Aquí cambiamos de tema ¡de buenas a primeras!

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sábado, 28 de julio de 2012

Hechos reales: anécdotas de señoras



Siguiendo el hilo de la anterior entrada, esto de las anécdotas veraniegas, por llamarlas de algún modo, da para casos de varios tipos y me ocuparé en esta ocasión de dos referidos a las diferencias existentes entre la educación de las personas mayores del mismo estrato social y la misma localidad, pero de caracteres opuestos.

Un día, esperando el autobús más de lo habitual por ser festivo, se formó una larga cola que casi doblaba la calle. En el primero de los asientos de la marquesina había una señora de bastante edad sentada pacientemente. Después de nosotras, llegó un adolescente, que al ver que no había asientos libres, se sentó en el escalón. Luego vino una pareja de edad avanzada, ella malhumorada, que de hito en hito miraba el cartel de la parada de autobús donde anuncian el tiempo que restaba de espera. Tras ellos se fue formando una extensa cola.





De repente, el cartel cambia de tres minutos a diecinueve, hecho que indigna a nuestra malhumorada señora.

-Luego dicen que vengamos en autobús, que vengamos en autobús- repetía enfadada. –Si tuviera aquí al responsable le daba una bofetada.

Varios minutos después llegaron dos señoras muy acicaladas, ambas con una rosa en la mano y aire alegre.

-¿Ustedes también están esperando el uno?- preguntó la viejecita que estaba la primera.

-No, señora- dijo la de la rosa – Aquí no para el uno. Se ha equivocado usted de parada.

-Sí, sí. Es aquella.- señaló otra de las personas de la cola.

-Bueno- asintió la señora indolente –Mejor saberlo ahora que haberme montado en un autobús sin saber a dónde me lleva.

-Menuda faena…- comentaban unos y otros.

La señora se fue y el primer asiento quedó libre, así que la de la flor aprovechó para sentarse y su amiga se quedó charlando junto a ella.

Después de aquellos interminables diecinueve minutos, llegó el autobús y abrió sus puertas. Allí estaba la primera la de la flor, cuando la señora malhumorada le grita por encima de mi hombro.

-¡Oiga, oiga! ¡No se cuele!

-¿Colarme yo? ¡Si yo estoy aquí la primera!- exclamó sinceramente sorprendida.

-¡Oh! ¡Qué barbaridad! ¡Yo estaba aquí antes que usted!

-¿Se atreverá a decir semejante cosa?- gritó la del asiento zarandeando la rosa por delante de mi cara - ¡Alguien que le diga a esta señora cuanto tiempo llevo yo aquí!

-¡Y yo más!- añadió la malhumorada -¡Hay que tener poca vergüenza!

-¡No me falte al respeto!

La señora que se había quedado con las ganas de darle un guantazo al responsable de la tardanza del autobús, movía las manos violentamente mientras yo intentaba apartarme y que ellas se pegaran a gusto, no fuera ser yo la que recibiera la torta sin comerlo ni beberlo, pues la malhumorada señora parecía no estar dispuesta a quedarse con las ganas de atizarle a alguien.

La de la rosa zarandeaba la flor delante de todos nosotros con gran nerviosismo. Eso sí, siempre ocupando la puerta del autobús no fuera a colarse alguno aprovechando la discusión.

-¡Debería darle vergüenza! ¡A sus años!

-¿Me está llamando vieja? ¡Vieja lo será usted!

-¡Vamos, vamos!- intervino el conductor – No se peleen y suban.

La de la flor obedeció al chófer ante la impotencia de la malhumorada, que como no pudo impedir que se colara, la tomó con el muchacho que había estado sentado en el escalón.

-¿A dónde vas tú?- le inquirió cogiéndole del brazo – No te vas a colar.

-Pero si yo estaba aquí antes que ustedes- dijo el chico con cara de asombro.

-¡Mucha cara y muy poca vergüenza tienen los jóvenes!

-Déjala que pase, déjala que pase ella primera- intervino otro muchacho que también estaba viendo que la señora no se iría tranquila sin arrearle a alguien.

Ambas fueron sentadas todo el trayecto, pero no dejaron de insultarse y lanzarse indirectas. A veces, aunque lleves la razón, las formas y el lenguaje, pueden quitártela. Y resulta que al final, la culpa fue de la viejecita que se equivocó de parada y cedió el asiento a la de la flor, de la empresa de autobuses, y del responsable que no estaba presente ni sabrá la escena de pelea de barrio que se armó en una de sus paradas, pero eso sí, que se libró de una torta bien dada.




Contrastando con esta anécdota en la que casi acabo con una mano señalada en la cara,  cabe destacar otra muy diferente que tuvo lugar un par de días después en una sucursal bancaria.

Una señora tímida y educada se acerca a una de las responsables del banco y le pide amablemente que la ayude a actualizar la cartilla.

-Mi marido es quien se encarga de estas cosas, pero ha hecho de mí una inútil. Yo también quiero aprender a hacer esto. Si tiene usted paciencia ¡ya verá que buena alumna va a encontrar en mí!



La empleada le enseña a actualizarla y se marcha a su mesa. Yo observo a la buena señora esperando que me toque el turno. Cuando la máquina hubo terminado y arrojó la cartilla hacia las manos de su dueña, la mujer la miró sonriente y añadió.

-Gracias, joven.

Y es que ¡hay señoras y Señoras!


martes, 10 de julio de 2012

Hechos reales: anécdotas dispares



Hoy he visto, mientras viajaba en el autobús, a una chica joven leyendo un libro amarillento, sucio y casi descosido. Su interés me llamó la atención, ya que nada parecía distraerla, y el estado del libro me extrañó. Me esforcé, curiosa que soy, para leer el título de su portada y me encontré con una obra no tan antigua (años sesenta) como aparentaba, pero que debía haber dormido en algún rincón inhóspito o pasado por muchas manos (aunque no tenía la típica numeración de biblioteca). Es una lástima encontrarse con gente que maltrata los libros y que impedirá que esas ediciones lleguen al futuro, pero al mismo tiempo, es esperanzador ver a una muchacha de hoy en día con un libro en la mano (no un e-book, no la última entrega de la saga  “Crepúsculo” sino un libro de verdad). La obra era la premiada “Las Ratas” de Miguel Delibes.




Eso me ha hecho recordar que últimamente, no sé si porque estoy más atenta o porque salgo más, estoy encontrando anécdotas aquí y allá, de distintos ámbitos y sin relación, pero que pueden dar un toque distinto a esta entrada.

El otro día, una amiga mía, me contaba que se había apuntado a un gimnasio con la llegada del verano y que una familiar le había dicho que se iba a quedar “delgada como una sífilis”. La expresión le había hecho mucha gracia y de forma simpática comentaba que después de sacar del error a su familiar y explicarle qué era una sílfide, adaptaron el dicho de la buena señora como una broma.



La semana pasada, curioseando por la red, me topé con un muchacho que pedía amistad y se anunciaba indicando que hablaba perfectamente tres idiomas: el castellano, el inglés británico y el inglés estadounidense… ¡Qué manejo de los idiomas! Pero… del castellano no especificaba nada… ¿será el castellano de Castilla, o quizá el de México, Colombia o Argentina? Yo no puedo decir que los maneje perfectamente, pero creo que me defiendo en el español de los países hispanos…



Hace unas semanas nos abordó un relaciones públicas de un pub de la ciudad. A juzgar por la cantidad de chicas y chicos jóvenes y atractivos que se esfuerzan en “invitarte” a su pub, bar de copas o discoteca, la crisis tiene que estar notándose en el sector.

El muchacho nos “entró” con cierta gracia, piropeándonos y en lugar de darnos las consabidas tarjetitas de descuento, sacó una baraja de cartas y comenzó a ¡hacer magia! Sí, sí, no intentó adivinar una carta que hubiéramos pensado, sino que sacó mágicamente de la baraja una carta… al tercer intento. Un chico muy majo, que si practica lo suficiente, quizá sea descubierto por un cazatalentos.



El primer día de rebajas fui a curiosear por El Corte Inglés. ¡Uy! Lo he dicho, no quería hacer publicidad, pero en fin… Pues estando allí escuché una conversación muy salerosa entre uno de los muchísimos vendedores que había y una de las pocas clientes (no sé si era por la crisis o porque España jugaba la final de la Eurocopa, pero estaba la tienda casi desierta).  Le preguntaba el dependiente:

-¿Es para regalo?

-Sí.

-Entonces le quito el precio- añade.

-¡No, no!- exclama la señora contrariada - ¡Qué sepa cuanto me ha costado!

-Entonces… - dijo el dependiente- le quito el precio rebajado y le dejo el original.

-Mejor- añadió la mujer muy seriamente.