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domingo, 25 de agosto de 2013

Hechos reales: bichos.


Sí, bichos y, no precisamente esos simpáticos dibujos de la película de Disney.

Hace algún tiempo leí en algún lugar que una persona a lo largo de la vida se traga, durmiendo, una media de tres arañas, cosa que me pareció inverosímil y asquerosa.

Un día, me enfrasqué en una disertación pseudo-filosófica al encontrar una pequeña araña en una de las habitaciones. Cuando me acerqué, zapatilla en mano, la araña huyó y fue a esconderse en la sombra de la peana de una pequeña virgen, de esas a las que les cambia el color del manto según la humedad del ambiente. Entonces me detuve y pensé: ¿puede una araña acogerse a sagrado?


En otra ocasión la sorpresa fue más desagradable, porque lo que encontré fue un “pececillo de plata”, que así mencionado, puede parecer un pez tropical en una pecera con una reproducción de ánfora griega de adorno… pero no, es un insecto de  costumbres nocturnas, que rara vez vemos, pero que esa noche había decidido acostarse en mi cama. Al encender la luz se quedó quieto, como si yo fuera un dinosaurio que solo detecta el movimiento. ¡Qué asco! No podía matarlo con la zapatilla (método más común y eficaz, según reza la wikipedia) porque no iba a dormir con un cadáver en mi cama. Así que fui moviendo el cobertor, hasta que cayó al suelo y allí utilicé el método arriba mencionado…

¡Ay! Miré la estantería con mis numerosos libros… no en vano estos insectos se alimentan de papel y de la cola que se utiliza para encuadernar… Mis tesoros tienen depredadores.

Al día siguiente, me tocó desvalijar la estantería, mirar los libros de uno en uno y limpiarlos todos cuidadosamente. No había más invasores.


Por una de esas cosas que tiene la vida, que no sabemos si son casualidades o causalidades, cuando el día siguiente me puse a leer el libro de historia de la vida cotidiana (un tomo de más de 500 páginas) en el que llevo varias semanas enfrascada, tocó el tema de los insectos y fauna variada que ha convivido con las personas en sus casas a lo largo de la historia… y los pececillos de plata brillaban por su ausencia, ya que nuestros antepasados estaban demasiado ocupados en alejar polillas, pulgas, termitas y hasta ratas de sus camas, despensas y demás habitaciones. Supongo que en ese mundo salvaje este incidente mío no habría merecido ni una frase en el diario de alguna niña, ya que, bastante tenía la pobre, con recoger todos los zapatos de casa, meterlos dentro de su cama y lanzarlos a cualquier corretear de cuatro patas y rabo que oyera en mitad de la negrura de la noche, de esas noches espesas antes de la luz eléctrica.