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lunes, 16 de diciembre de 2013

Reflexiones: madrugar.



"Gente, que se despierta cuando aún es de noche y que cocina cuando cae el sol (...)". "Gente". Presuntos Implicados. 

El despertador es uno de esos inventos que nadie echaría de menos. Despertarse con un pitido estridente no puede ser bueno para la salud. Lo natural sería que las primeras luces del día se colaran por nuestra ventana y fueran iluminando suavemente la habitación. Sin embargo no hay casa en la que falte un despertador. Es algo indispensable cuando tus obligaciones no te permiten esperar el amanecer, cuando te tienes que levantar antes que el sol.



Cada “mañana” enciendo las luces con la sensación de que sigue siendo el mismo día, de que me he levantado en mitad de la noche. Por la ventana veo la oscuridad apenas difuminada por unas pocas farolas, todo está en silencio y el resto de las casas siguen en un plácido sueño. Abro la puerta pensando que no me sorprendería que las calles aún no estuvieran puestas. La luz incandescente de las bombillas crea sombras en la acera. Si tengo suerte no habrá ningún tramo apagado. 

Por el camino veo a los basureros terminando su jornada y me pregunto si para ellos sigue siendo ayer todavía. Los barrenderos están en la calle antes que yo, la prensa calentita acaba de llegar a aquel kiosco de la esquina que está levantando las persianas. En la panadería, aún cerrada, ya huele a pan y a dulces.

Bajo por la avenida y me encuentro con una señora en bata sacando al perro, tres ancianos en un banco charlando tan despiertos y un novio que acompaña a su novia a casa. El muchacho va con las manos en los bolsillos y algo mareado, ella con una minifalda y una chaqueta poco abrigada, encogida y charlando sobre la discoteca de esa noche. Me miran extrañados al verme con cara de madrugón y la bolsa térmica con el almuerzo, para ellos aún es "anoche" y no pasará a ser "mañana" hasta que hayan dormido.

En la parada del autobús me encuentro con más personas como yo, con los ojos brillantes y somnolientos, que nunca me hablarán de la película o la serie de anoche porque era ya demasiado tarde para ver el final y no adormilarse en el sofá. Cada uno se espabila como puede, con música, dejando mensajitos en las redes sociales, leyendo en el e-book, pensando que los repartidores del periódico gratuito necesitan un despertador tempranero o sintiendo el aire frío de la mañana en la cara. 
Entonces un tímido resplandor convierte el negro del cielo en azul oscuro y lentamente comienza a aclararse hasta transformarse en rojizo.


Cuando subo al autobús unos rayos de luz dorada iluminan las nubes y empiezan a ridiculizar la tenue luz de las farolas. Comienza la carrera. El autobús avanza por la carretera y el alba ya no se lo toma con tanta calma. Salimos a la autovía y la  velocidad aumenta, pero es una carrera perdida, la aurora persigue a los vehículos y acaba por adelantarlos. Cuando llego al trabajo ya es de día y el sol sonríe por su victoria mientras se disipan los últimos tonos rosados.

Por suerte, siempre amanece y, aunque la ciudad o la autovía no es el mejor lugar para apreciarlo, el bello espectáculo acaba haciéndome pensar que ha merecido la pena el esfuerzo de madrugar más que el sol.