser un aparato
eléctrico y no tener ellos luz en el hotel, eso la animaría a modernizar el
establecimiento. Nada más lejos de las intenciones de la esposa. El regalo le
hizo tan poca ilusión que acabó dándoselo a la mujer del alcalde no sin antes
burlarse de ella haciéndole creer que se utilizaba como un abanico. En realidad
el secador se inventó en 1890, pero no fue hasta 1920 cuando se comercializó el
secador de mano. En España es
precisamente a partir de este año cuando se distribuyó la energía eléctrica a
escala masiva, pero aún así, había muchos hogares donde no llegaba, así que el
secador y otros inventos eléctricos, tuvieron que esperar.
En nuestra ficción televisiva es una muchacha de
Puente Viejo la que tiene las mejores ideas, a la que se le ocurren grandes
innovaciones que nadie en el pueblo escucha. La joven, lejos de entristecerse
al ver que lo que ella ha ideado en su imaginación es inventado por otro, lo
toma como una forma de darse la razón, una prueba de que ella no estaba
equivocada. Las dos ideas principales de esta chica son el reloj de pulsera y
la licuadora.
El reloj de pulsera fue inventado por Abraham Louis
Breguet en 1812, pero se quedó en mera joya femenina que los hombres se negaron
a usar. Fueron los pilotos de aviación los que se dieron cuenta de su
potencial. Ellos mismos se ataban sus relojes de bolsillo en la pierna o en el
brazo para poder hacer sus cálculos en el aire de forma más cómoda. Durante la
Primera Guerra Mundial se impuso el uso del reloj de pulsera. Respecto a la
ficción, podemos aceptar que nuestro personaje no tenía noticia de ello y se le ocurrió espontáneamente. Su alegría
fue mayúscula cuando un piloto italiano pasó por su pequeño colmado con el
reloj en la muñeca.
A nuestra muchacha se le ocurre la genial idea de la
licuadora en 1921, cuando Stephen J. Poplawski, su inventor, llevaba seis años
de experimentación y no la tuvo lista y patentada hasta 1922. Se adelantó un
año, pero nadie le prestó oídos…