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miércoles, 10 de agosto de 2011

Imprescindible inglés.



De todos es sabido que  hoy en día el inglés es imprescindible en cualquier lugar, ya sea si viajas o si te quedas en casa. Quizá para los que nos quedamos en casa sea más llevadero no manejar con soltura el idioma de Shakespeare, pero nos arriesgamos a que fulanito o menganito nos mire mal o, cosa más grave, nos rechacen en una entrevista de trabajo.

Sí, para cualquier trabajo es obligado un cierto nivel de inglés y si no que se lo digan al aguador moderno, eso señor que va con su nevera caminando playa arriba, playa abajo, pregonando sus bebidas frescas para los bañistas que no han tenido la precaución de meter un par de botellines de agua en su bolsa. “Agua, Coca-Cola, cerveza” grita animadamente mientras deja la nevera un momento en la arena, luego la toma por el asa y pregona: “Guater”, Cola, “Bir”, “trinking, trinking”. Y todo el mundo lo entiende perfectamente.

Hace unos días hice un pequeño viaje. Ignorante de mí, no iba preparada para toparme con los idiomas. Empezamos por los letreritos y terminamos por las dependientes de las tiendas. Muchas marcas de ropa, mucho glamour y mucho inglés. No había quien se entendiera. Normalmente cuando estás de viaje y te topas con un español hay una complicidad innata, un gesto de simpatía, pero en este caso, aunque me encontré con más de un compatriota, no tuve ese consuelo.

Los yates estaban atracados en el puerto, los descapotables aparcados al borde de la  carretera y la acera repleta de restaurantes lujosos. Los había italianos, ingleses, tailandeses, hindúes, japoneses… Para todos los gustos.
Caminaba yo tranquilamente por una de estas calles,  con un sol abrasador sobre mi cabeza, cuando una muchacha con aspecto nórdico me habló en inglés. Entre mis limitaciones y su acento no entendí gran cosa, aunque al vuelo me di cuenta que me estaba “invitando” a entrar al restaurante que representaba. Como estaba junto a varios de ellos, le pregunté, en castellano, a cual se refería. La muchacha me miró sorprendida y con cara de no entender una sola palabra de lo que le decía. Evidentemente, ella no manejaba el idioma de Cervantes. Se dio media vuelta y se “lanzó” sobre otro posible comensal, siempre hablando en inglés. 

Esto no tendría mayor importancia, si no fuera por el país al que había “viajado”. ¡Ah! Creo que no lo he dicho. Mi pequeño viaje fue a Puerto Banús (Marbella).