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lunes, 30 de septiembre de 2013

Hechos reales: conversaciones en el tren.


Hace poco hice un viaje en mi medio de transporte favorito: el tren. Pues en las estaciones de tren también se escuchan conversaciones interesantes, absurdas o ambas cosas a la vez.

La estación de Zaragoza es sorprendentemente abierta, debe ser agradable en verano, pero en invierno… no quisiera verme allí. Quizá, por eso no se abren los accesos a los andenes hasta cinco minutos antes de la hora oficial en la que el tren hace su salida. Y digo la hora oficial porque la real es otra o, al menos, eso nos ocurrió a los que estábamos allí aquella mañana de septiembre esperando varios trenes a otros tantos destinos. Un centenar de personas llenábamos los andenes, mientras las vías permanecían desiertas de trenes.

Unos se preguntaban si sería el andén correcto, otros se extrañaban por el retraso de los trenes y, los más pesimistas, creían haberlo perdido. Yo me entretenía mirando el reloj e imaginando trenes invisibles al más estilo Harry Potter, cuando una señorona se sentó en un banco apartando groseramente a las otras personas que estaban allí.

-Buenos días- dijo.

-Buenos días- contestaron algunos.

Al momento, un hombre de avanzada edad se sentó en un banco cercano.

-Buenos días- repitió la señorona.

-Buenos días- respondió el anciano.

-Menos mal que usted tiene educación, porque hace un momento he dicho “buenos días” y esa señora- dijo señalando a la mujer que había empujado para hacerse sitio en el asiento - … no me ha contestado.

-No la habrá oído. Será sorda.

La aludida fingió serlo.

-Antes viajar suponía tener conversación segura- continuó el hombre –. Siempre hablabas con tu compañero de viaje. Ahora cada cual va a lo suyo.
La señorona asintió con la cabeza.

-Creo que usted debe ser mayor que yo…- cambió de conversación repentinamente el anciano. La aludida no pareció molestarse por el comentario.

-Sí, eso creo.

Los miré de soslayo y me pareció una impertinencia, pues a todas las luces la señorona era más joven.

-Yo tengo 79.

-Pues yo hago 77 en diciembre, justo el día 28.

-Menuda inocentada gastó usted a su familia.

-Así debió ser, pues soy la penúltima de una familia numerosa- continuó la señora sin inmutarse por las argumentaciones del otro- El médico me ha dicho que nunca me ponga más años, que cuando me pregunten diga los que tengo, aunque falte un día para cumplirlos, porque aún no tengo esa edad, esa edad no es mía.

-No, aún no es suya- asintió el hombre como si hablaran de un objeto comprado o algo así. – Yo viajo muy a menudo y me gusta mucha esta estación. Estar aquí en diciembre es maravilloso. Corre un airecillo… y estamos a la temperatura perfecta, cero grados, ni frío ni calor. Porque yo he estado sentado en este mismo banco a cero grados ¿sabe usted?

-Sí, la temperatura perfecta.

Por suerte o por desgracia, los trenes llegaron y aquella improvisada pareja descubrió que no compartían destino. ¡Ay! A veces el camino separa a buenos conversadores y a sus interesados oyentes… a falta de película… bueno es un fragmento de teatro, aunque sea teatro del absurdo.




En la estación de Málaga un abuelo enseña un libro a su nieta. La chiquilla con ojos despiertos y coletas juguetonas atiende a todo lo que le cuentan.

-Y este edificio lo hizo un arquitecto llamado Moneo.

-¿Cómo?

-Moneo, un arquitecto muy famoso.

-¿Tú sabes quién es Monet?- le preguntó la pequeña a su abuelo.

-¿Monet? Sí, un pintor francés- contestó este con seguridad. Después miró a la pequeña con sorpresa - ¿Y tú? ¿Cómo lo sabes tú?

A lo que la niña respondió con un brillito vivaracho en sus ojos y una amplia sonrisa.



 Una familia en el AVE, camino de Puertollano, iba muy alterada porque en el aeropuerto le habían perdido una de sus maletas.

-Pues yo haría noche en la terminal hasta que me devolvieran mi maleta. Llevaba dentro mi conjunto de Tous- dijo la hija adolescente.

-Pues era mi maleta preferida- dijo la madre- … y ni por esas hago noche en el aeropuerto.

-No hubiese servido de nada porque ya nos han dicho que la maleta no embarcó en el vuelo Londres-Madrid- respondió el padre.

-¡Había muchos vuelos!- se quejó la chica – A la misma hora salía uno para Australia y otro para Nueva York.

-Al final la maleta va a viajar más que tú- se rió su tío que los acompañaba en el viaje- La verdad es que Puertollano es aburrido y la maleta no quería volver a su armario, quería viajar, conocer mundo, divertirse…


-¡Yo en este tren camino de Puertollano y mi maleta de juerga en Nueva York!- se quejó la muchacha disgustada.